Cosas Que Leo #149: BUFFALO SOLDIERS, Robert O’Connor

“Los Hijoputas son como son porque hace mucho tiempo que decidieron que salían ganando si pasaban de todo. Hay que tratarlos como a un fenómeno natural: al igual que ocurre con cualquier fenómeno de proporciones extremas e indiscriminadas, hay que tomar medidas en previsión de cualquier eventualidad. Parsons McCOvey pasaba de todo. Claro que, al final, un hijoputa como el Páter, que no puede o no quiere prever las consecuencias de sus actos, acabará entre los Hijoputeados. Eso está más claro que el agua. Tus indagaciones filosóficas te han revelado que correr una suerte como esa es una eventualidad, igual que la vejez.”

Buffalo soldiers

ROBERT O’CONNOR

Sajalín Editores, 2021 (publicado originalmente en 1993)

376 págs.

Cosas Que Leo #130: LEJOS DEL BOSQUE, Chris Offutt

“Se apeó de la camioneta y esperó. Todo seguía igual: la casa, los árboles, la gente. Reconoció las hojas y la silueta de las ramas recortadas contra el cielo. Sabía de qué modo caería la luz y hacia dónde se proyectarían las sombras. El olor del bosque le resultaba familiar. Y sería así siempre. De golpe y porrazo, como si le hubiesen arrojado un cubo de agua, entendió por qué Ory se había largado.”

Lejos del bosque

CHRIS OFFUTT

Sajalín 2021 (publicado originalmente como Out of the woods en 1999)

128 págs.

Traducción de Javier Lucini

Cosas Que Leo #98: UN AÑO EN LA VIDA DE JOHNSEY CUNLIFFE, Donal Ryan

“Consiguió trabajo en Kill, una fábrica de carne que se había ido a pique dos años atrás, y desde entonces se pasaba los días holgazaneando en el pueblo con su pandilla de rufianes, por la zona del monumento del IRA, donde a diario le hacían un pasillo a Johnsey para darle su cotidiana ración de golpes, gritos y escupitajos. Al parecer Eugene Penrose odiaba más a Johnsey ahora que tenía empleo y él no. ¿Era un pecado muy grande, se preguntaba Johnsey, desearle a alguien la muerte o, algo peor, querer matarlo con tus propias manos? Se imaginaba haciéndole a Eugene Penrose una llave de cabeza y apretándole el cuello hasta cerrarle la boca para siempre.”

Un año en la vida de Johnsey Cunliffe

DONAL RYAN

Sajalín Editores, 2020 (publicado originalmente como The thing about December en el año 2013)

234 págs.

Traducción de Celia Filipetto

Pánico al amanecer / Despertar a l’infern (Kenneth Cook, con prólogo de Kiko Amat)

Novedad imprescindible en sus librerías predilectas. Una novela que me FLIPA espantosamente, y que acaba de ser traducida al castellano y al catalán, por Sajalín y Males Herbes. Me refiero naturalmente a Pánico al amanecer / Despertar a l’infern (Wake in fright, 1961), del australiano Kenneth Cook.

Los editores de ambas editoriales, sabiendo de mi extrema fanidad por el libro, me encargaron un prólogo/aval inmortal a dos lenguas, que titulé «Descarrilado en el outback«, y que en castellano empieza de este modo tan prometedor:

«1. Hace poco leí una novela cuyo clímax parecía ser la visita de pleitesía que un poeta joven le dedicaba a un poeta venerable (el poeta venerable no le salía a abrir en pelotas, cosa que hubiese aumentado dramáticamente mi interés en la historia). Aquel hecho me llevó a ponderar la sobrerepresentación de algunos temas en literatura. Hoy en día, es innegable, se escribe demasiado sobre la escritura. El mundo editorial anglófono ha celebrado en los últimos años la publicación de no una, sino varias novelas centradas en Henry James, un hecho que ya sería difícilmente justificable si el autor hubiese vivido como Keith Moon, John Holmes y Escipión El Africano, juntos. Huelga decir que no fue así. Los peores peligros a los que se enfrentó James a lo largo de su carrera fueron las hemorroides y la famosa sequía de tinta de 1886.

Me resulta difícil comprender, así, por qué tantos novelistas, teniendo un mundo de experiencia humana a su disposición, optan por plasmar la insulsa vida de su gremio (Jack London o Herman Melville no cuentan). En mi opinión, este estado de las cosas representa un trágico fracaso de la imaginación, así como un desperdicio inmoral de las posibilidades de la narrativa. Es como si Charles Darwin, tras recorrerse el globo observando anomalías evolutivas en su hábitat natural, hubiese decidido dedicar el resto de su obra a escribir sobre papel de pared.

Dovlátov aducía que el exotismo del material biográfico era un estímulo literario de importancia, y lo mismo podría decirse del exotismo paisajístico. Algunos contextos y escenarios no dejan de aparecer en novelas, y están más masticados, digeridos y excretados que el skyline de Nueva York (cliché fotográfico por excelencia), mientras que otros aparecen raramente, o jamás. Y aunque es cierto que “lo que llamamos originalidad y descubrimiento no suelen ser más que las ínfulas y delusiones de nuestra inocencia, ignorancia y arrogancia”, como afirmaba Nick Tosches[1], resulta indiscutible que algunos temas y lugares literarios están menos andados que otros. Algunos no lo están en absoluto.

Pánico al amanecer, una oscura novela de 1961 que transcurre en la inmensidad baldía del Outback[2] australiano, por cuya historia transitan canguros torpes, policías borrachos y lugareños violentos, por no mencionar a un protagonista condenable, empieza de la mejor manera posible: situándose fuera del lugar común y el trasfondo cómodo. Pero no se trata solo de eso, como el lector comprobará en breve. Pánico al amanecer es, además, una novela llena de vigor, amenaza y acción, que gracias a su prosa engañosamente simple se lee de una tacada y deja una huella imborrable.

Lo de imborrable no es un atributo baladí. Muchas novelas pasan a través de nosotros como ventosidades. Si trato de conjurar algún recuerdo de Campos de Londres, por decir solo una, lo único que me viene a la mente es que transcurría en Londres (espero). Algo así sería del todo imposible con Pánico al amanecer, una novela única, casi género en sí misma, cuya trama y pasajes más terribles se quedan impresos en la mente del lector para el resto de su vida, igual que si fuesen tatuajes.»


[1] En su espléndido Country; the twisted roots of rock’n’roll (1977).

[2] El interior remoto y semiárido de Australia, también llamado Never-Never. Ocupa el 81% del continente, y está mayormente deshabitado.

