De lo que se come se cría, dicen, y nada (en el pop) surge de debajo de una seta. Jaime Urrutia, líder de Gabinete Caligari y compositor de sus hits, nos lanza las pistas de su arte en un libro, Canciones para enmarcar (Larousse, 2014), que es una carta de amor al rock’n’roll, al punk y la nueva ola; pero también a los tangos y los pasodobles.
Allí está. Jaime Urrutia. La cara más reconocible del pop español de los 80, y autor de algunos de sus éxitos más populares. Cuando yo hice la mili en 1990, “La culpa fue del cha-cha-chá” de Gabinete Caligari era la canción. Sonaba en todas partes, pegadiza como la electricidad estática. Pero no estamos aquí para hablar de ella, sino para excavar en el cancionero que sentó los cimientos del músico.
Cuando yo llego al bar, un mesón cerca de Las Ventas, Urrutia ya está allí, tomando una cerveza en la terraza y ojeando su libro. Va muy tapado para el tiempo que hace, con camisa, jersey y americana. “Estos cambios de tiempo me dejan hecho polvo”, me suelta, cuando me siento. Su cara, llena de rasgos exagerados, una faz goyesca, continúa igual; aunque los elementos han hecho cierta mella en ella. Y entonces está la voz. Aquella voz.
En el libro citas a Rocío Jurado, quien dijo de Camarón: “este chico tiene un viejo en la tripa”. Pero tu voz es muy inusual, también. La voz más reconocible de la nueva ola española, casi.
Cuando empezamos todos en la Movida, cuando estaba yo en Ejecutivos Agresivos (mi primera banda), nadie quería cantar. Yo no sabía cantar particularmente. De pequeño estaba en el coro del colegio, sabía entonar y afinar, pero me daba mucho corte eso de ser el frontman. Yo componía y me gustaba ser guitarrista, y ya está. Lo que yo quería ser era guitarrista rítmico como Sabino Méndez en Los Trogloditas, que también componía, y estar en un segundo plano escénico. Lo de cantar vino por necesidad. Ferni y mis amigos de Gabinete no cantaban. Al final, cuando empecé a componer ya dije que quería cantarlas yo, porque cuando compones algo tú eres quien mejor sabe de qué va. No me quedó mas remedio que aprender. No soy un cantante al uso. Me influyó mucho Ian Curtis en Joy Division, aquella voz tan grave. Mi tono natural es parecido. También me gustaba mucho Jim Morrison. Y al empezar a hacer canciones oscuras y siniestras les pegaba aquel tono Ian Curtis. [canta con voz gutural] “Golpes, golpes, dónde están tus golpes…”. Yo aprendí a cantar en los escenarios, vaya. Nunca he ido a clases de canto ni me ha interesado, pero el cuerpo humano es muy sabio, tu propia fisionomía va aprendiendo. Ahora creo que ya sé cómo funciona.
Lo importante, en cualquier caso, es que sea reconocible, ¿no? O sea, hablamos de rock’n’roll. No pasa nada si uno desafina un poco.
A mí me gusta eso. Hay gente que odia mi voz. Es como la de Bunbury; no deja a nadie indiferente. Eduardo Haro Ibars, que era muy amigo mío, me decía: “si quieres meterte en un grupo de rock tienes que tener personalidad y distinguirte”. Gabinete y mi voz son algo identificable.
Hay un capítulo en tu libro sobre Malevaje y los tangos. Me intriga, porque yo he intentado realizar el paso de que me gusten, y resultó imposible. Me resulta un lenguaje extraño. Pero las letras sí me chiflan. Citas aquella de “me revienta tu presencia / pagaría por no verte”.
[continúa cantando la letra] “Hasta el nombre te has cambiado / Como cambiaste de suerte / Ya no sós ni Margarita / Ahora te llaman Margot”. Qué bonito.
En el libro esa canción te sirve de excusa para hablar de rupturas y desengaños amorosos.
