Cosas Que Leo #68: UNA OBRA MAESTRA, Charles Willeford

“En cuanto el surrealismo nihilista se estableció como corriente artística independiente, se empezó a requerir la presencia de Debierue como ponente. Él rechazaba esas propuestas, por supuesto…

– ¿Por supuesto? ¿No suelen pagar a los ponentes?

– Sí, y le habrían pagado bien, pero un artista no se pone a la defensiva. Y eso es lo que le pasa a todo ponente. Se supone que un crítico habla, agradece las preguntas porque su labor consiste en explicar lo que hace el artista, pero el artista no está formado para esa clase de cosas y lo único que hace es debilitar su postura. Hoy en día, algunos artistas recorren el país dando conferencias, cargados con montones de diapositivas de su obra, y no son más que un grupo de personajes tímidos con dificultades para expresarse. Supongo que cuesta rechazar el dinero, pero si así terminan derrotándose a sí mismos y negando su obra. Un artista creativo no pinta nada delante de un atril de conferenciante, y esto es aplicable a los poetas y a los novelistas tanto como a los pintores”.

Una obra maestra

Charles Willeford

RBA, 2020 (publicado originalmente en 1971 como The Burnt Orange Heresy)

206 págs.

Traducción de Pilar de la peña Minguell

Cosas Que Leo #25: EL CUERPO HUMANO, Bill Bryson

Cuerpo Bryson

“El cerebro hace todas estas cosas por nosotros porque está diseñado para ayudarnos en todo lo que pueda. Sin embargo, lo paradójico es que también resulta sorprendentemente poco fidedigno. Hace unos años, una psicóloga de la Universidad de California, en Irvine, Elizabeth Loftus, descubrió que, mediante la sugestión, es posible implantar recuerdos completamente falsos en la mente -por ejemplo, convencer a la gente de que de pequeños sufrieron un trauma al perderse en unos grandes almacenes o un centro comercial, o que Bugs Bunny les dio un abrazo en Disneyland-, a pesar de que tales cosas nunca sucedieran realmente (entre otras cosas, porque Bugs Bunny no es un personaje de Disney y no ha estado nunca en Disnelyland). Para ello, mostró a diversas personas fotos de sí mismas de pequeñas en las que se había manipulado la imagen para que, por ejemplo, aparecieran subidas en un globo de aire caliente, y a menudo los sujetos recordaban de repente la experiencia y la describían con entusiasmo, aunque en todos los casos se sabía que aquello no había sucedido nunca.

Puede que el lector piense que nunca se dejaría sugestionar hasta ese punto, y probablemente esté en lo cierto: solo alrededor de una tercera parte de las personas son tan crédulas; pero otras evidencias revelan que a veces todos tenemos recuerdos completamente erróneos incluso de los acontecimientos más vívidos. En 2001, inmediatamente después del desastre del 11 de septiembre en el World Trade Center de Nueva York, un grupo de psicólogos de la Universidad de Illinois anotaron las declaraciones detalladas de 700 personas acerca de dónde estaban y qué estaban haciendo cuando se enteraron del suceso. Un año después, los psicólogos formularon las mismas preguntas a las mismas personas, y descubrieron que ahora casi la mitad de ellas se contradecían en algunos aspectos significativos -se situaban en un lugar distinto cuando se enteraron del desastre, creían haberlo visto en televisión cuando en realidad lo habían oído en la radio, etc.-, pero sin ser conscientes de que sus recuerdos habían cambiado (yo, por mi parte, recordaba vívidamente haber visto los acontecimientos en directo por televisión en New Hampshire, donde vivíamos, junto con dos de mis hijos, hasta que más tarde descubrí que en realidad uno de ellos estaba en ese momento en Inglaterra).

El almacenamiento de la memoria resulta peculiar y extrañamente inconexo. La mente descompone cada recuerdo en sus partes integrantes -nombres, caras, ubicaciones, contextos, cómo se percibe algo al tacto, o incluso si está vivo o muerto-, y envía dichas partes a lugares distintos; luego, cuando volvemos a necesitar el conjunto, las recupera y reagrupa. Un solo pensamiento o recuerdo fugaz puede activar un millón o más de neuronas dispersas por todo el cerebro. Además, esos fragmentos de recuerdos se desplazan con el tiempo, migrando de una parte de la corteza a otra, por razones que ignoramos por completo. no es de extrañar, pues, que a veces confundamos los detalles.

El resultado de todo ello es que la memoria no constituye un registro fijo y permanente, como una serie de documentos en un archivador, sino algo mucho más difuso y mutable. Como explicaba Elizabeth Loftus en una entrevista realizada en 2013: “Es un poco más parecido a una página de Wikipedia. Puedes entrar y modificarla, y lo mismo pueden hacer otras personas”.

El cuerpo humano; guía para ocupantes

BILL BRYSON

RBA, 2020 (publicado originalmente en Gran Bretaña por Doubleday, 2019)

430 págs.

Traducción de Francisco J. Ramos Mena

**** Me he leído todos los libros de Bryson. Incluso aquel de su periplo por los Apalaches que no tenía por qué leerme. Es uno de mis escritores de divulgación más estimado. Mis libros predilectos del autor son The life and times of the Thunderbolt Kid; travels through my childhood (sus memorias de infancia) y En casa; una breve historia de la vida privada.