Cosas Que Leo #32: BASTARD OUT OF CAROLINA, Dorothy Allison

bastard Allison

«In August the Revival tent went about half a mile from Aunt Ruth’s house on the other side of white horse road. Some evenings while Travis and Ruth sat and talked quietly, I would walk up there on my own to sit outside and listen. The preacher was a shouter. He’d rave and threaten, and it didn’t seem he was ever going to get to the invocation. I sat in the dark, trying not to think about anything, specially not about Daddy Glen or Mama or how much of an exile I was beginning to feel. I kept thinking I saw my Uncle Earle in the men who stood near the highway sharing a bottle in a paper sack, black-headed men with blasted, rough-hewn faces. Was it hatred or sorrow that made them look like that, their necks so stiff and their eyes so cold?

Did I look like that?

Would I look like that when I grew up?

I remembered Aunt Alma putting her big hands over my ears and turning my face to catch the light, saying, “Just as well you smart; you an’t never gonna be a beauty”.

At least I wasn’t as ugly as Cousin Mary-May, I had told Reese, and been immediately ashamed. Mary-May was the most famous ugly woman in Greenville County, with a wide, flat face, a bent nose, tiny eyes, almost no hair, and just three teeth left in her mouth. Still, he was good-natured and always volunteered to be the witch in the Salvation Army’s Halloween Horror House. Her face hadn’t made her soul ugly. If I kept worrying about not being a beauty, I’d probably ruin myself. Mama was always saying people could see your soul in your face, could see your hatefulness and lack of charity. With all the hatefulness I was trying to hide, it was a wonder I wasn’t uglier than a toad in mud season.

The singing started. I leaned forward on the balls of my feet and hugged my knees, humming. Revivals are funny. People get pretty enthusiastic, but they sometimes forget just which hymn it is they’re singing. I grinned at the sound of mumbled unintelligible song, watching the mean near the road punch each other lightly and curse in a friendly fashion.

You bastard.

You son of a bitch.

The preacher said something I didn’t understand. There was a moment of silence, and then a pure tenor voice rose up into the night sky. The spit soured in my mouth. They had a real singer in there, a real gospel choir.

Swing low, sweet chariot… coming for to carry me home… swing low, sweet chariot… coming for to carry me home.

The night seemed to wrap all around me like a blanket. MY insides felt as if they had melted, and I could taste the wind in my mouth. The sweet gospel music poured through me in a piercing young boy’s voice, and made all my nastiness, all my jealousy and hatred, swell in my heart. I remembered Aunt Ruth’s fingers fluttering birdlike in front of her face, Uncle Earle’s flushed cheeks and lank black hair as they’d cried together on the porch, Mama’s pinched, worried face and Daddy Glen’s cold, angry eyes. The world was too big for me, the music too strong. I knew, I knew I was the most disgusting person on earth. I didn’t deserve to live another day. I started hiccuping and crying.

“I’m sorry. Jesus, I’m sorry.”

How could I live with myself? How could God stand me? Was this why Jesus wouldn’t speak to my heart? The music washed over me… Softly and tenderly, Jesus is calling. The music was a river trying to wash me clean. I sobbed and dug my heels into the dirt, drunk on grief and that pure, pure voice soaring above the choir. Aunt Alma’s swore all gospel singers were drunks, but right then it didn’t matter to me. If it was whiskey backstage or tongue-kissing in the dressing-room, whatever it took to make that juice was necessary, was fine. I wiped my eyes and swore out loud. Get that boy another bottle, I wanted to yell. Find that girl a hardheaded husband. But goddam, keep them singing that music. Lord, make me drunk on that music.

I rocked back and forth, grinding my heels into the red dirt, my fists into my stomach, crooning into the dark night and the reflected glow from the tent. I cried until I was dry, and then I laughed. I put my head back and laughed until my voice was hoarse and the damp fog came to cover the lights from the revival. If Aunt Ruth had come out to me then, I would have apologized for everything, for living and not loving her enough to save her from the cancer that was eating her alive. I didn’t know. For something, surely, I would have had something to apologize for, for being young and healthy and sitting there full of music. That was what gospel was meant to do -make you hate and love yourself at the same time, make you ashamed and glorified. It worked on me. It absolutely worked on me.”

Bastard out of Carolina

DOROTHY ALLISON

Penguin, 1992 (publicado en España con el título de Bastarda, Alfaguara, 2000)

320 págs.

**** Este es uno de los mejores libros que he leído en toda mi vida. Pasa de inmediato al Top 20 absoluto. No se lo puedo recomendar lo suficiente. Dedicaré el resto de mi existencia a que se reedite en nuestro país.

Cosas Que Leo #20: CERCO II: OLE, TOM ROGER Y PAULA, Carl Frode Tiller

cerco2

«La verdad es que a tu madre no le fue mucho mejor en el intento de escapar de sus orígenes hillbilly y convertirse en la fina y distinguida esposa del pastor. Arvid y Berit siguieron casados hasta que ella murió en 1987, pero media ciudad sabía que el matrimonio estuvo vacío y muerto durante los últimos años, y tampoco podía ser de otra manera, claro. Quiero decir que sin duda puedes huir de tus propios orígenes y adaptarte a entornos y personas nuevas, como hizo tu madre al juntarse con el puto pastor, pero todo tiene un límite. Puedes meter un caballo en una pocilga, pero por mucho tiempo que pase allí, no se va a convertir en un cerdo, digamos. Según Erik, tu madre se dio cuenta de esto poco después de venirse a la ciudad. Su matrimonio con Arvid fue una equivocación de cojones. Berit no estaba hecha para ser y vivir como él y sus amigos cristianos. El problema, según Erik, era que tenía demasiado orgullo para admitirlo, había apostado muy fuerte y había hecho todo lo posible para convencerse a sí misma y a los demás de que su nueva vida era un paraíso comparada con la anterior. Tener que renegar de todo aquello, admitir que su nueva vida no era lo que había soñado y, al mismo tiempo, reconocer que estaba viviendo en una mentira, era demasiado para ella. Era mejor aguantar la situación y eso fue lo que hizo hasta el día que la palmó.

No sé muy bien por qué te escribo sobre nuestras madres ahora, al final. Quizá porque estoy escribiendo esta carta en el viejo cuarto que tenía de niño y porque mi madre está todo el rato presente, la estoy viendo por la ventana, echada en la tumbona, y a ratos la oigo hablar por el móvil. Quizá sea por eso. O tal vez sea un intento poco convincente de unir los cabos sueltos y de completar todos los relatos que he iniciado a lo largo de esta carta. También podría ser eso. Pero sobre todo creo que tiene que ver con que las historias de mi madre y de la tuya cuentan cosas importantes sobre mí y sobre ti. Si te soy sincero, no sabría decirte exactamente qué, pero alguna relación deben de tener con esa vaga sensación de ultraje y humillación, con la vergüenza que sentimos de venir de donde venimos y de ser quienes somos, y con querer hacer algo al respecto. Estos sentimientos fueron fuerzas e instintos importantes en la vida de nuestras madres y de todos los que venían de donde venimos nosotros. Y quizá el miedo a que esos mismos instintos y fuerzas nos hagan cometer los mismos errores sea lo que me lleva a terminar esto hablando sobre ellas. Ni puta idea.»