Sí. En la época de Gabinete tuve un desengaño amoroso muy fuerte. Era el 1986, cuando ya teníamos cierto éxito. Todo el disco de Camino Soria está dedicado a esa ruptura. Estaba realmente jodido. Me dejó una chica con la que llevaba cuatro años. Toca en algún disco de Gabinete, era la hermana del bajista de Derribos Arias. Me dejó porque se dedicaba a la ópera, y cada vez que aparecía en TV tocando teclas con nosotros su padre le echaba la bronca. Finalmente decidió que me tenía que dejar. El desamor es lo mejor para escribir canciones. Yo viví una experiencia muy rara: el grupo triunfaba, teníamos 80 bolos, vendíamos 100.000 discos, pero por dentro yo llevaba todo eso. Al componer canciones de desamor me venían baladas de los Beatles, o de los Stones, me venían blueses. Está la canción “La sangre de tu tristeza”, que está inspirada en el Buenos días tristeza de Francoise Sagan. Es un disco conceptual, Camino Soria. Las mejores canciones salen de la desgracia.
Nick Hornby se preguntaba en Alta fidelidad: “¿Qué fue primero: La música o la tristeza? ¿Escuchaba música pop porque estaba triste? ¿O estaba triste porque escuchaba música pop?”.
Es el huevo o la gallina [ríe]. Hombre, imagino que lo primero es la melancolía del hombre. Antes de tener instrumentos, el ser primitivo sentiría ya esa sensación de abandono cuando le dejaba una mujer, supongo. El amor es lo que mueve el 90% de las buenas canciones. Y de las malas también.
¿Las circunstancias oprobiosas que rodean a un disco le amargan el disfrute del mismo al artista? ¿Piensas en Camino Soria y recuerdas el dolor?
Pienso solo en la alegría. El dolor se quedó en aquellas canciones. Solo queda una pequeña cicatriz. El tiempo pasa, y que le den por culo a aquella chica [ríe]. La vida ha evolucionado y tengo a otra chica que me quiere ahora. No, el disco aquel ayudó a limpiar la herida.
Hablas de tauromaquia en el capítulo sobre Antonio Molina y “Yo quiero ser mataor”…
Yo soy aficionado a los toros, y he sufrido ataques acojonantes a mi Facebook. Los antitaurinos pueden ser muy violentos. En los ochenta el tema no estaba tan jodido como ahora. Yo voy con mis amigos y soy aficionado, pero tampoco quiero hablar demasiado de ello. Mi padre era escritor y crítico taurino en Madrid, un periódico que cerró Franco por aquella editorial de “Retirarse a tiempo”. Mi abuelo por parte de madre fue empresario de la plaza de toros de Málaga. Mi padre ganó la guerra con los Nacionales, no era nada izquierdoso, iba a misa y era muy cristiano. En mi casa, en lugar de “niños, al cine” era “niños, a los toros”. Mi padre tenía siempre entradas, que le enviaban los matadores.
¿Lo recuerdas con terror o con excitación?
Con excitación. Lo escribí una vez en El País y volvieron a atacarme el Facebook [pone cara de resignación estoica]. Me alucinaba el espectáculo en general. Piensa en que fui allí con 7 o 8 años. Me gustaba cómo iba vestido el torero, el ambiente de la plaza… Pero (y esto es la razón por la que me atacaron) entonces no sentía dolor por el toro. Mira por dónde que ahora sí lo siento más. El domingo pasado fui a los toros, y toda la parte en que el toro vomita sangre… Te lo juro, no me gustó. Pero en mi casa se respiraba ambiente taurino, eso es indiscutible. Recuerdo una vez en que vino a casa Antonio Bienvenida, que era un torero famosísimo, y mi padre le entrevistó. Durante una época lo dejé bastante. En la época de los grupos llevé alguna vez a mis amigos, pero nunca he sido abanderado del tema. Cuando Patricia Godes dijo que Gabinete hacíamos “rock torero” me gustó, ayudó a etiquetar al grupo. En mi casa había discos de pasodobles taurinos, y me gustaba mucho el sonido, yo jugaba a torear en casa. El pasodoble no va solo de toros, y son maravillosos, se aprende mucho de ellos.
