El domingo 3 de mayo a las 19h voy a estar en algo llamado «Story Live» en algo llamado Instagram. Me han invitado los del Colectivo Bruxista, unos lectores hardcore de lo mío a quien profeso especial afección, para que hable con el entrevistador Javi Bayo de mi adolescencia (casi niñez) subcultural. He aceptado. Será una grata charla, sin duda. La cosa se retransmitirá en directo, y pueden conectarse (me cuentan) aquí.
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PEPEBILLY: «Si venías de happy a un after catalán salías escaldado»
Nando Dixkontrol y tú, los dos DJ originales de Psicódromo, no podríais tener personalidades más distintas. Nando exuberante y excesivo, tú discreto y evitando el ojo público.
Ya en la época, en Psicódromo, la cara visible era él. A mí nunca me importó. Era un pacto obligado. Las entrevistas las hacía él. Yo era el trabajador en la sombra. La fama no me interesa, entonces tampoco lo hacía. Yo tenía claro que iba a llegar la madurez, el momento en que ya no estás en el candelero, y entonces qué. Hay quien lo lleva bien y quien lo lleva fatal. Nando nunca supo encajar el declive, que vino simplemente porque llegaban nuevos artistas que llegan a otra gente. Es ley de vida. Hay un momento en que estás ante un público que ya no se identifica contigo. Ese descenso llega sí o sí. Nando no lo va a aceptar jamás.
Eres una de las pocas voces más o menos críticas desde dentro de la máquina. Rechazas la visión conspiranoica y afirmas que el declive del género llega también por una serie de decisiones artísticas internas, no solo por la demonización o los cierres.
En efecto. El declive de un movimiento musical viene dado, a menudo, porque deja de interesarle a la gente. Eso puede suceder por una larga lista de razones, pero en el caso de la máquina… Si tuvo un cierto renacimiento en muchos lugares, como en Inglaterra, donde la máquina funcionó años después, para una generación posterior, ¿por qué no aquí? Pues sencillamente porque aquí se tomaron una serie de decisiones comerciales que la llevaron a ciertos caminos. No se puede culpar a las leyes, o al ayuntamiento, de todo. Al principio nadie daba un duro por el Sónar, si recuerdas, porque iba contracorriente y no apostaba por el sonido mayoritario, que era el nuestro. El Sónar apostó por algo que la gente de nuestro rollo no aceptó, que era mezclar arte y underground y cosas superraras. Con la máquina pasó todo lo contrario. La máquina no sobrevivió. No le interesaba al ayuntamiento ni tampoco a la Generalitat, porque la verdad es que era un nido de neonazis.
O sea, que una parte de la conspiranoia es cierta.
En un tanto por ciento determinado, sí. Había skinheads y había neonazis. Gente del fútbol. Se cerraron los afters urbanos y todo ello se desplazó a la periferia.
Tras el cierre del Psicódromo se abandonan los sonidos más vanguardistas, y aparece un nuevo público que solo busca sonidos populistas, y eso a su vez hace que los DJs los pinchen para tenerles contentos. Un círculo vicioso.
Es así. Al principio del rollo teníamos muy pocas referencias. Del tema electrónica y EBM pinchábamos Front 242, Nitzer Ebb, Front Line Assembly… Aquello gustaba, hasta el extremo que aquellos discos eran el reclamo de nuestras sesiones. Lo que sucede con esto es que empieza a gustarle a mucha gente, las discotecas se apuntan, la cosa mueve pasta, y llega un momento en que interesa a gente que está aprendiendo a producir. Esta gente crea su versión de lo original, que ya empieza contaminada. Ya no es EBM belga, vamos. Es una versión adulterada. Salen sellos valencianos con temas que al principio son bastante buenos, pero llega un momento en que el mercado exige más material, y poco a poco se va mezclando la basura con lo bueno. Poco a poco un sonido determinado se va volviendo más y más mediocre. La cosa aguantó tantos años porque, pese a la abundancia de basura, aparecía lo nuevo de algún grupo original, como cada nuevo lanzamiento de los Front 242, y seguía siendo la bomba. Así que lo pinchábamos, pero cada vez más mezclado con Spanic, el “Sister golden hair”, cantaditas y todo eso.
Pero no solo se trata de que se pinche calidad inferior de un estilo, sino que se acaba pinchando cualquier cosa con los beats subidos.
Es la consecuencia de copiar cosas populares y alterarlas para satisfacer al público. El origen puede ser el “Headhunter” de los Front 242, que es magnífica, pero un productor hace una versión parecida, a más velocidad. Le mete unos charles acompasados aquí…
Una voz de pitufo por allá…
Exacto. Los DJs empiezan a pinchar cada vez más rápido, se apitufan las voces en las cabinas. Como triunfa esa apitufación los productores crean discos con los voces ya apitufadas de fábrica. Los DJs aumentan la velocidad un grado más, las voces se apitufan aún más… Al final, desde luego, eso ya no parece Front 242 [ríe]. La rama que se desvió hacia la comercialidad hizo que aquello durase lo que duró, a costa de sacrificar la calidad.
Tú venías de pinchar Alien Sex Fiend en Psicódromo. De escuchar Sisters Of Mercy en el 666. ¿Qué incomodidad te provocaba el tener que poner las llamadas “cantaditas”?
Mucha. Yo si pinchase ahora me permitiría el lujo de no tener que pinchar cosas como el “Smile” de New Limit. Entonces no podía negarme. O el “Streamline” de Newton. El de los silbiditos. Tenía que ponerlo porque funcionaba, pero lo ponía y me iba a mear, te lo digo claramente, aquello no me gustaba nada. Yo venía de escuchar voces como las de Andrew Eldritch, de The Sisters Of Mercy, tú mismo lo has dicho. No podía con el “Sister golden hair”. El público se había masificado tanto de repente que ponías una canción de los Eagles con base máquina y funcionaba. Al principio mezclábamos bases con Peter Murphy, con Bauhaus, con cosas que nos gustaban de verdad. Luego todo se fue diluyendo, hasta llegar a lo infumable. Nando me metió una bronca increíble en una ocasión porque en una entrevista dije que el hardcore no me convencía, ni las cantadas, ni la máquina dura. Me dijo que me iba a quedar sin bolos. Fue todo lo contrario. Me hinché a hacer bolos, y pinchando progressive. Pero fuera de Catalunya [ríe].
Hablame de tus principios en el 666.