Cerco II: Ole, Tom Roger y Paula

CARL FRODE TILLER

Sajalín Editores, 2020 (publicado originalmente en Noruega en 2010)

Trad. de Cristina Gómez-Baggerthun y Oyvind Fossan

449 págs.

CHRIS OFFUTT: «Uno puede haber sido victimizado y rechazar ser una víctima»

chrisoffut

El novelista de los Apalaches, ex guionista de Treme o True Blood, debutó en España con la colección de relatos Kentucky seco (Sajalín editores) y la memoria familiar Mi padre el pornógrafo (Malas tierras). Ahora se le añade Noche cerrada (Sajalín editores).

Chris Offutt (1958) suele aparecer en las fotos con camisas de leñador sin mangas y rostro de mapache huraño recién levantado de la siesta. En otra imagen sostiene un fusil en la clavícula mientras su trasero descansa sobre una montaña de manuscritos pornográficos (más sobre eso más abajo). Offutt nació en un pueblo minero de doscientos habitantes que por aquel entonces era un esputo invisible en los mapas y hoy ni siquiera existe. Se licenció en la Universidad de Morehead, pero enmendó el desliz recorriéndose los Estados Unidos a dedo y dejándose los callos en empleos horribles (y por ello le perdonamos la fase universitaria)

Offut es, como habrán adivinado, un autor del género conocido como Hillbilly noir o grit lit. La primera frase de su brutal, imprescindible, colección de relatos Kentucky Seco es «Nadie de esta ladera acabó el instituto». Sus escritos hablan de fango, desempleo, padres que se ahorcan, predicadores furiosos, tabaco de mascar y gente destruida por el trabajo duro y el alcohol ponzoñoso (generalmente casero). Gente blanca que, pese a su «privilegiado» color de piel, ocupa un lugar bien bajo en la cadena alimenticia norteamericana. El bagaje redneck de Offutt acarrea un estigma adicional, pues su padre era Andrew J. Offutt, el prolífico autor de pornografía pulp, además de borracho y mal progenitor a jornada completa, que protagoniza la memoria Mi padre el pornógrafo.

Lo que suelta Tolstoi en Anna Karenina de que todas las familias felices son iguales pero cada familia infeliz lo es a su manera, siempre me ha parecido una chorrada. La infelicidad que relatas en tus libros es la misma que tantas otras.

Esa es la típica cita que no admite un segundo análisis. Si te paras a pensarla y la examinas, te das cuenta de que suena mucho mejor de lo que significa. A los universitarios y críticos les encanta repetirla como una ley, suena ingeniosa y profunda, pero en el fondo es una parida. Algo que podría haber dicho un político en plena campaña. Si hay algo indiscutible es que la tristeza no es excepcional.

El padre es el causante de la tristeza de muchas familias. Eso es un hecho bastante universal, diga lo que diga el viejo Tolstoi.

Mi padre no era un hombre feliz. No se gustaba a sí mismo, alejó de él a todo el mundo, su madre, su hermana, sus hijos. Era feliz con mi madre, mientras mi madre hiciese todo lo que él decía. Ella tampoco era feliz, pero jamás lo dijo. Era una mujer chapada a la Antigua. Se quedó con mi padre, pese a que él era un borracho malicioso [ríe]. Todos los hijos nos fuimos lo antes posible de aquel hogar. La infelicidad en mi familia empieza con él, pero se extendió por todos mis hermanos. Una de mis hermanas no se casó nunca, y las dos se negaron a tener hijos. Eso es algo muy inusual en el sitio de donde vengo, y tiene que ver con mi padre.

MI PADRE, EL PORNÓGRAFO | CHRIS OFFUTT | Comprar libro 9788412003017

Una de las fuentes del carácter inmundo de tu padre era su obsesión por escribir, lo cual (a mis oídos) no suena tan negativo.

Todos los artistas de verdad tenemos esa prioridad, es cierto. Para un escritor, la escritura es lo principal. Lo mismo sucede con pintores, músicos y lo que sea. Pero existen formas de equilibrarlo. Tu forma de arte ocupa el primer lugar, de acuerdo, pero reservas un espacio para el amor o la familia. Mi padre no lo veía de ese modo. Para muchos hombres, de todos los ámbitos, el trabajo va primero. Para los políticos y empresarios, los negocios son la prioridad. Un tendero o un granjero trabajará sesenta o setenta horas a la semana para llevar adelante su negocio. No creo que esa óptica sea mala por sí misma; yo soy así. Pero a la vez he conseguido tener relaciones excelentes con mis hijos. No los he descuidado. El problema de mi padre es que se sentía atrapado en su familia y era infeliz. También estaba obsesionado con el sexo y le gustaba beber y se desagradaba a sí mismo de un modo muy profundo. Escribir pornografía le llenaba de vergüenza y culpa. Para lidiar con esas cosas echaba mano del whisky y del personaje que se había creado para sí mismo: John Cleeve. Un machote despiadado y fascinante.

Se suele pintar al abusón como un tipo lleno de ego, pero los mayores abusones suelen ser gente de lo más insegura. Tu padre tenía una visión de sí mismo que era a la vez enorme y frágil, como si estuviese hecha de «bambú y papel».

Mi padre siempre decía que prefería ser un pez grande en un estanque pequeño. Era como un niño. Se veía a sí mismo de un modo grandioso, pero si algo entraba en contradicción con esa grandiosidad o la ponía en duda, se tiraba a la yugular. Tenía una personalidad narcisista.

Los padres de los años sesenta y setenta eran fundamentalmente inmaduros.

En mi país, los sesenta y setenta fueron décadas de cambios enormes, sociales y de todo tipo. Todo aquello en lo que creían mis padres, todo lo que se les dijo que tenían que hacer (casarse, tener hijos a los veinte, comprarse una casa con jardín, conseguir un buen trabajo, ir a misa…) se puso en duda por ese cambio social. Lo que sucedió es que, al contrario que tantos otros padres, que se sintieron abrumados o se volvieron más conservadores, a los míos les encantó el nuevo paradigma. Desearon abrazar esa libertad que traían los sesenta y setenta. Lo que sucedía, claro, es que estaban atrapados por todos los niños que habían traído al mundo. Mis padres decidieron que seguirían adelante con su sueño de libertad pese a las deudas y obligaciones que habían contraído, lo que denota un egoísmo básico en su carácter. En los años setenta americanos, los adultos se concentraron en sí mismos, en sus deseos, y a la mierda todo. Los niños no eran parte de la ecuación.