Gabinete siempre han estado fascinados por la IIª Guerra Mundial, y vuelves a hablar de ello en el capítulo de “Lili Marlen”.
Me sigue fascinando. Lo digo en el libro, una de las razones de esa fascinación es la cercanía en el tiempo. Yo soy del 58, y la guerra terminó en el 45. Son solo 13 años de diferencia, un poco más y me veo allí metido en la mierda. Es el holocausto y son los nazis, claro. Recuerdo que a clase de religión el cura trajo un libro del holocausto, y me impresionó mucho. Tenía 12 años, pero me duró hasta el día de hoy. Es algo muy fuerte y muy dramático. Los nazis, con su poderío y forma de vestirse, esa forma de dar miedo a la gente…
La teatralidad. Todo estaba muy estudiado desde un punto de vista escénico; piensa en los montajes de Goebbels.
Sí, era la parafernalia. Cuando empezamos Gabinete nos fijábamos en Warsaw, de Joy Division, que incluso se habían llegado a llamar así. Y usaban imágenes de nazis, cosas de ese tipo. El nombre Joy Division hace referencia a la “división de la alegría”, las putas de los campos nazis. Era un tema tétrico que nos iba bien al comienzo del grupo. Nuestra canción “Tren especial” hablaba de los campos. ¿Tú también eres aficionado?
Sí. Me interesa mucho la caída, la vuelta a la realidad, el shock del final. Aquellos hombres creían que el Reich iba a durar mil años, literalmente. Y de repente su visión del mundo quedó borrada de la faz de la tierra.
Sí. Es muy fuerte. El otro día un periódico digital hablaba de la ciudad que quería construir Hitler.
Germania.
Sí. Efectivamente. Germania. Claro, nosotros no hemos vivido la guerra. Esto que vivimos es una mierda, pero no es aquello.
Sí, somos algo menos viriles, creo yo.
[carcajada] Cierto. Lo vivieron nuestros abuelos y padres. Mi padre estuvo preso, y escribió un libro sobre el tema.
Los primeros Gabinete usaban bastante parafernalia militar. Lo que os ocasionó más de un problema, como es bien sabido.
Bueno, la cosa venía de los Sex Pistols y los punks, con sus cruces gamadas, los Clash llevaban ropa paramilitar…
Incluso Keith Moon y Vivien Stanshall se habían vestido de oficiales de las SS. Los muy colgaos.
Sí, y también Brian Jones de los Rolling Stones. De hecho, utilizamos esa imagen en el “Obediencia” de Gabinete. Era porque la estética era bonita y acojonante. Y en aquella época tenías que epatar. Por eso dije aquello de “Hola, somos Gabinete Caligari y somos nazis”.
¿No era “y somos fascistas”?
Eso, fascistas. No dije nazis. Eso fue en el 81. En aquella época estábamos en plena transición, todo el mundo iba de colega y del PSOE y de que nadie había sido fascista. Y nosotros queríamos epatar. Eduardo Benavente lo hacía más por la vía del sadomaso, y nosotros lo hacíamos por lo cultural e histórico. Nos costó muchos disgustos. Tuvimos amenazas de ETA en el País Vasco. En Andoain, Guipúzcoa, nos llegó a avisar el alcalde del pueblo. El Egin nos llamó fascistas también, cuando ya hacía ocho años que habíamos dicho la frase epatante. Mis amigos me dijeron que me había pasado un poco, pero yo me había tomado dos güisquis, era el primer concierto de Gabinete, en el Rock-Ola… Yo qué sé. Son pecados de juventud. Me arrepiento.
En el capítulo sobre los Ramones dices una frase que encuentro encomiable, pero que me descolocó un poco. Afirmas: “yo soy y me considero punk, y siempre lo diré”. ¿Que querías decir por “punk”?
Viene un poco a cuento de lo que decíamos antes, del “Hola, Somos Gabinete Caligari y somos fascistas”. Es mi generación. Yo soy del 58, y tenía 20 años en el 1978. Pistols, Ramones, Clash… Son la música de mi generación. Como grupo, Gabinete nunca fuimos punkis, hicimos algo más personal. Pero me considero de esa época y soy punk y pienso como un punk, aún hoy.