A mí entonces me gustaban Simple Minds, U2, Echo & The Bunnymen, The Sound, The Jam… En aquella época escuchar todo aquello en una discoteca era imposible, solo lo ponían en un sitio, la Metro, que luego se pasó a llamar 666. Yo allí iba de cliente, seguían con la misma política musical del principio, Ultravox, Human League, pop de sintetizadores, rollo siniestro… En el restaurante donde yo curraba me putearon, así que lo dejé y me fui al 666 de fiesta la misma noche. Ese mismo día entré a trabajar allí de camarero. Lo que sucedía era que hablaba con el DJ y, como yo escuchaba esa música, le aconsejaba pinchar esa otra canción de la otra cara de elepé, que también molaba. Poco a poco fui entablando confianza con él, y acabé de DJ en el 666. Yo no mezclaba, claro; solo ponía temas enteros. Hasta que una noche llegó Nando y me enseñó a ver las cosas de otro modo. Cristof, el dueño del 666, que era propietario de todo el edificio, vio que allí había futuro, y decidió empezar un nuevo negocio.
Psicódromo.
Bueno, al principio Cristof quería montar una discoteca de algo nuevo, simplemente. No tenía una idea definida, ni nombre, ni nada. Le pidió consejo a Nando, y este le dijo que había que montar una discoteca acid house. En aquella época a él le iba eso, el hip hop, el funky, lo negro. Al final decidimos empezar con una sesión de noche donde se pincharían las guitarras y el pop del momento, sumado a setentas, sesentas y cincuentas (porque todavía teníamos una pequeña parte de rock’n’roll), y Nando dijo que el after se lo dejase a él, que pincharía lo que le diese la gana. Su idea era pinchar acid house, básicamente. Y ahí es donde yo puse mi granito de arena.

Pepebilly en Psicódromo con inefable tupé King Kurt
Con música blanca, por decirlo de algún modo.
Sí. Yo venía del lado oscuro. No me interesaba mucho lo del acid house, pinchar Fast Eddie, Mr. C, todo lo que Nando pinchaba en aquel momento, mezclado con hip hop. Luego me gustó. Pero a mí me lo que gustaba de verdad en el momento era Nitzer Ebb, Front 242… Empezamos a pinchar una mezcla de lo suyo y lo mío. Seguía sin venir nadie al after, y eso que la sesión de la noche estaba a reventar. Hasta que un famoso día hubo una redada masiva en Barcelona, cerraron el Ozono, el Ars, el KGB y el Otto Sutz. Toda esa gente se quedó en la calle.
Algo me dice que no se fueron a casa a comer chocolate con melindros.
Esa opción no existía [ríe]. Toda esa gente vino al Psicódromo, y de ahí ya no se fueron. El after empezó a petarse también. De tener dos sesiones que funcionaban, viernes y sábado noche, pasamos a tener sábado y domingo por la mañana, de after. Al final empezamos a abrir también por las tardes. Los jovencitos que venían por la tarde al 666 a escuchar Depeche Mode y Human league empezaron a venir el domingo tarde al Psicódromo.
Psicódromo, pese a esa intensa actividad, estuvo abierto muy poco tiempo.
Sí, del 89 al 92. Dos años y medio. Públicos completamente distintos que venían a solo una de las sesiones. Otros que repetían, venían de noche, se quedaban al after, y si no tenían donde ir se quedaban a la de la tarde.
Casi como vosotros, que sí vivíais allí. Literalmente.
Yo trabajaba solo de luces, al principio de Psicódromo. Pese a haber sido DJ en el 666, Nando me dijo que yo “solo ponía discos”, que sería DJ cuando empezara a mezclar. Así que estaba de luces en la cabina, y él poco a poco, en ratos libres, me iba enseñando a mezclar. A la vez, yo era el encargado de la sala, hacía los pedidos, abría la puerta durante la semana para los repartidores, me ocupaba del mantenimiento… Y mi madre era la mujer de la limpieza. Así que empezamos a montar habitaciones en el piso de arriba. Yo monté una, Nando otra, otro otra… Cuando nos quisimos dar cuenta estábamos viviendo catorce personas en Psicódromo. Porteros, camareros, algunos con sus parejas. Una comuna en toda regla. Siempre dijimos que teníamos un piso de 80 m2 con un recibidor de mil metros cuadrados, y un equipo de música de la hostia en el recibidor. Estábamos arriba un viernes por la noche, terminábamos de cenar y si queríamos una copa nos íbamos para abajo, para la sala. Cada vez que queríamos poner algo de música bajábamos a la cabina. Solo con el equipo de la cabina se liaba la gorda.
Cuando os cierran el Psicódromo por culpa de Barcelona 92 emigráis al extrarradio. ¿Qué cambios conllevó eso?
La gente se acostumbró a coger el coche para ir a los sitios. Si querían irse a Scorpia se iban para allá, aunque estuviese en el quinto pino. La Nau, de Molins de Rei, de repente ya no parecía tan lejos. La Sala del Cel lo mismo. Se iba donde se tenía que ir. Incluso al Florida, en Lleida. Aumentaron los accidentes, claro, y eso influyó negativamente en las autoridades. No estaban para nada preparadas para lo que se les vino encima. Paraban a la gente, les enchufaban el alcoholímetro, y aquello no daba nada. A mí me han llegado a acusar de que me metía Pharmaton Complex, porque lo encontraron en mi coche [ríe]. Al poco la policía empezó a coscarse del tema.
La escena se fue endureciendo. La movida original, más gótica y urbana, se extinguió. Su lugar lo tomó un público más agresivo.
Se fue endureciendo, sin duda. Gente que consumía y que vivía de noche, para sacarse unos cuartos empezó a pillar de más y a pasar. Si este pasa, voy a pasar yo. Que yo no tengo, pues te las quito y las vendo yo. Esas cosas pasaban cada vez más a menudo. Al principio a escala modesta, en el parking, luego a mayor escala. Nosotros vivíamos eso pero a la vez también vivíamos lo de Valencia. Porque cuando terminábamos de trabajar también queríamos fiesta, como nuestros clientes. Así que el domingo por la tarde cenábamos algo y nos íbamos para Valencia. No quedaba otra. En una hora y tres cuartos me he plantado yo en la puerta del ACTV [ríe]. Pasamos tan rápido al lado de un coche de la Guardia Civil que ni se molestó en encender las luces.
A unos valencianos que subieron al Pont Aeri con pepas los camellos locales les quemaron el coche. La frase “menos buen rollo que esto no es Valencia” define los años de plomo de la máquina catalana.