El prototipo que encarna tu madre, la esposa de escritor devota y silente, que lo hace todo para que el “genio” de la casa no pierda su musa, es una especie casi extinta.

Espero que así sea. No era un contrato muy gratificante para las mujeres. Mi padre lo exigía así, y eso es lo que aceptó mi madre, en pocas palabras. La experiencia de mi madre con otros hombres era muy limitada, había vivido con su propio padre hasta el día que se casó. Fue de un hombre a otro hombre, sin paradas intermedias. Desde el punto de vista de mi madre, su marido la había «salvado» de quedarse para vestir santos. Mis padres eran buenos católicos, y como tales tenían muy poca experiencia sexual, así que a los veintitrés o veinticuatro se conformaron el uno con el otro. Mi madre tiene ochenta y cuatro años, así que en breve va a extinguirse de un modo literal [ríe]. El viejo cliché del “genio” que trabaja y la mujercita que le cuida es destructivo para todos los implicados, y también para el arte. Desde luego lo fue para mi padre.

Examination and Compassion

Andrew J. Offutt. Las personas de la foto pueden parecer más simpáticas de lo que son en realidad

La adoración ciega de tu madre acabó de convertir a Andrew J. Offutt en un déspota enajenado.

Lo jodido del caso es que mi padre estaba convencido de que era un genio, a pesar de todo, y mi madre acabó creyéndole. Su matrimonio estaba basado en esa adoración ciega. Ambos llegaron a extremos inconcebibles para mantener viva esa ficción. Mi madre aún se niega a admitir ciertas cosas del pasado familiar. Un ejemplo: hace tiempo que quiere visitar la vieja casa familiar, donde vivimos durante quince años, y que está lejos de donde reside ahora, en Mississippi. Pues ninguno de sus cuatro hijos, yo incluido, quiere llevarla allí. Y la razón es sencilla: fuimos infelices en aquel lugar. Quince años en aquella casa de Kentucky nos jodieron bien la vida, y ninguno de nosotros quiere volver a verla ni en pintura. Mi madre no entiende ese rechazo. Rehúsa tajantemente reconocer nuestra infelicidad, y las razones que tenemos para ser infelices.

¿Tu madre ha leído el libro?

Sí. Lo único que dijo al terminarlo fue (esto es muy revelador): “el libro me hizo echar de menos a tu padre”. Increíble. Leyó mi libro con las gafas de adoración ciega puestas. Pensó que era un buen libro, porque evocaba a mi padre de un modo lo suficientemente vívido como para que ella lo echase de menos. Lo cierto es que, cuando aquel hombre murió, mi madre no lo echó de menos en absoluto. Mi libro provocó la única mención a mi padre que le he escuchado en años. La última vez en que me había dicho algo sobre él era que no le echaba de menos, y se preguntaba si debería sentirse mal por ese hecho. Mi respuesta fue: “¡No! [ríe] Nadie le echa de menos. Lo tuyo es natural”. Nunca la había visto tan feliz como en los tres o cuatro años que siguieron al fallecimiento de mi padre. Del 78 al 81 iba cantando por la calle. Ahora ya no, claro; ahora ya está senil.

El único lado entrañable que se desprende de tus padres es el inconformismo friqui del que hacen gala. En todo lo demás son bastante repelentes, pero su talante marginal, nerdy, ciencia-ficcionero, les hace casi simpáticos.

Eran inadaptados sociales, eso está claro. Vivían en las montañas de los Apalaches y no tenían a ningún amigo allí. Su vida social se militaba a las convenciones de ciencia ficción. Iban a unas seis por año. Mi padre era agasajado allí, todo el mundo le prestaba atención. De repente, en aquel ambiente, ambos dejaban de ser inadaptados y se convertían en gente guay. Los demás nerds y inadaptados sociales le respetaban y escuchaban, mis padres se transformaban de repente en gente cool ante mis ojos. En aquellas convenciones vi un lado de mi padre que no conocía: era carismático y divertido, relajado, la gente quería tenerle cerca, le escuchaba. Claro que aquel no era mi padre de verdad, estaba metido en uno de sus seudónimos, John Cleve. Pornógrafo y creador de El Sexorcista o Bondage alienígena. Ocupaba ese rol durante cuatro días, luego volvía a casa a seguir siendo el hombre amargado que era en realidad. Para mí era muy raro enfrentarme a esa dualidad, a que mi padre fuese dos personas a la vez.

Si tu padre fuera el rey del porno escrito | Cultura | EL PAÍS

Dices que cuando volvía de esas convenciones sci-fi era peor aún, porque esperaba que sus hijos le agasajaran igual que sus fans.

Eso era lo que él deseaba y esperaba. Pero para un niño cualquiera es imposible adorar a un padre con entrega incondicional de grupi. Y con el mío en concreto era doblemente imposible, porque no era amable ni bueno con nosotros. Era crítico, mezquino, controlador, emocionalmente abusivo, y a la vez esperaba adoración completa. Sus expectativas sobre quién era y la vida que llevaba, y lo que la gente le debía, eran completas fantasías. Mi padre, después de cómo se había comportado a lo largo de nuestra infancia, esperaba que le fuésemos a visitar.

Afirmas que tu fidelidad no es a tu sangre o a tu familia sino a un lugar: los Apalaches. ¿Cuándo empezaste a sentirte así?

Los cuatro hermanos hacíamos todo lo que nos mandaba mi padre. Éramos niños. El resto del tiempo yo jugaba en los bosques, cada día, solo o acompañado. No me daba cuenta de que esa actividad obedecía al deseo de estar lo más alejado posible de mi casa y de mi padre. Me di cuenta de ello cuando tenía catorce o quince años. Allí vi que algo no estaba bien, y que tenía que escapar de aquel hogar lo antes posible. Me fui de Kentucky a los diecisiete. Pero en realidad estaba huyendo de mis padres (a ellos, por cierto, les fue bien que nos fuéramos, porque en el fondo éramos un estorbo).

Tus libros demuestran que te llevaste tu pasado contigo.

