La Canción del Viernes #64: MARTIN NEWELL «Ain’t no silicone chip»

Una canción temprana de un viejo conocido de estas páginas, Martin Newell (uno de mis músicos favoritos desde hace décadas, como bien saben). La canción es de 1979, quizás por eso me recuerda tanto a Wreckless Eric o Johnny Moped. Todo apunta a que es una maqueta (si bien rutilante). Newell la incluyó en su disco escoba Martin Newell’s jumble Sale, que venía acompañado por esta escueta nota interior: «These selections recorded by Martin Newell mostly on 4-track or mono reel-to-reel, were made in classic lo-fi fashion. We hope you like them.«.

La canción cubre con una película acuosa mis cansados ojos, no sé si por el entusiasmo juvenil y epigramático de la frase principal, o por la metáfora futurista del título, o por la repetición casi autista del verso «I was standing in your kitchen / now I’m standing in your yard«, o por ese final abrupto, como si alguien hubiese pulsado el pause antes de tiempo (o él mismo hubiese dicho: «no sé cómo terminarla. A la mierda, me voy al pub»).

La canción del viernes #59: MODERN ART «Fiction & literature»

Descubrí recientemente a MODERN ART, porque compartieron un split cassette con Cleaners From Venus (Souvenir, de 1986). Tenían nombre de grupo pero en realidad era solo un fulano, Gary Ramon, flipándose en su habitación y grabando cosas molonas. Esta es de su primer disco (en realidad cinta autoeditada), Underwater kites, de 1982. Es puro synth-pop psicodélico de dormitorio, a ratos siniestro, a ratos C86 de papel cebolla. El álbum está lleno de hits, me ha costado decidirme por una. Me recuerdan muchísimo a Maurice Deebank (Felt) y a The Gist / Young Marble Giants, aunque de repente hay un par que suenan a Lack of Knowledge o Joy Division. En 1989 Ramon fundaría los más conocidos Sun Dial, tirándose ya de narices a lo totalmente psicodélico. Como diría Benja Villegas, ME FLIPAN.

MARTIN NEWELL (CLEANERS FROM VENUS). La entrevista completa.

Martin Newell

El líder de la banda Cleaners From Venus, excéntrico padrino de lo-fi británico y mejor artista desconocido de los ochenta, regresa con su cincuentavo disco, Dolly Girls & Spies

Vladímir Mayakovski dijo que “la fama se arrastra tras el genio como una viuda inconsolable en una procesión funeraria” pero eso, como tantos apotegmas rusos, es inexacto. Para empezar, suele ser el genio quien pierde el culo por la fama. De su unión es el genio quien emerge como “viuda inconsolable”, pero la fama no solo sigue viva, sino que está bailando sobre el féretro, magreando a un boy en tanga y haciéndole la higa al genio con la mano libre. No resulta extraño que, vistas las cosas, algunos genios prefieran mantenerse bien alejados de la fama y pulir su oficio con ahínco.

El músico pop Martin Newell es, como dijo Giles Smith en Lost in music, la “industria artesanal” del pop inglés. La cerveza casera de los discos estupendos. Cleaners From Venus han sido tildados de mejor banda desconocida de los ochenta, con razón. En 1983, cuando “Karma chameleon” de Culture Club rozaba el millón de ventas, Newell colocaba 250 copias de su casete The Golden Autumn. Living with Victoria Grey (1986), también autoeditado, llevaba la leyenda “Si te ha gustado, díselo al lechero”, indicación clara de sus miras. Cuando sobre la misma época Captain Sensible (ex Damned) invitó a un equipo de compositores para que le fabricaran un hit, Newell llegó al estudio en bicicleta, a tiempo para ver a Graham Gouldman (10CC) despegando en helicóptero. No hace falta ser un genio para ver que la fama y el éxito no solo no son, para Newell, prioridades, sino viruses contagiosos que evitar a toda costa.