Para los catalanes, el after era algo más duro; en Valencia seguían con su rollo happy: “Love is a shield” de Camouflage, “Manchester” de The Times… Los valencianos subían al Bypass, donde yo pinchaba cantaditas y hardcore, y deducían que el ambiente también era feliz. Pero aquí no podías perder de vista quien tenías a tu alrededor. Si venías de happy a un after catalán salías escaldado.
Si me permites que te diga esto, se te ve extrañamente lúcido y encima haces buena cara. No pareces un veterano de la máquina. ¿Cuál es tu secreto?
Si esta pregunta se la hicieses al Nando, por ejemplo, igual te diría que yo me la tomé más buena. Pero no es el caso [ríe]. Yo abusé como el que más. Pero llegó un momento, hace dieciséis años, cuando nació mi primera hija, en que me di cuenta de que ya no me apetecía salir tanto. Seguía con mis historias, haciendo bolos, pero cada vez menos. Y me di cuenta de que aquello no era mi futuro. Asimilé que había tenido mi nombrecillo y lo había pasado bien, pero que tenía que convertir aquello de vuelta en un hobby y volver a trabajar. Cogí un trabajo diurno, y que encima tenía que ver con lo que me gustaba (maquetar la revista DJ), y solo aceptaba bolos los fines de semana, y de vez en cuando. Y al final dije ja n’hi ha prou. Nos hemos reído, seguimos vivos y aún soy capaz de reconocer a la gente por la calle. Otra gente no ha querido dejarlo, o no se las ha visto venir.

Taller de llantas y maquineo. La sobriedad del frontal puede ser engañosa.
¿Te costó abandonar la trinchera dura de la máquina?
Yo aguantaba mucho, que conste. No era mi cuerpo el que me pedía parar. Era más bien que me estaba empezando a aburrir. Formé una familia, empecé a pensar en comprarme un piso, empecé a no gastar a lo loco, me junté con una persona que me centró, que era mi mujer de entonces. Todo contribuyó a mi decisión.
¿Los recuerdos que te quedan de Psicódromo y de la época de after periférico son todos buenos?
Imperan los buenos. Me mezclé con algunos personajes de dudosa reputación, pero la inmensa mayoría de situaciones y personas estuvieron muy bien. Este país a veces parece que esté lleno de locos, pero no hay tantos.
¿Nadie tenía unos bajones espantosos?
Había un Dj que se llamaba Buba y siempre decía que salía un jueves y se ponía de todo lo que pillaba. Alcohol, farlopa, speed. Hasta el lunes. Para que el bajón no te mate, el lunes te tienes que meter algo de speed. Cuando el speed te pone demasiado nervioso, te metes una pastilla. Al final vas a tener que dormir, así que al final te metes una raya de caballo. Cuando te despiertas…
Falleces.
No, esa tampoco era una opción [ríe]. Esta gente no tenía bajón porque nunca salía del colocón. Cuando se despertaban, se metían otra de speed. Y así hasta que el cuerpo colapsaba y se tiraban dos días durmiendo. Por tanto, pasaban el bajón durmiendo. Ese era el secreto de algunos. Yo sí tuve bajones. Pero el Psicódromo era una comuna. Si uno estaba tristón, alguno siempre le cogía y se lo llevaba a la cabina a poner unos discos. A mí lo que me ponía era pinchar. Me metía todo lo que quieras, pero lo que me alegraba era pinchar. Las drogas que tomaba eran las que iban bien con el trabajo. No tomaba cocaína porque me dejaba clavado, tomaba speed porque me permitía pinchar. Ese era mi método.
Kiko Amat
(Esta charla se incluyó, en formato drásticamente abreviado, en el artículo sobre los 30 años de Psicódromo que publiqué para El Periódico de Catalunya recientemente. Esta es la conversación sin cortes. Agradecemos a Pepebilly su tiempo y lucidez y visión, y a Álex Salgado, codirector de Ciudadano Fernando Gallego, que la hiciese posible. Todos los derechos son de Kiko Amat, pero si ustedes son nobles y citan la fuente el tío les dejará coger lo que deseen)
NANDO DIXKONTROL: «He estado tantas horas despierto como una persona de 180 años»
Uno de los temas centrales del documental Ciudadano Fernando Gallego es tu doble personalidad. ¿Quién está al mando en estos momentos, Fernando Gallego o Nando Dixkontrol?
Nunca sé quién soy. Ni tengo sensación de estar aquí. Cuando vengo a una entrevista de este tipo suelo ser el Nando Dixkontrol de la época Psicódromo y Ocho. El que conoce el público. El profesional. Lo que lo sucede es que a lo largo de los últimos meses, por culpa de mi separación, he sufrido frecuentes disociaciones. Estoy un poco enfadado con Nando Dixkontrol, porque no ha sabido estar a la altura. Siempre he tenido una vida emocional y sexual muy plena, y Nando no lleva bien lo de estar separado.
En el documental Ciudadano Fernando Gallego: baila o muere se habla de Nando Dixkontrol como una personalidad que creaste. ¿Controla Nando a Fernando?
Nando Dixkontrol no es un sosías, ni un aka. Es una parte de mí. Fernando no tiene ganas de luchar, bastante tiene con enfrentarse al día a día y a los problemas habituales de una persona normal y encima tratar de contentar a todos esos hijos de puta. Muchas veces no puede tirar adelante sin la ayuda de Nando.
Has dicho la palabra “normal”, pero tú eres lo contrario. Alguien que vive en la anormalidad desde siempre.
Eso me viene de pequeñito. Soy un excéntrico, simplemente. Siempre me ha gustado vestirme raro y hacer el payaso. Mamá diría que no hago el payaso, que tengo “vis dramática”, Papá diría que soy un puto actor de tragicomedia griega. En el documental aparecen varias imágenes de mi padre disfrazado. Esas fotos no pertenecen a un carnaval, era mi padre de promoción de cierto producto de una empresa de farmacopea. Mi padre inventó el “transformismo farmacéutico”. Siempre recuerdo ver a mi padre disfrazado. Luego me di cuenta de que aquel disfraz de Drácula que tanto me gustaba de niño también me iba bien para ir a ver a los Depeche Mode. Siempre he sido anormal, en ese sentido.
La palabra “evasión” es una de las más utilizadas en el filme. Parece que te gustan más el mito y la fantasía que la realidad.