Sí. Nunca pude marcharme del todo. A los veinte recorrí los Estados Unidos a dedo. Fregaba platos allá donde fuese a parar. Me conseguía algún sitio asqueroso para dormir. Era una aventura: nuevo sitio, nueva gente, nueva experiencia. Y de allí me iba a otro lugar. Tuve suerte de que no me sucediera nada terrible. Me llevó mucho tiempo, unos diez años, darme cuenta de que estaba huyendo de un lugar, y de que no iba a solucionarlo de aquel modo. Porque de lo que huía no podía librarme yendo de sitio en sitio. Seguía teniendo a mi familia, y a Kentucky, en mi cabeza.

Lo terrible sucedió cerca de tu casa. En la memoria relatas un abuso sexual, pero lo haces de un modo práctico, exento de dramatismo, afirmando que rechazas ser etiquetado como víctima. Pero fuiste una víctima.

Sí, lo fui. Pero una cosa es ser una víctima y la otra es sentirte como tal. O etiquetarte así, y que aquello te defina. Yo no pienso en mí mismo de ese modo, hacerlo me parece una forma segura de deprimirte y entristecerte. A menudo, en muchos casos, los que se definen como víctimas buscan simpatía. Mi padre, por ejemplo, se veía a sí mismo como víctima de una injusticia, y por ello exigía aquel nivela de adoración y compasión. Uno puede haber sido victimizado y tener la fuerza de carácter para rechazar ser una víctima. Mi padre era así: alguien que vivía y actuaba como una víctima.

Dices que la bebida cambió la forma terrible en la que te sentías sobre ti mismo. Pero el alcohol es una muleta temporal para los traumas. Bebías para sobrellevar las conversaciones telefónicas con tu padre, pero aquello lo empeoraba.

Esa es la naturaleza del alcohol. Si bebes algo a media tarde, o cuando terminas el trabajo, te hace sentir mucho mejor. Te sientes animado, te entra euforia, quieres reír y charlar. Lo que pasa es que entonces te apetece prolongar esa euforia, y te bebes otra copa, y otra, y a la mañana siguiente te sientes como una mierda. Voy con mucho cuidado con eso. No bebo más que vino.

Noche cerrada: 43 (al margen): Amazon.es: Offutt, Chris, Lucini ...

Alguna gente tiene el talento innato para la borrachera feliz, y otra no. Tal vez se trate de un cromosoma.

Las veces en que he perdido los nervios había bebido en un 100% de las ocasiones. En mi familia el alcoholismo se lleva en la sangre. Mi padre murió de cirrosis, destruyó su hígado bebiendo. No quiero acabar así. Y además es muy malo para la escritura. Los escritores de mi generación y la anterior romantizaron la ingesta de alcohol, como si fuese parte del trabajo. La imagen del escritor borracho es un estereotipo popular. Y los escritores que empiezan creen que esa es una de las exigencias del oficio. Yo lo creí. Empecé a escribir de verdad hacia los treinta (porque a los veinte no tenía dinero para dedicarme a ello), y al poco tiempo me di cuenta que lo de beber y escribir era una trampa terrible. Solo daña tu escritura.

Lo más ridículo de todo ello es que mamarse aún se considere una muestra de inconformismo. El cliché del escritor borracho y “rebelde” en una fiesta literaria insultando a todo el mundo me da ganas de arrancarme los ojos.

Los escritores son gente que desea escapar. Una de las primeras vías de escape son los libros, un mundo nuevo al que entras, libro tras libro. Para alguna gente, el siguiente paso es crear un libro por sí mismos, darle forma con sus propias manos a esa vía de escape. El acto de la escritura es algo maravilloso y asombroso y estimulante, a la vez que duro. Es una experiencia única de realidad aumentada que, una vez detienes, al final del día, hace que todo lo demás te parezca anodino. Nada se le puede comparar. Nada es igual de interesante. Y entonces tienes que cortar el césped o poner gasolina, fregar los platos… Y todo eso te da ganas de echarte algo al gaznate. Porque el alcohol hace que el mundo aburrido sea menos aburrido. Dicho esto, intento evitar el alcohol duro. Es un callejón sin salida.

Kentucky seco (al margen): Amazon.es: Offutt, Chris, Lucini ...

Antes has dicho que tu padre se avergonzaba de su faceta porno y de sus propios fetiches, pero tanto sus fantasías como sus bolsilibros se antojan bastante soft. Le iba el bondage de toda la vida, vamos.

Le gustaba la fantasía del bondage, sí. Pero para él el sexo iba asociado a la vergüenza y la culpa. Lo que más le perturbaba era aquel cómic inédito del que hablo en las memorias. Trabajó en él desde su adolescencia hasta su muerte en 1978, y lo mantuvo en secreto durante toda su vida. Cien páginas. Ni siquiera mi madre sabía que existía. Topé con escritos en los que confesaba la culpa terrible que acarreaba por culpa de aquel cómic sexual. Es triste, porque después de todo solo estás dibujando algo en una habitación. No daña a nadie.

No comprendo cómo alguien que escribió El Sexorcista puede avergonzarse de un tebeo guarro. ¿Es porque el contenido era más explícito?

No lo tengo claro. Sé que empezó el cómic cuando era muy joven, y que era su vicio. Sé que lo consideraba de mala calidad y una pérdida de tiempo. No le reportaba ningún dinero. Con sus novelitas porno al menos tenía la excusa de que pagaban sus facturas. Él se veía a sí mismo como un hombre de negocios, y lo de ganar dinero era muy importante para él. Tal vez se trataba de eso. Que con el comic no podía poner la excusa de que lo hacía por dinero. Quién sabe.

No es la pregunta más fácil que se le puede hacer a un hijo, pero ¿sabes si tu padre puso en práctica alguna de sus fantasías sexuales?

Creo que probablemente las puso en práctica más de una vez, cuando tuvo la oportunidad. Imagino que en el marco de las convenciones de ciencia ficción. Esas oportunidades le vinieron dadas por los libros porno que escribía, pero no creo que le importase tanto la acción.  Creo que le gustaba más el reino de lo imaginario, y eso se debía al control que podía ejercer sobre él. Si tienes una fantasía sexual, controlas cada elemento, todo lo que sucede, la perspectiva, las reacciones… Y encima es privado. Mientras que en la vida real no puedes controlarlo todo, y la acción suele involucrar a otra gente [ríe]. Y escapa a tu control.

Andrew J. Offutt suculenta line-up de primera edición inscrito ...

Tu padre escribió más de 400 obras de pornografía, y unas cuantas decenas de libros de ficción «especulativa», pero tus memorias no aclaran si era buen escritor o no.

