Algunas cosas quedan obsoletas, y el sexo es una de ellas. El sexo en novelas, quiero decir. No interrumpan el acto por lo que acabo de soltar. En Moby Dick, Melville creyó adecuado instruirnos en detalle sobre tipos de cetáceos, y distintos arpones, y un descabellado etc., en decenas de páginas documentales que casi no guardaban relación con el tema central. Y bien por él; eran otros tiempos, después de todo. Hoy en día, un autor que tratase de escribir de ese modo acabaría en el psiquiátrico de Sant Boi. Tras haber vendido diez ejemplares.
Lo mismo sucede con el sexo en narrativa. En su día cumplió una función anatómica, tutorial, porque en los “años estúpidos” (que dirían en Futurama) muchos jóvenes aún necesitaban instrucciones sobre dónde meter qué, y que alguien les dijera que aquello viscoso no era mortal, ni iban a ir al infierno por ello. Esa fue, de hecho, la otra función histórica del sexo en libros: combatir la gazmoñería aguafiestas de la brigada anti-coital. Miremos con empatía los intentos de incrustar folleteo a cañonazos en novelas provectas, pues pretendían ampliar la ventana de lo permisible. Henry, Anaïs, William, Charles. También usted, señor Marqués. Incluso tú, Milan, aunque seas un plúmbeo. La raza humana os debe gratitud por cada (hoy asaz ilegible) página de fornicio contorsionista que nos enchufasteis a traición.
Sí, en 1985 yo también arrullé al jerbo de piel, practiqué un solo de zambomba cárnica (etc.) con un párrafo de Anaïs Nin. Pero entonces descubrí un invento formidable llamado Macho (300 pesetas en el kiosco, si ponías voz grave), y las novelas dejaron de ser mi principal proveedor onanista. En esta época de Nueva Ventana Privada de gmail, me pregunto quién querría anclarse a una de esas novelas de engolada meta-tabarra donde se “alargan las frases y los genitales de los personajes en direcciones insospechadas”, como sugería Mark Lawson hablando de Adam Thirlwell. ¿Quién necesita a Kundera cuando existe Xhamster? Es más práctico, y nos ahorramos la levedad del ser.
Obviamente no todo el mundo piensa igual. Las novelas eróticas de hogaño, con público mayormente femenino, han experimentado un boom chocante. En mi ignorancia, yo creía que el género había muerto con Harlequín, y Deseo, y todos aquellos bodri-libros españoles que leían nuestras parientes liberadas en 1981, pero los compradores de libros sexy se cuentan hoy por millares. ¿Se habrán quedado sin wi-fi? Kiko Amat
(Esto es mi breve despiece para un artículo central sobre sexo en literatura, en un reciente Cultura/S de La Vanguardia de diciembre del 2016)