¿En cuanto a rechazo al sistema establecido, quieres decir?
Sí, en rechazo al sistema, efectivamente. Aunque eso siempre lo ha hecho el rock de toda la vida. Lennon era un punk también. El rock tiene ese punto de rebeldía, y de rechazar las normas y al establishment. Te rebelas contra lo que te echen. Ahora lo veo todo más dulcificado.
Gabinete usabais un tipo de ironía muy particular, pero como teníais cara de serios todo el mundo se tomaba al pie de la letra lo que decíais.
Eso es cierto. Algunos periodistas se asustaban con nosotros, nos decían “pero sonríe un poco en las fotos”. Pero nosotros no sonreímos. Los tres, de pura casualidad, éramos de gesto serio. No sabíamos sonreír. Nuestras letras del principio eran muy serias: “Obediencia”, “Por qué perdimos Berlín”… Pero entonces vino la mili, y yo pasé de escuchar aquellos grupos modernos del Rock-Ola a Los Chichos, y rumbita, y música española. Aquello fue fundamental. Nos dimos cuenta de que había otro mundo fuera del Rock-Ola. “Al calor del amor en un bar” éramos nosotros decidiéndonos a hablar de lo que hacíamos realmente todo el día, que era estar en bares. Y además contarlo en plan festivo. “Caray” está dedicada a Elvis Presley, a un tío que va de chulo por la vida. En una letra puedes dar ese punto de ironía, no tanto de rollo cómico.
No, claro. Hay gente que las confunde, y de forma letal.
A mí siempre me han jodido los grupos cómicos. En los ochenta había muchos grupos que iban de graciosetes, de ja-ja y la risa, y a mí me dolía. Porque la música pop es algo muy serio. Puede incluir cierto humor, pero muchos grupos triunfaron solo haciendo bromas.
A Siniestro Total los perdonamos, ¿no?
[ríe] A Siniestro se lo perdono todo. Hay que darles de comer aparte.
Mencionabas lo de la mili. Me interesa ese fenómeno de chavales de clase media, y que encima venían del elitismo de la Movida, que de golpe se topan con todos aquellos reclutas tirando a pollinos. Y veis la luz, y os lo empezáis a pasar bien.
Nosotros nos conocimos en la universidad. Armamos Gabinete en el 81, el disco empieza a sonar en Ordovás, tenemos cierto éxito… Entonces decidimos cancelar las prórrogas por estudios e irnos los tres a la mili. A la vez. Porque ya veíamos que el futuro iba a ser Gabinete Caligari, y queríamos sacarnos la puta mili de en medio. La mili rompía muchos grupos. Tenías 18 años y te llegaba la carta aquella que te ordenaba ir a “tallarte”. Y en tres meses te enviaban 18 meses fuera de casa. Grandes grupos de rock de aquí quedaron destruidos por eso, pero Gabinete fuimos muy listos. Con dos cojones, fuimos a la mili, sacamos “Obediencia” para que no se perdiese el interés, y seguimos con nuestra carrera. Ferni, por cierto, se libró por excedente de cupo, y él se quedó a dirigir la operación, llevar Tres Cipreses, organizar las entrevistas… Yo tuve peor suerte, porque me destinaron a un pueblo, sin pase de pernocta, y estuve más jodido. Pero allí nos encontramos a los pollinos (con todos mis respetos). Incluso alguno me jodía porque sabía que yo había estado en un grupo de rock. Pero la radio estaba conectada todo el día, y escuchaba sin parar la radiofórmula, el soniquete, y eso me abrió las miras para poder hacer “Sangre española”, por ejemplo.
Tu libro está lleno de canciones de infancia y adolescencia. Parece que das la razón a la vieja teoría de Billy Childish: “lo que te gusta a los 17, es lo que realmente te gusta”.
Es cierto. Mucha gente me dirá que no hay nada moderno en el libro. Todo son cosas de mi juventud. Son las que marcaron mi vida. Lo moderno ya no me marca, tengo la piel demasiado curtida. Esa corteza impide que me impresionen ya ciertas cosas. En cambio a los 17 te impresiona todo.