Escribió algunos libros buenos entre 1968 y 1972. Les dedicó tiempo, los revisó a conciencia y trató de mejorarlos. Eran ejemplos más que dignos de ciencia ficción seria, y fueron consideradas prometedoras por grandes maestros del género. Pero no recibió la atención que esperaba, así que empezó a escribir más y más rápido. A veces escribía un libro en dos semanas. Por supuesto, es imposible escribir un buen libro en un periodo tan corto, y encima repetir el proceso una y otra vez. Aquel ritmo de escritura afectó a la calidad de su prosa. Lo «bueno» de escribir porno es que no tienes que preocuparte demasiado de la caracterización de los personajes o la descripción de  escenarios, ni siquiera del diálogo o la trama, porque los lectores, el mercado, no tienen el menor interés en cosas como esas.

Solo quieren meneársela.

Efectivamente [ríe]. En pocas palabras. Por tanto, tu faena como autor es llegar a las partes «interesantes» lo antes posible. Resumiendo: mi padre empezó como autor serio, y creo que tenía un gran talento potencial, y llegó a escribir varios buenos libros. Pero una vez entró a formar parte del mundo del bolsilibro porno, de 1972 en adelante, no hizo nada más de valor. De todas sus novelitas pornográficas, en solo una de ellas los personajes tenían que responder a las consecuencias de sus acciones. Tenía lugar un homicidio (sexual), y la policía tomaba cartas en el asunto. Pero el resto eran pura fantasía sádica, sin ninguna conexión con la realidad ni intención artística.

Tenía muchos libros con signos de admiración en el título. Es como si hubiese inventado un género. Un estilo personal.

Sí, le encantaba. La puntuación para él era un juego. Se lo pasaba bien con ese aspecto de la escritura. Lo cierto es que no suelen verse títulos exclamativos, es algo que se ha perdido completamente. Tendría que haberle copiado, y ponerle signos de admiración al mío: ¡Mi padre el pornógrafo!

Durante una época te dedicaste a escribir guiones para la televisión. ¿No temiste verte atrapado en un escenario John Fante? Es decir: deprimido, alcoholizado y alejado de la propia escritura.

Durante siete años viví y trabajé en Hollywood, escribiendo guiones para Weeds, True Blood y Treme. Fue un trabajo pragmático. Tengo dos hijos que querían ir a la universidad y no tenía el dinero necesario. Trabajé en Los Ángeles el tiempo suficiente para financiar la educación de mis hijos, luego renuncié. Eso llevó a escribir tres pilotos más, comisionados para la red y la televisión por cable. Disfruté escribiendo pilotos principalmente porque podía escribirlos en cualquier lugar. Pero no encajaba muy bien con el mundo de Los Ángeles. Era demasiado grande para mí, demasiados autos y demasiada gente. Prefiero la soledad de la vida en el campo. Solo escribí guiones por el cheque. Nunca anhelé ser un guionista y, de hecho, solo conservo malos recuerdos de mi estancia en Los Ángeles. Era infeliz y bebía demasiado y no trabajé en mi arte. Cumplí los tres requisitos de John Fante [ríe]. Por eso no quiero tener nada que ver con ese mundo. Es peligroso. Y no fue solo John Fante, muchos grandes novelistas fueron destruidos por Hollywood. Es un ambiente embriagador y adictivo y molón, y encima te entregan una cantidad obscena de dinero. Algunos autores quieren más y más dulce dinero de Hollywood, pero yo solo quería el dinero suficiente para ocuparme de mi familia. No necesito lujos. Conduzco una furgoneta hecha polvo y las únicas cosas que compro son herramientas [ríe]. Quizás por eso Hollywood no me atrapó. Es muy fácil verte atrapado en ese mundo, si te fascina ese rollo de tener un Jaguar o una choza en las colinas de Hollywood. Pero yo solo necesito remplazar mi vieja sierra mecánica, y comprarme otro par de botas [ríe]. Esas son mis necesidades básicas.

Aunque lo hicieses por el dinero, ¿estás orgulloso de aquellos guiones?

Sí y no. No pienso en términos de orgullo o vergüenza. Son decisiones que tomé por razones puramente prácticas, porque necesitaba el dinero. Si me siento orgulloso de algo relacionado con ello es que sobreviví en Hollywood. Es un mundo duro, y los guiones son una forma dura de escribir. Y yo me enseñé a hacerlo, y a hacerlo bien. Al margen de eso, no me siento demasiado orgulloso de los guiones como tales. Pero es una experiencia de la que mucha gente carece, y tiene cosas buenas. Piensa que fui a Hollywood con cincuenta años.

Mi padre, el pornógafo»: L'herència porno del pare - Diari de Girona

Me suena al Kurtz de Apocalypse Now.

Sí. Mucha gente no se atrevería a empezar una carrera en una ciudad extraña y hostil a los cincuenta. Esa es la época, de hecho, en que mucha gente empieza a pensar en retirarse. Yo hice aquello, y luego dejé de hacerlo, y he dicho que no cada vez que me han pedido que continúe haciéndolo. Prefiero escribir libros. Resumiendo: si escribes guiones, el dinero que te dan no compensa el esfuerzo.

¿Con qué escritores sientes afinidad? Te veo en la familia cercana de Larry Brown, ahora que hablabas de comprar botas.

Me gusta mucho Larry Brown, sí, también Jim Harrison, un gran escritor. Leo todo el día. Por mi educación inusual todavía estoy tratando de ponerme al día, cada dos semanas tengo un nuevo escritor favorito, gente que a lo mejor conoce todo el mundo y yo acabo de descubrir. No tengo un escritor favorito como tal. Si encuentro uno, entonces me encanta y le sigo, pero si de repente un libro no me gusta, lo dejo y ya no vuelvo a leerle.

¿Crees que habrías sido escritor si llegas a nacer en una familia centrada, con padres cariñosos y alentadores y comprensivos?

No lo sé. Mucha gente sale de familias infelices, y no han terminado escribiendo libros. Las estadísticas dirían que de familias infelices salen más no escritores que escritores. Una abrumadora mayoría, de hecho. En mi caso, mi necesidad de escapar se transformó en la lectura y luego la escritura de libros. Para mucha gente fueron las drogas. Creo que es habitual en muchos escritores, pero no es una receta ni un garantía de nada. Cuando trabajé en Los Ángeles conocí a muchos actores, gente muy inusual, con un trabajo muy difícil, y me di cuenta de que todos compartían un aspecto de sus bagajes: un alto porcentaje de padres militares. Eso significa que estaban todo el día mudándose de base en base, cosa que les obligaba a reinventarse en cada nuevo escenario, independientemente de si eran felices o no allí. Crecieron aprendiendo una habilidad que no sabían que era tal. Pero, igual que sucede con la escritura, no todos los hijos itinerantes de pares militares acabaron siendo actores.