A los fans no les entra en la cabeza la realidad. No quieren ver a Fernando Gallego; ese tío no tiene ninguna gracia. Yo he proyectado una imagen de mí mismo, estereotipada, en que mezclo el cómic, la cultura pop, la música. La gente aprecia ese personaje. Lo que sucede es que ese personaje, cuando termina la sesión, luego baja, recoge vasos, habla con la gente, ayuda a los camareros, y esa es otra realidad, quizás no tan glamurosa. La de una persona que trabaja en la escena de clubs, y que contribuye de forma modesta a ella.
“La ruta del exceso lleva al palacio de la sabiduría”. Una cita de Lord Byron que te encanta repetir. Pero a veces la ruta del exceso lleva directamente al sepelio.
Yo me debo haber equivocado de autopista, o tal vez traté de evitar pagar peaje, pero este último año ha sido el infierno de Dante y el descenso por los siete anillos.
Lo que trato de preguntar es si a largo plazo no sale más a cuenta aparcar el exceso para tener una carrera longeva. En lugar de “Baila o muere”, qué tal “Baila más sosegado”.
Cuando he intentado ir con calma ha sido mucho peor. Los problemas que aparecen son inauditos. Resulta que cuando intentas ser “normal” tienes que abandonar todo lo que te gusta. Dejas de hablar de tus temas preferidos, dejas de hacer lo único que te gusta hacer (pinchar discos), dejas de comunicarte a nivel artístico, dejas de vestirte como te da la gana, comer otras cosas. Tienes que tratar de entender lo que son la noche y el día… Empiezas a hacer lo que hace la gente. Se ve que la gente normal duerme, come, descansa, folla, ríe, llora. En los momentos que toca, incluso. Yo no soy así, claro. Alguna gente lleva mi ritmo durante dos días y luego se retiran. El noventa por ciento de la gente con la que tengo relación es gente que conocí en una discoteca. Pero esa gente lleva más o menos una vida normal, no viven en la discoteca, como yo. Cuando estoy solo, o sufriendo desamor, o lo que sea, nadie puede ayudarme. Estoy completamente solo.
Hay un momento del documental en que afirmas que la única cosa que no te abandonará nunca son los discos. ¿Es el arte mejor que la gente que lo produce?
[tajante] Sí. Y el arte existe, entre otras cosas, porque hay gente que piensa como yo. La dicotomía estriba en que también necesitas el contacto físico. Yo necesito que la gente me mire, me escuche, me piropee. Cuando pierdo eso, no hay arte. El arte nace de la necesidad que tienes de comunicarte con la gente. Y la gente te pide tu arte.
Cuando estás triste, ¿qué te salva, un disco o un amigo?
Un amigo. Al que conocí por un disco [ríe]. El vínculo siempre será la música. Las únicas tres personas que han existido en mi vida sin vinculación musical han sido mi padre, mi madre y mi hermana. La música lo es todo para mí. Si me meto en una conversación musical lo sé todo. Hablo demasiado. Vivo demasiado.
Tu vida se ha definido a menudo como “una vida a 180 bpm”.
He vivido rápido, pero también me he arrepentido de casi todo lo que he hecho. Me he arrepentido de los excesos, me he arrepentido de la soberbia, me he arrepentido del orgullo, me he arrepentido del enganche, me he arrepentido de la adicción. Y sin embargo, paradójicamente, si volviese a nacer haría lo mismo, solo que muchísimo más.
Hay gente que desfasa sin remordimientos. No parece ser tu caso. Tú desfasas con flagelación (según se deduce del documental).
Yo he estado muy mal. He tocado fondo de tal modo que he llegado a autolesionarme. Y te diré algo: me ha ido bien. Otra gente se autolesiona con programas de prevención del alcoholismo o la drogadicción. A mí, autolesionarme me mantuvo en mi sitio. Hacerme daño de forma consciente me ayudó a vivir con el dolor, y eso hace que al final no lo notes. Algunas personas se construyen una coraza con eso. El dolor les endurece. A mí no: el dolor me hizo más sensible, más vulnerable. El hambre me ha hecho reconocer el hambre ajena. Cuando yo he tenido algo, lo he repartido. Ahora que no tengo nada he tenido que pedir dinero para comer, para beber, para colocarme. El dinero lo es todo, pero hay algo más importante que el dinero, que son las ganas de vivir. Yo ahora no tengo muchísimas ganas de vivir, la verdad. Pero he vivido. Mi decálogo del DJ dice que #1 “Todo el mundo es DJ”, y #2 “Ser DJ es vivir dos veces”. Yo he vivido unas cinco. He estado tantas horas despierto en los últimos treinta años como una persona que tuviese 180 años de vida. Si ahora me muero, solo me sabría mal por mi hijo.
Me gusta que menciones lo de la coraza, porque te veo como alguien que va por el mundo sin parapetos de ningún tipo.
Un tipo con coraza no puede hacer mi trabajo. Pero a la vez ir sin murallas te hace más vulnerable, y he notado que la gente abusa de eso. Desde que salió el documental me he llevado unos chascos monumentales. En treinta años de carrera no he recibido ningún premio, ninguna nominación, ningún reconocimiento. Siempre me han rechazado. Pero ahora este documental sí ha ganado premios. ¿Tú crees que alguno de mis colegas me ha llamado para felicitarme? Y una mierda. Yo siempre he llamado para felicitar los logros de los demás. Es muy duro, ver que la gente es así. La gente cree que yo he llegado donde he llegado tocándome los cojones, pero he trabajado mucho. He hecho dinero, pero me lo he ganado.
El trabajo de DJ parece jauja pero es un tute, sin duda.
El oficio de DJ es el más raro del mundo. Y está muy poco explicado, casi no hay bibliografía seria, no se ha estudiado a fondo. Si yo llego a los ochenta años habré demostrado que se puede vivir de este oficio, que este te permite ser grande, que te permite sobrevivir… Pero no habré demostrado que es un “trabajo”. Nadie se lo cree. Y con razón. Porque no tiene pinta de ser un trabajo. ¿En qué otro trabajo del mundo puedes llegar borracho y enfarlopado, y ponerte a hacer cosas y que te salgan bien, y que no solo no te despidan, sino que encima te feliciten? Ahora se empieza a venerar al DJ, pero antes el discjockey era la última mierda del local, estaba en la esquina más asquerosa, escondido del público. Ahora, en parte gracias a mi trabajo, los DJs son considerados. El gran problema es que el DJ lo lleva todo. La responsabilidad es enorme. Si sale bien, todos están contentos, pero si sale mal, la culpa siempre es suya. En un grupo de rock’n’roll nunca pasaría eso. El DJ está siempre solo, como decía. Esa es su cruz.