Hablando de los 17. De muy jovenzuelos tuvisteis una etapa medio mod, ¿no? “Mari Pili”, aquel ska bullanguero que sacasteis con Ejecutivos Agresivos, era un hit en los bares de mi pueblo.
En el 81 fue casi canción del verano, y mira que estaba mal grabada. Era de Poch. Lo mod nos venía de que yo era muy fan de los Kinks, que no eran mods tan descarados como los Who. Pero tenían su filosofía inglesa y dandi. Y en Madrid fue por el estreno de Quadrophenia y The Kids are Alright. Ya había pasado el punk, pero aquello fue un subidón. Los Ejecutivos pillamos la pasión por el R&B de los sesenta, los Kinks, incluso Beatles y Rolling Stones. Un pre-grupo de Gabinete se llamó Los Dandies, por el “Dandy” de los Kinks. En tres años pasó de todo. Nos pilló a los veinte, había modas cada mes. No había mucha información, no era como ahora.
Creo que eso era bueno para la creación musical. Tenías una pizca de información, y el resto lo rellenabas a fuerza de imaginación.
Sí, había mucha ilusión por hacer cosas. Imaginarte tu grupo en plan infantil, todo eso. No sé si ahora hay sobredosis de la información, como cantaban P.I.L. en 1988.
Había una época en que todo el mundo parecía mod, en Madrid. Uno de La Unión era mod. Todo Dios se apuntó al rollo.
[ilusionado] ¡Mario, el guitarrista de La Unión! Es verdad. Éramos una pandilla bastante numerosa. Yo no llegué ni a tener parka, pero iba con mi chaquetilla y mi corbata. El grupo más mod de Madrid eran Los Elegantes, cuando tenían al Chicarrón de cantante. Duró muy poco, pero eran noches de soul y anfetas en el Rock-Ola, y estar por ahí a las doce de la mañana con la mandíbula hecha polvo.
¿Qué anfetas tomabais?
Minilip. Bustaid se encontraba menos. Y alguna Dexedrina, de vez en cuando. Unas cápsulas con bolitas. El Minilip era una pastillita blanca. Te digo una cosa: la única vez que me he querido suicidar en mi puta vida fue durante un bajón de anfetas. No las he vuelto a probar. Me pasé tres días sin dormir, cagüen Dios.
Un momento interesante de Gabinete es cuando pasáis de querer ser The Jam a querer ser Joy Division.
Una persona clave en la historia de Gabinete fue Eduardo Benavente. Él había hecho un casting con los Pegamoides, cuando “Bailando”. Pegamoides tuvieron éxito y empezaron a ir a Londres y de allí traían discos, él, Ana Curra, Nacho Canut… Eran los modernos, vaya. Eduardo nos contó quién eran Theatre Of Hate, The Cure, Siouxsie & The Banshees, Joy Division, traía videos que mirábamos en su casa… Era todo muy básico. Los tres vimos el camino claro. Gracias a él grabamos el primer single, compartido con su grupo, Parálisis Permanente. Nos lo sacamos nosotros. Pedimos ayuda familiar, y allí empezó todo.
En aquella época los grupos eran inequívocamente de aquí. Escuchaban cosas inglesas, y las adaptaban a su madrileñez, o barcelonidad, o lo que fuese. Creo que eso es menos frecuente, hoy en día. Por mucho que me gusten, los grupos actuales pueden ser de aquí o de Nueva Zelanda.
Esa fue nuestra grandeza, creo yo. Nosotros no queríamos ser ni Los Secretos, ni Alaska, queríamos tener nuestra propia personalidad. Me gustaban Los Nikis, o Siniestro, o Parálisis, pero nosotros íbamos a la nuestra. Queríamos ser arriesgados. Yo aluciné cuando descubrí que Los Planetas eran fans de Gabinete, les conocí y me cayeron de puta madre. A ver, yo entiendo que en el 92 y 93 llegó una nueva generación, harta de la Movida, que ya nos tenía muy vistos. Lo único que me jodió a mí es que los indies no cantaran en castellano. No sé, habíamos abierto un camino. Es más fácil escribir una canción en inglés, el suyo es un idioma más flexible, palabras más cortas, exclamaciones… El rock’n’roll es suyo. El castellano es más complicado, pero nosotros abrimos una vía. Bueno, Los Brincos y Los Salvajes antes que nosotros. Y Burning.