Un verdadero escritor puede pasar muchos años haciendo otro trabajo, y luego retomar la escritura en el punto en que lo dejó. Incluso habiendo mejorado su oficio. Noche cerrada es un buen ejemplo de ello.

Sí. Pasaron veinte años entre la publicación de mi último trabajo de ficción y Noche cerrada. Durante ese tiempo publiqué dos libros de no ficción, No Heroes y Mi padre el pornógrafo. También escribí veinticinco ensayos personales, algunos de los cuales aparecieron en las antologías estadounidenses Best American Essays y Best American Foodwriting. Otro ensayo recibió un premio Pushcart. Seguí escribiendo y publicando cuentos, lo suficiente para una nueva colección, que saldrá en Francia, Italia y los Estados Unidos el año que viene o el siguiente (la pandemia ha retrasado los horarios de publicación). También escribí otras dos novelas. Lamentablemente, la calidad no fue tan buena como esperaba. No quería publicar trabajos flojos solo para tener libros en catálogo. Cuando esté muerto y desaparecido, solo quedará mi trabajo. Es importante que todos los libros sean tan buenos como puedan ser.

Cuéntanos cómo surgió Noche cerrada.

Noche cerrada fue pensada originalmente como una saga familiar de tres generaciones en las colinas. Comencé con un hombre, Tucker, en la década de 1950. Cuanto más escribía sobre Tucker, más quería seguir con él. El libro abarca un momento crucial en las colinas: de 1954 a 1971. La finalización de la carretera interestatal que conectaba la costa este y oeste. La sección de las colinas fue la última parte que se construyó. También fue una época de grandes cambios sociales. El gobierno federal declaró una «Guerra contra la pobreza» oficial, que por supuesto fracasó. Además, la gente de las colinas empezó a tener televisión. Los caminos de tierra se pavimentaron. Se construyó un hospital. Era el final de una forma de vida que tenía sus raíces en el siglo XVIII. El cambio sucedió muy rápido. Lo presencié de niño. Los adultos no se dieron cuenta de que eran la última generación que vivía la antigua forma de vida. Eso me interesaba mucho. Tucker encarna esa forma de vida. Sigue el «viejo código de las colinas». Eso significaba ocuparse de los problemas personalmente, de una manera muy práctica. No confía en la policía ni en los políticos, que nunca han ayudado a la gente de las montañas. Finalmente, me quedé con Tucker durante todo el libro. Nunca llegué a las siguientes dos generaciones.

¿Tienes algún otro proyecto entre manos?

Una nueva novela, The Killing Hills, se desarrolla en el mismo lugar, en lo más profundo de las colinas, pero en la época contemporánea. Saldrá en Francia e Italia el próximo año, luego en Estados Unidos en el 2022. Hasta ahora es mi libro favorito. Noche cerrada es una tragedia sobre una familia. The Killing Hills es un libro más triste, pero también más divertido. Trata de la cultura misma, y las secuelas de todos aquellos cambios en las colinas. Personas en la treintena que tienen computadoras y teléfonos móviles, pero están muy cerca de su historia reciente de aislamiento y violencia.

Kiko Amat

(Entrevisté a Chris Offutt el verano del 2019, tras haber leído Mi padre el pornógrafo (Malas Tierras) y Kentucky seco (Sajalín). La entrevista se publicó en El Periódico de Catalunya en pleno agosto, y eso, unido al hecho de que en aquel momento no lo había leído demasiada gente, me inclina a pensar que aquella entrevista la leyó Juan. Tal vez ni siquiera Juan.

Ahora, gracias al estupendo Noche cerrada -y quizás en parte también por el evangelismo feroz que hemos puesto en acción algunos de sus fans- parece que aumenta el número de sus lectores en España, y por ello me alegra recuperar aquí la charla sin cortes, con todas las preguntas que, por razones de espacio, no entraron en la pieza de prensa, y cuatro preguntas adicionales sobre Noche cerrada que Offutt me contestó por escrito. Que rule).

Kiko Amat entrevista a CHRIS OFFUTT

Uno de mis autores favoritos de los últimos años. Muy fan de Kentucky seco (Sajalín) y Mi padre el pornógrafo (Malas Tierras). Lean mi entrevista para El Periódico de Catalunya aquí.

DONAL RYAN: «Beberse la granja es una vieja tradición irlandesa»

Pueden leer aquí mi entrevista al autor irlandés Donal Ryan. Hablamos de envidia y rencores, secretos de familia, confesiones, pueblos pequeños, energías oscuras y alienación escritoresca. Corazón giratorio (Sajalín editores) ya es uno de mis libros favoritos de este 2019.

Kiko Amat y Edward Bunker en Vilassar Noir, 28 de octubre

Es un decir. No voy a estar con Edward Bunker. Por fan que sea, no voy por el mundo profanando tumbas.

Pero sí voy a estar hablando de él, en compañía de su editor español (Dani Osca, de Sajalín), en el marco del festival Vilassar Noir, el día 28 de octubre, domingo, a las 13h, hora exacta -y sagrada- del vermut (lo han hecho a propósito).

¿La información del evento? Pues aquí la tienen, en este machucanfio. Cliquen y ¡zum! Estarán allí.

Dirty Works, Sajalín y el nene

Este domingo 4 de febrero voy a estar en la cárcel. No es por aquello de las farmacias de Sant Boi (ya debe haber prescrito), ni tampoco por el look mod-hardcore que inventé y llevé en 1993 (quemé todas las fotos).

Es porque estaré de charla en el BCNegra 2018 junto a los hefes de las editoriales Dirty Works y Sajalín, que como ustedes quizás sepan son mis dos favoritas de este/ese país. Será en la antigua Modelo, a las 11:45. Pueden ver más detalles aquí. Creo.

Carter: Jack vuelve a casa

https://i0.wp.com/www.sajalineditores.com/data/img/thumbs/portada_carter_dhk58p9.jpgNo sé si desean leer mi crítica para Babelia de El País del muy sombrío y borrascoso y sensacional Carter, de Ted Lewis (Sajalín).

Si es así, pueden lanzar su pinta de Guinness vacía contra este link. Eso les llevará mágicamente a las páginas del periódico. Bueno, a mi página. De las otras no respondo, que no sé dónde han estao ni cuáles son sus fuentes.

Si por el contrario, no desean leerla absténganse de clickar el enlace. Verán que no sucede absolutamente nada.

 

Quién es quién: Cerco, de Carl Frode Tiller

En Babelia pueden leer ya mi crítica de Cerco, el muy recomendable libro de Carl Frode Tiller, a quien alguien llamó (algo apresuradamente) «el anti-Knausgaard».