«Gracias».
Si te consuela, el de escritor también es un oficio tradicionalmente solitario.
Por supuesto. El escritor acaba sumido en la alcoholemia, o pegándose un tiro en la cabeza. Les ha sucedido a todos los grandes. La soledad te vuelve loco, hagas lo que hagas.
Hablemos de música. Cuéntame, en tus palabras, cómo la escena vanguardista y moderna del bakalao valenciano llega a Barcelona y se transforma en…
No “llega”. Barcelona va a Valencia, y se empapa de esa cultura. El fenómeno del after es estrictamente barcelonés, en Valencia ni existe el concepto. No existe porque no hace falta. En Valencia lo que existe es la legalidad. En Barcelona, a partir del fatídico año, cuando se declara ilegal nuestra actividad, empiezan a cambiar las cosas. Se elimina el problema mediante la demonización. Se realiza una asociación entre nosotros y algunos individuos neonazis que acuden a nuestros clubs, y por mimetización parece que son de los nuestros. Todo el mundo tiene derecho a pensar lo que quiera mientras no haga daño a nadie, pero nosotros hemos pagado un sambenito muy duro por ello. Pagamos por los grupos violentos del fútbol de la época. Es una cabronada.
Psicódromo estuvo a punto de ser una discoteca acid house.
Intuíamos que aquel sería el último año del acid house, y nuestra intención era aprovecharlo. Pero no nos dieron el permiso hasta después del verano. Durante aquellos meses estuvimos saliendo y viendo como la música evolucionaba, y el acid se ahogó bajo su propio peso. Llegaron estructuras más electrónicas, los típicos cambios de los años que acaban en 9: pasó del 69 al 70, y también del 79 al 80. Y nos sucedió del 89 al 90, con la llegada de los nuevos grupos. Si llegamos a arrancar en mayo hubiese sido distinto. Al final lo que hicimos fue poner pop de guitarras en horario de noche y lo de batalla, el maquineo, de madrugada. Poníamos música fresca que nadie había comprado aún, de productores belgas, alemanes, americanos, que aún no estaban en boga porque dominaba el acid.
Al principio de todo tú pinchabas más negro y Pepebilly más blanco. ¿Es más o menos así?
Más o menos. Pepebilly no sabía nada de negro, él vivía de lo blanco, del rollo siniestro y tal, era el segundo DJ del 666. Yo pinchaba hip hop, ojo, no funky. Ponía Public Enemy siempre que lo pudiese mezclar con algo, hacía la remezcla de la remezcla, sobre un bombo de hip hop, a contragolpe, un bombo divertido y sabroso. Yo le enseñé a Pepebilly que aquel bombo podía encajar en cualquier parte. Le pasé la técnica de los que pinchábamos con negro y él tuvo la idea de mezclarlo con guitarras. Pero que conste que yo blanco ya pinchaba al principio de todo. Lo primero que pinché en la vida fue Kraftwerk, vamos.

Nando Dixkontrol riding the wheels of steel en Psicódromo (Pepebilly de fondo)
Recuérdanos algunas mezclas míticas del Psicódromo.
“Caravan of love” de The Housemartins con “The Godfather” de Sponie Gee. Otra: el “Last train home” del Pat Metheny Group mezclado con un corte de los Final Cut que en lugar de ir a 33 va a 45. Joder, se me saltan las lágrimas [se le humedecen los ojos]. Y la más mítica: Wim Mertens, el “Maximizing the audience”, mezclada con el “Body to body” de BiGod 20. Otra mezcla muy difícil era el segundo vals del hermano de Johann Strauss (no recuerdo su nombre), mezclada con una base del “Numbers” de Kraftwerk. Ahora ese loop se puede hacer digital, pero en la época tenías que cuadrar el loop 4 x 4 de Kraftwerk con el 3 x 3 del vals. Es una mezcla que no debería funcionar, matemáticamente es imposible meter 3 en 4 y lo contrario. Y el ritmo del vals no lo puedes tocar. Tienes que manejar en tiempo real el pitch de Kraftwerk para que en cada compás de cuatro tiempos uno se desacelere para encajar y el otro se acelere para recuperar. Yo cerraba los ojos y movía el pitch como si fuese un diapasón. Cuando me daba la sensación de que el vals subía la nota [canta el ritmo], bajaba el pitch. Y ahí encajaba.
Psicódromo empezó a triunfar gracias a aquella famosa redada.
Sí. La noche de la patada de la Ley Corcuera. Esa noche cerraron un montón de locales: el Ozono, el Ars, el KGB y el Otto Sutz. Existe la leyenda urbana de que yo lo sabía con antelación, porque el lema de Psicódromo era: “Si crees que todo está acabado, date una última oportunidad”. Pero eso solo hacía referencia al final del acid house, el final de los 80, que se imponía un principio revolucionario, volver a arrancar con lo básico: bombo contundente mezclado con una nota estridente, de guitarra o sintetizador. Era una invitación a los noventa, que iba a ser la cumbre de lo digital. La era del chip prodigioso. Y entonces tuvo lugar la redada: todo cerró durante varias semanas. Y de repente la gente vio aquel flyer raro de club raro, que estaba muy por debajo de la Gran Via, un local a la izquierda de Marina, en Pueblo Nuevo. En aquella época, Pueblo Nuevo no había pasado por la rehabilitación del Fórum, estaba en mitad de la nada, era una zona mercantil. Y allí en medio toda aquella gente topó con un local diáfano, absolutamente oscuro, con una sola luz en cabina, un local donde no se pagaba entrada (solo la primera consumición)… Un local permisivo. No teníamos etiqueta ni código de vestir. Solo se requería que entraras aseado, vestido y por tu propio pie.
Vuestro máximo de horas pinchando fueron… ¿Veinte?