En vuestra época de mayor éxito os debisteis pegar unos buenos juergones. Bueno, seguro: lo he leído en vuestra biografía. Cuéntanos alguna, anda.
Cada uno de los tres tenía su personalidad. Yo era el más pasota, porque sabía que tenía que cantar. Fermi no le pegaba a las drogas. En Buenos Aires sí hicimos bastantes más barrabasadas. La farlopa era muy barata, y pasamos unos días enloquecidos. A la vuelta, Ferni se acojonó un poco. Y me quedé yo solo como niño malo [carcajada] La farlopa es una droga muy mala para salir a un escenario. Te deja muy rígido, para cantar y para todo.
Quizás te da el arrojo, eso sí.
Eso. Te da el arrojo, pero luego te deja agarrotado. No fuimos un grupo de grandes orgías. Una de las gordas aparece en la biografía. Fue en un pueblo de Segovia, donde los lugareños nos estuvieron todo el día invitando a whisky Dyc y llevándonos a hombros, y yo acabé en calzoncillos en un balcón, haciendo como que toreaba con las cortinas que había arrancado del comedor [risas].
Entrevistando a Manolo García hace unos meses me dejó muy clara su postura respecto a la publicidad, que era muy perniciosa para un grupo. Pero Gabinete, en cambio, nunca tuvieron esos reparos.
Te cuento. Un día tocamos Gabinete y El Último de la Fila en una plaza de toros de Marbella, creo que era, parte de unos conciertos llamados La Noche Rosa [fue en Fuengirola, el año 1988]. Gabinete íbamos patrocinados por Coca-Cola, que incluía unas pancartas con su promoción del verano en la PA a cambio de financiarnos la gira. Gabinete salimos allí primero, con nuestra publicidad de Coca-Cola, y luego Manolo García apareció y dijo algo así como que “nosotros no necesitamos ninguna bebida gaseosa para estar aquí con vosotros”. Yo me enteré, fui hacia él en el camerino cuando terminó el concierto, y le dije: “mira, tío, yo te respeto mucho pero dedícate a tu vida y no me eches al público encima”. A mí me parece muy bien que tú no quieras hacer publicidad, pero nosotros nos lo tomábamos con otra filosofía. Santiago Auserón me dijo lo mismo: que Radio Futura eran auténticos porque no hacían publicidad. Yo pensaba tan solo que la publicidad te podía hacer llegar a más gente. La opinión de Manolo es muy respetable, pero cada uno tiene una forma de ver su carrera.
En la biografía, Ferni dice una frase de ti que me parece muy graciosa y entrañable: “Jaime no lo entenderá porque creo que desde 1982 no cambia ni de peluquero”.
Eso viene de cuando ellos empezaron a escuchar a Nirvana. Se dejaron el pelo muy largo, y querían que tomáramos un rumbo más indie. Y a mí me parecía muy bien, pero yo no cambié de peinado ni de estilo. Cuando dijo aquello era al poco de separarnos, y había un poco de confrontación. Eso era un poco de despecho.
Bueno, yo lo tomé como un elogio. Me gusta la gente que no cambia.
Yo respondo a mis propios criterios. No voy a dejarme el pelo por los hombros. Soy un tío más clásico. Uno tiene que ser un poco fiel a tus principios.
Kiko Amat
(Esta es la versión pura y sin cortes de la charla que mantuvimos con Jaime Urrutia para el suplemento Babelia de El País del 19 de noviembre del 2014. Hoy me he acordado de que nunca la llegamos a colgar y aquí está, en toda su lozanía. La foto inicial la tomó Álvaro García para Babelia)