Por razones de espacio en la web se pierde este chiste auténticamente sensacional, que iba incluido en el texto primigenio:

«A Carl Frode Tiller (Namsos, 1970) le han llamado el “anti-Knausgaard”, aunque los dos escritores son menos opuestos de lo que sugiere esa afirmación. Para empezar, Carl Frode suena como si trataras de pronunciar Karl Ove después de una visita al dentista.»

Y que es posible que solo me haga gracia a mí mismo.

Larry Brown: desde el fondo del cubo, con amor

Y otra crítica para Babelia de El País, donde me quieren bien y me pagan como a un ser humano, no como a un humeante monton de estiércol.

Esta vez es del gran LARRY BROWN y su Trabajo sucio, que recién ha publicado la flamante editorial Dirty Works. Allá lo explico todo sobre el libro, el tipo y la editorial.

Respecto a esto último desearía añadir algo que siempre pienso y me temo que no digo lo suficiente: que me chiflan mucho algunas editoriales, que siempre publican cosas que me gustan de forma atroz, que su nivel de acierto con mi persona es de 90% o más, y que siempre husmeo en su catálogo con la certeza de que hallaré cosas en consonancia perfecta con mi espíritu y magullada entidad.

Algunas de esas editoriales pequeñas (no menciono Anagrama, Blackie ni L’Altra porque son casa y estaría feo, pero se sobreentiende que soy FAN de esas también) y superfavoritas son Sajalín (forever), Gallo Nero, Impedimenta, Pepitas de Calabaza y Libros del KO; y todo apunta a que Dirty Works y yo vamos a ser íntimos durante largo tiempo.

Prólogo para EDWARD BUNKER

portada-la-educacion-de-un-ladron_cdf3yqrCompren ya este libro. Es la autobiografía de Edward Bunker, es la puta remonda (su mejor libro, junto a Little Boy Blue), y es de Sajalín (best publishers in town) y encima ostenta un prólogo de Kiko Amat. Cuánta suerte puede tener un hombre, díganme.

Les incluyo la primera página del prólogo para que produzcan saliva y salgan raudos a comprar un ejemplar de esta macanuda novela vivencial:

EDWARD BUNKER: LA MUECA FEROZ
Verdad, alienación y violencia en La educación de un ladrón

1. Estoy en cama una noche de marzo del 2015, en pleno Alt Camp. Bastante mamado de cava, si tengo que serles del todo honesto. Noto un pedrusco de pesadumbre atascado en mitad del gaznate (indeciso entre subir o bajar), y acabo de preguntarle a mi mujer, Naranja, qué leches me pasa (ella suele acertar el diagnóstico, si entienden por dónde voy). La cosa es que he pasado la última hora de una cena con amigos en completo y agraviado silencio, cabizbajo, ocupado en domar una imparable ola de malhumor que crecía dentro de mí con la determinación orgánica de un feto. Ofendido por algo (en mi familia somos muy de ofendernos; la susceptibilidad corre por nuestras venas turbia y sulfúrica como un vertido químico del río Llobregat) y deseando partirle la cabeza con un taburete a uno de mis interlocutores. Amigo mío, para más señas.
– Anímate, Kiko –me suelta ella- Míralo de otro modo: tu mayor problema es también tu mayor ventaja. Esa negrura que llevas dentro. La carga de resentimiento que arrastras. Sin eso no se puede escribir.
– ¿Tú crees? –contesto, volviendo la cabeza, en busca de consuelo. De cualquier tipo de consuelo.
– Pues claro. Te lo digo yo, que conozco a un montón de escritores equilibrados que escriben pésimo. Por supuesto, eso también es lo que te hace un hijo de puta, a veces. Y un amargado de mierda. Y un cabrón malhumorado que acaba de arruinarnos a todos la cena sin razón aparente. Y un paranoico loco e impredecible, huraño y antipático. Es lo que hay. No se puede tener todo. Búscale el lado bueno, va.
– ¿Sabes qué? –le contesto, aún tragando con cierta dificultad y luego subiéndome el edredón hasta las rodillas- Que creo que tienes razón. Aunque tu respuesta me haya deprimido tanto, joder.
Esto es algo desazonador pero es así y no de otro modo, y cuanto antes lo admitamos, mejor iremos (y yo estoy aquí para expiar sus pecados, como JC): la escritura va con la violencia. No me refiero meramente a la violencia física, tangible, de pulverizarle la sien a otro fulano (no todos los escritores tenemos que ser matones de cuarta, quebrantahuesos a sueldo; no se trata de eso, aunque ayudaría de cara a nuestras demandas contractuales con la editorial). Quería decir una cierta violencia de espíritu. Nelson Algren afirmaba en Nonconformity: “No escribes una novela por pura lástima, del mismo modo que no revientas una caja fuerte por un vago anhelo de ser rico. La compasión está muy bien, pero la venganza es la verdad que Faulkner olvidó (…) Una cierta crueldad y un sentido de alienación respecto a la sociedad es tan esencial para la escritura creativa como lo es para robo a mano armada”.

Muchos escritores imaginativos y de pluma hábil son también asaz blandengues. Buenazos. Cursilones, incluso. No me cabe la menor duda de que son buenas personas y mejores vecinos, pero en su prosa no se distingue conflicto ni lucha, uno intuye allí falta de marejada, de alboroto y confusión y puta-mala-baba. ¿Dónde fueron a parar la rabia, el rencor, el sentimiento de venganza, el anhelo de desquite, eh? Encantados de conocerse, felices con ellos mismos, la psique en estado de plácido reposo (¡y cómo les envidio!), la obra de esos novelistas adolece de los mismos males (o atributos, si hablamos de vida civil) que su personalidad: carece de rincones oscuros. Es mullida y amable. Es benigna y tragable; simpática. Pero la literatura no debería ser así; simpática. Un autor –o, cuanto menos, un determinado tipo de autor- debería estar siempre boxeando consigo mismo, siendo su peor enemigo, ahuyentando sus demonios, quemándolo todo: puentes, flota de barcos y malas hierbas. Un autor debería estar en perpetua guerra civil interna, en modo autocrucifixión, y no digo esto en el sentido maldito ni víctima del asunto. Su contienda podría transformarse perfectamente en literatura humorística, pero de la piel pa’dentro debería escucharse el fragor de la contienda fratricida (egocida, más bien), la chifladura y el remordimiento y el autorepelús. Edward Bunker mismo: he ahí un tipo que no se antoja simpático, y cuya obra es un gran desquite. Un “vais a ver” en la cara del mundo, un desplante a las cartas que le sirvieron, un rechazo al destino marcado y el “camino de la podredumbre” (que se decía en Papillon). Una mueca feroz.

(…)

(Compren ahora el libro, corcho)