Esa fue la famosa noche de San Juan. Eran las doce del mediodía y quedaban diez horas para cerrar. Por primera vez habíamos empalmado noche con madrugada, sin parar un par de horas para limpiar y rellenar neveras. La ley te permitía no cerrar esas dos horas, así que abrimos a las doce de la noche de Sant Joan, hasta las diez de la noche del día siguiente. Veintidós horas. A las doce del mediodía, cuando ya llevábamos doce horas seguidas, cogí el micro y grité: “son las doce del mediodía, quedan diez horas para cerrar… ¡a romperlo todo, hijos de puta!”. Y doscientos clientes empezaron a estrellar los vasos contra el suelo. A las seis de la tarde vino el jefe a por la recaudación. Eran millones de pesetas. Llevaba una Remington. Me dijo: “si un día te quieren pegar el palo, te lo pegan hoy o en año nuevo”. Me dijo: “en esta caja está el sueldo de todos, como habéis trabajado el doble, os pago el triple”. Antes de irse, ordenó que los camareros dejasen de currar y que la gente se sirviese sus propias bebidas, que todo era gratis. Los únicos que tenían que seguir currando éramos yo y Pepebilly. Nunca en la vida he vuelto a ver algo como eso. Ni Hugh Hefner había hecho algo así.
Aquella noche fue también una declaración de principios contra lo tradicional: ni hogueras, ni playas, ni música salsa, ni pachanga: nos encerramos en el puto garito a meter una sesión de maquineo industrial durante 22 horas. Estábamos del lado de las brujas. Me entra la risa cada vez que veo que el señor Laurent Garnier pincha una sesión de ocho horas seguidas, una vez al año. Nosotros, después de San Juan, ya no volvimos a cerrar, empalmamos cada fin de semana, de doce a doce de viernes a sábado, y lo mismo de sábado para domingo. Pinchábamos dos sesiones seguidas de doce horas, cada fin de semana.

Miembros de una iglesia. Varios representantes de la «comuna» de Psicódromo.
Antes decías que por culpa del público “nacional-maquinero” que empezó a frecuentar Psicódromo, la máquina de Barna cobró mala fama.
Sí. Pero todo eso sucedió al cabo de mucho tiempo. Entre el bacalao y Megatron van treinta años. La gente no se da cuenta del paso del tiempo porque yo siempre estoy allí, y parece que el reloj no avance. Pero el Psicódromo, cuando abrió en 1989, era considerado un local vanguardista. Los directores del Sònar iban siempre. Pinchábamos lo más avanzado. El Psicódromo generó una cultura muy especial, muy de Barcelona. No estaba mediatizado, no tenía que ver con la cultura mediática posterior. Nos lo hacíamos todo nosotros, comprábamos los discos nosotros. Familias enteras formaban parte del entorno del club. Los de los ochenta y noventa que sobrevivimos seguimos trabajando, siendo, iguales. Más viejos, tal vez. Más pobres, tal vez. Más tristes, seguro. Hay una edad a partir de la cual es difícil seguir trabajando de esto.
Eres un tipo con un gusto musical amplísimo que en Psicódromo pinchaba lo que le salía de las narices. Pero a partir de un momento parece que empiezas a ceñirte al gusto de tu público. Hablo de la etapa del Ocho, por ejemplo.
El Psicódromo venía de la cultura del ácido, de lo industrial, de los últimos coletazos del Newbeat, mezclado con el nuevo pop de Depeche Mode y gente así. La lógica dictaba que el Psicódromo mirara hacia Detroit, un sitio donde había habido mucha acción, pese a que Barcelona siempre ha sido un poco reacia a lo negroide. Lo que hicimos fue tirar hacia lo blanco. En todo caso, en la cultura de clubs de la época existía un ciclo que hacía que cuando tenías una cierta edad, abandonabas el entorno. Mucha gente lo dio todo durante seis años y no volvió nunca más a verme. Desapareció, y otra gente ocupó su lugar. Claro, lo que sucedía si trabajabas de DJ era que de golpe te encontrabas ante una nueva audiencia. Gente que no tenía tus raíces, que no había vivido lo que tú. Y entonces intentabas algo muy difícil, que era dejar una impronta consiguiendo regenerar tu pasado para una nueva generación. Y, si podía ser, que los viejos regresaran. Para eso tenías que estar un paso delante, ser el más rápido, tener los mejores aparatos.
Pero, como dice Pepebilly en el documental, “el eclecticismo se va al garete”.
Paco de Lucía llegó un momento en que ya había tocado techo, ya tocaba mejor que nadie en el mundo, y entonces compuso “Entre dos aguas”. Era el siguiente paso. Yo, como DJ, llegó un momento en que ya lo sabía hacer todo, y mejor que nadie. A partir de allí, lo que me la ponía dura era “componer”, para una nueva audiencia, con un nuevo mensaje, en un nuevo club. Volver a crear. Y sigues teniendo tu colección de discos. Lo que cambia es lo que te rodea.
Pero cuando tú en Ocho haces de la máquina algo masivo, ¿no te da la sensación de que has tenido que aparcar la vanguardia?
Sí. Y te da la sensación de que has quedado encasillado a un sonido. Pero te sacrificas porque el local está montado por alguien que confió en ti, ves la ilusión en los ojos de tu nueva audiencia… Y tú, lo que quieres, no nos engañemos, es seguir estando allí arriba, de la forma que sea. Aunque tengas que prostituir un poco tu arte. Pero sigue estando de puta madre, porque yo creo que, ya puestos a chuparla, se la chupas a quien la tiene más larga. Tú haces de esa nueva necesidad, de esa nueva obligación, tu vida. Te consagras a eso. Y a mí me gusta que vengan chavales de veinte o venticuatro años, gente que no conoció Psicódromo, ni el Ocho, a decirme que gracias a mí han descubierto esto o aquello. Siempre existirá una nueva subcultura.
Da la impresión de que la gente de la cultura y la modernidad le dieron la espalda completamente a la máquina, y a ti, cuando esta emprendió su camino más radical (o más populista).
Esa gente no tiene ni puta idea. No ven el esfuerzo y el trabajo que ha tenido que realizar esa persona para cambiar su trabajo y crear un nuevo camino. Un uno por ciento de ellos son los que ahora te respetan y vienen a verte de vez en cuando, porque veinticinco años después se han dado cuenta del valor de lo que hacías. No sé por qué estamos haciendo esta entrevista, porque lo que tendría que hacer es [se pone en pie, empieza a gritar] tirarte ese papel, lanzarte la grabadora a la cara, cogerte del cuello y llevarte a mi local, una hora de sesión, y entonces lo entenderías. Y entonces no me harías una entrevista, sino que estarías luchando en la calle para que me hicieran un puto monumento. Porque soy Nando Dixkontrol, porque llevo toda la vida intentando que este trabajo se dignifique y se glorifique. [vuelve a sentarse]. No por mí mismo, ni por la fama, sino para que los artistas tengan posibilidad de prevalecer. Prevalecer. Da igual si no les gusta lo que hicimos, pero que entiendan el por qué lo hicimos. Hasta un músico de la calle tiene más posibilidades que yo. Lo mío es muy difícil. Lo mío es una puta fábrica. Y como un director de fábrica cada día tengo que inventar algo para que la gente venga y compre mi producto.

Un repeinao Nando, de nuevo en la cabina de Psicódromo, en algún momento de 1990-91
Pese a lo mucho que te ha puteado Barcelona (bueno, el ayuntamiento), sigues amándola.
A mí no me puteó el ayuntamiento, me puteó Pasqual Maragall. Él no era el ayuntamiento. Jordi Pujol era un puto ladrón, no la Generalitat. Los malos no son la policía, los malos son los que abusan del poder. Esta ciudad es la mejor ciudad del mundo. Aquí ha empezado todo. Cuando nos den la razón, estaremos muertos.
Por qué aquí. Por qué Barcelona.
Barcelona es como Ibiza. Ibiza es pequeña para encontrarte y jodidamente confusa para perderte. Barna es una de las grandes capitales del mundo y no hay nada como pasear por el paseo de Gràcia, no hay nada como subir al Tibidabo, no hay nada como irte a Montjuic, no hay nada como bajar por las Ramblas. Te diré algo que nadie sabe: entre las cuatro y media y las cinco y media de la tarde cualquier día laborable, de cada año, tú puedes atravesar la calle Ausias March por el carril central, contra dirección, sin que te atropelle ningún coche [¿]. Hay momentos en el espacio tiempo en que Barcelona se convierte en un remanso de paz increíble. Vete a redescubrir Montjuic, y no por el cruising. En Estados Unidos ya habrían hecho películas en él, de ciencia ficción o de terror. Barcelona es un fuerte, como los de las películas de los indios. Estamos en un punto geográfico perfecto para ser como somos. Rodeados de montañas, con ríos y por mar, un lugar de paso desde hace más de mil años, pegados a Francia, pocas ciudades de Europa tienen nuestra cultura, y tienen un idioma propio, y han luchado por sus intereses como la nuestra. Pocas ciudades de Europa tienen algo como el puto Sónar. El Sónar es la consecuencia directa de Barcelona. ¿Te tiene que gustar la sardana para ser de Barcelona?
Decididamente no.
Claro que no. Esto es una ciudad que permite a todo el mundo ser como le dé la gana. Aquí la gente ha hecho lo que ha querido siempre. Vale, Franco les jodió bastante. Pero no tanto como algunos dicen. Aquí la gente vino a hacerse un hueco y a encontrar un hogar y vinieron de todas partes y a sus hijos les llamaron Jordi. Es una ciudad de oportunidades. Una ciudad donde al extranjero se le da cancha.
Los madrileños creen que viven en el mejor lugar del mundo, mientras que los barceloneses siempre critican a su propia ciudad. Dos perspectivas distintas.
Pues que no me entere yo de que alguien se mete con Barna, que le pego una patada en los cojones. Yo me puedo quejar de muchas cosas, de que mi mujer me ha dejado, por ejemplo, pero jamás me oirás quejarme de Barcelona. Hasta el nombre es bonito. Debería tener una melodía fija. Que tuvieses que decirlo siempre cantando. Mariscal lo pilló bien en aquella camiseta: Bar. Cel. Ona. Yo intenté hacer una canción que se llamaba simplemente “Barcelona” [canta]: “Barcelona / te despiertas / Barcelona / siempre abierta / Barcelona / todo el día / Barcelona/ Tú lo sabes…”.
¿Crees que la demonización de la máquina tiene que ver con el entorno de extrarradio al que se le condenó, tras la ilegalización de los afters urbanos?
No. La demonización de la máquina vino por la ropa de camuflaje, la gente del fútbol y la drogadicción masiva. El público maquinero, al contrario que el de otras tribus, se drogaba de forma pública. Incluso Nando Dixkontrol no ocultaba su drogadicción. Los principales garitos de lo nuestro siempre han funcionado en la periferia. En Madrid podías ir a un club que estaba debajo de la puta estación de Atocha, porque en Madrid está el Estado, el ejército, la Iglesia y el Gobierno. Aquí, para pertenecer en suelo urbano, tenías que conocer a un concejal de tal y cual, gente muy poco abierta a lo nuestro, y ya para eso te ibas directamente a la periferia, donde los alcaldes eran accesibles y no te ponían tantas trabas, la mayoría eran rojos, venían del entorno social. Los barrios rojos siempre dan cancha a los clubes, porque tienen una necesidad de mover a su gente, de tenerla controlada y de sacarle un beneficio.
Por eso os llevasteis la máquina a Cornellà.
Bueno, Cornellà ya estaba en el mapa, pero por la mala fama que tenía. Lo que hicimos con el Ocho, por ejemplo, fue poner: Disco Ocho, Barcelona, salida 5, Ronda de Dalt. Era nuestro esperanto para evitar relacionar el club con ningún municipio. Y el alcalde encantado. Porque si el Ocho iba bien, el alcalde sacaba lo suyo, le dábamos cada año un 5% para el Hogar de Ancianos y toda la pesca. Pero si iba mal, no se decía Cornellà en ningún momento. Se popularizó lo de coger el coche e irse fuera, la gente de Barcelona se iba a l’Hospitalet, unos follaban con otros, se establecía una comunicación Barna-extrarradio. Y era guapo, lo de conducir unos pocos kilómetros y llegar allí, a aquel sitio tan sosegado, en mitad de la nada, donde parecía que había caído la bomba atómica. Nosotros dignificamos aquellos espacios fríos, oscuros, obsoletos, de periferia, y los transformamos en sitios de algarabía, donde había vida. Con un bumba-bumba al que todo el mundo se apunta.
En el documental hay un momento en que sacas de detrás de un sofá el cartel original de Psicódromo, que llevas guardando desde que la noche de su cierre. ¿Dirías que eres una persona nostálgica?
No, yo siempre miro adelante. Me gustan las nuevas tecnologías. Me gusta pinchar matraca dura y tecno duro. Me gusta meter tres o cuatro cosas a la vez. Pero nunca me lo van a permitir. Si me dejasen una sola noche, en el Sónar, delante de cinco mil personas, hacer todo lo que sé hacer, y que llevo veinticinco años haciendo, eso lo cambiaría todo, y ellos lo saben. Pero cada año me veo obligado a llamar a Ricard Robles y pedirle unas entraditas.
¿Te sientes injustamente tratado?
Sí. Pero no por ellos. No por el público, o por el Sónar. Por las circunstancias. Las prostitutas se pueden anunciar en un gran periódico pero está prohibido montar una fiesta a las seis de la mañana. Esto es injusto. La gente tiene derecho a bailar cuando sale el sol, tiene derecho a estar de fiesta mayor y divertirse.
¿Un sitio como el Psicódromo, donde pinchabais más de veinte horas seguidas, y de hecho vivíais allí, se puede repetir?
Sí. Está ocurriendo ahora mismo. Siempre habrá personas que querrán hacer eso, porque lo necesitan, porque no quieren vivir como el resto de la gente. Ellos lo harán por amor, con un sentimiento noble, sin saber si están empezando algo o se les homenajearan con un treinta aniversario. Pasarán desapercibidos, tal vez. No prevalecerán. Porque, a ver, ¿por qué en esta ciudad se pueden hacer fiestas para ancianos, para niños, para todo Dios, y no se puede hacer una para nosotros? Si un ayuntamiento es capaz de normalizar las hogueras de San Juan, por qué no puede ser capaz de darle a lo nuestro una ley que lo normalice. Han hecho leyes para lo de fumar, regulando dónde se puede y donde no. Que nos den leyes para la fiesta de after. Las cumpliremos. El acceso, el agua gratis, los párquings de tal capacidad. Lo cumpliremos todo. Nos dijeron que chapáramos el Ocho y chapamos. Fuimos el único local que chapó. Los maquineros de Barcelona cumplieron la ley; no somos ilegales. Somos gente honrada.
Cuéntame una anécdota del Psicódromo que no le hayas contado nunca a nadie. Se otorgan puntos por bizarría.
Pues resulta que en aquella época teníamos un amigo que se llamaba Toti. Para nosotros era muy viejo, pero debía tener sobre los cincuenta. Trabajaba de encargado en un bar de putas de Pedralbes. Nosotros íbamos a menudo a tomarla a esos bares, pero no por las putas, sino porque eran los que estaban abiertos toda la noche. De hecho, las putas se alegraban de vernos porque pagábamos todas las copas y no queríamos follar. Toti era el que controlaba que los clientes no desfasaran, hablando claro. Era un señor bajito con una gran capacidad para el disfraz. Nos hicimos amigos. El Toti se acostumbró a venir al Psicódromo cuando acababa su turno, a las seis o las siete de la mañana. Solía venir con una puta en cada brazo, y disfrazado de amo de plantación, por ejemplo. Entonces simulaba encadenar a las putas a una columna del Psicódromo, y les ordenaba bailar, como si fuesen sus esclavas. Todo en cachondeo, claro. Otro día vino de sadomaso y dos eslovacas le zurraban a él. Un día vino de torero con dos españolas, esta vez, que le hicieron el paseíllo. Y entonces un día vino sin disfraz. Yo estaba haciendo una mezcla a tres platos y ni me enteré, y eso que normalmente era imposible no enterarte de que había llegado, porque el tío era un espectáculo.
Aquel día fue directo a la cabina y le dijo a Pepebilly: “eh, tú, el del flequillo de portaviones… (Pepebilly por aquella época llevaba tupé psychobilly)… Dile a tu jefe que venga, que aquí le traigo un regalo maestro”. Me fui para allí, y el Toti me entrega una caja de auriculares AKG 101, que eran los auriculares que usábamos en Psicódromo. Cojo la caja, y de golpe noto que se mueve. Acojonado, la dejo encima de un plato vacío. la caja, allí girando. Le digo al Toti: “tío, que la caja se mueve”. Y no por el plato. Él me dice: “no te jode, claro que se mueve, como que os he traído una gallina” [ríe]. Como si le hubiese escuchado, la gallina entonces va y cacarea. Estaba viva. El Toti me dice que la ha traído para que se la tiremos a la gente, que está cansado de lo de los disfraces y las putas y hoy quería hacer algo más espectacular. Y dicho y hecho, me voy al micrófono y digo: “queridos clientes , gracias a la generosidad de nuestro cliente Toti, hoy vamos a arrojar una gallina viva desde la cabina”. Y la tiramos. Cayó al suelo. La gente intentó cogerla, pero era imposible. Es muy difícil, coger a una gallina viva. En Rocky II lo dicen: “si puedes atrapar a una gallina serás más rápido que tu contrincante”. Estuvo toda la madrugada pul7ulando por el club, revoloteando de aquí para allá. Al final la gallina escapó volando, cuando abrimos, ya al mediodía. Volando. Volando de verdad. Es un hecho poco conocido, pero las gallinas pueden volar como cualquier otro pájaro, en situaciones extremas. La gallina salió volando y se metió por debajo del puente que hay al lado del Psicódromo, el de la vía del tren. Y lo siguiente que sucedió no te lo puedo contar, porque es demasiado fuerte y además no se lo creería nadie.
Kiko Amat
(Esta es la entrevista sin cortes que le hice a Nando Dixkontrol para mi pieza sobre el aniversario del club Psicódromo en El Periódico de Catalunya. En la pieza aparecía solo un 10% de la charla, que les cuelgo aquí para su asombro, terror, admiración y disfrute. Todos los derechos son de Kiko Amat. Si cortan, usan, repiten beodos en bares, difunden en guarsap, citen la fuente o su autor les maldecirá. Mi agradecimiento a Nando Dixkontrol, por prestarse a la conversación, y a Álex Salgado, co-director del documental Ciudadano Fernando Gallego: baila o muere, por hacerla posible)
Psicódromo: fiesta en el templo maldito
El pasado 23 de septiembre publiqué una doble paginaca en El Periódico de Catalunya sobre el extinto club Psicódromo, cuna de la máquina barcelonesa, que celebraba el 30avo aniversario de su inauguración en una semana, el 28 de septiembre del 2019, con pase de documental incluído (el formidable Ciudadano Fernando Gallego: baila o muere, sobre la vida de Dixkontrol, que les recomiendo encarecidamente).
La pieza, que me encantó escribir, constaba de una intro en primerísima persona (mi primera vez en Psicódromo, a los diecisiete añines) y dos entrevistas de tamaño medio, una a Nando Dixkontrol y la otra a Pepebilly, los dos DJs originales y mitiquísimos de Psicódromo.
Pueden leer todo aquello en estos comodísimos tres links: chunda, chunda y chunda.
Podrán leer las entrevistas sin cortes en nada, en dos minutos, cuando me ponga a ello.