Martin Newell ha sido coronado a lo largo de los años como el rey del “casette underground” y el genio pop del Hazlo-Tú-Mismo, pero esto podría dar una idea equivocada de su visión. Muchos diletantes se escudan en la glorificación del fracaso, disfrazando su indolencia y falta de ideas como corte de mangas a “la industria” y “rechazo a venderse”, pero Newell es lo opuesto. Su DIY es artesano y lustroso, y su “hábito de arte”, que diría Flannery O’Connor, nace de la optimización, no de la falta de ambición. Es tan sencillo como que el arte de Newell funciona mejor así, autónomo y autogestionado, sin injerencias comerciales o distracciones promocionales. Si James Brown era “el hombre más trabajador del soul”, Newell lo es del mundo de la grabación en 4 pistas y los conciertos en pubs. Lo que sigue es la charla íntegra de la entrevista que se publicó en formato editado en El País.

Llevas en esto desde mediados de los 70. Has conseguido un estilo propio, inconfundible.

Me uní a mi primer grupo cuando tenía diecinueve años, y hace tiempo que no logro escuchar mi material del mismo modo en que lo escuchan los demás. Yo describiría mi periplo musical como “tropezando en la oscuridad”. No creo que eso sea malo de por sí. Lo que hago es una mezcla de lo que me encantaría hacer y lo que soy capaz de hacer [ríe]. Mi habilidad estriba en encajar palabras en música. Es algo natural, que yo creía que tenía todo el mundo hasta que mis primeros compañeros de grupo me preguntaron: “¿Cómo haces eso?”. Les dije: “lo hago y punto, pero no sé cómo” [ríe]. Siempre pensé que era un talento innato de savant, pero ahora sé que tiene que ver con el Asperger.

Dolly Birds & Spies | The Cleaners From Venus

¿Crees entonces que la fabricación de canciones pop puede enseñarse, perfeccionarse como un oficio, o es, como dices, algo innato?

Creo que es una mezcla de ambas cosas. El talento no es la habilidad innata de hacer algo. Yo no tengo ni idea de actuar, pero he visto cómo un director le pedía a un actor que interpretase un papel determinado, que comunicase cierta emoción, y entonces el actor sobreactuaba, y  luego se quedaba corto, y al final pillaba el tono. Era entonces cuando el director se lo hacía repetir treinta y cinco veces [ríe]. El talento es la habilidad de sostener ese tono en la distancia. Durante los quince años en que hice de artista spoken word me di cuenta de que daba igual si mi perro se había muerto, o mi mujer me había dejado, o me sentía enfermo o añoradizo, yo seguía siendo un artista cada sábado por la noche, y tenía que salir a hacer mi trabajo. Y esa es la diferencia entre un profesional y un amateur. Mucha gente cree que puede llevar un restaurante solo porque cocina bien, pero tienes que hacer el mismo plato cada día, y siempre al mismo nivel, aunque tengas dolor de cabeza o lo que sea. El talento es la habilidad de hacer algo por lo que tenías inclinación, y llevarlo a la perfección, y mantenerlo.

Tus aspiraciones siempre han sido elevadas. No te basas solo en un par de canciones de Ray Davies, sino que miras a los crooners, a los grandes del Great American Songbook…

No soy un gran músico, considerando la de años que llevo obsesionado con esto. Lo que compongo está por encima de mis capacidades musicales. Puedo escribir cosas mucho más sofisticadas que las que puedo tocar. Puedo escribir jazz, pero no puedo tocarlo. A menudo, los grandes virtuosos del jazz o del rock no eran buenos compositores, y al revés. Burt Bacharach no era un gran músico, pero escribía grandes canciones. Creo que soy parecido a él. Me interesa lo que escribo, y entonces voy y lo coloco en un marco excéntrico. Es como si hubiese realizado una fotografía perfecta y la enmarcara con madera de deriva. A mí me gustan Frank Sinatra y Don Fagen [Steely Dan], y eso, combinado con mi talento musical, produce Cleaners From Venus. El resultado no es desagradable. Uno de mis únicos mantras (que leí hace tiempo en no sé qué libro de misticismo japonés) es: “no trates de seguir los pasos de los sabios. Busca lo que ellos buscaban”. Dicho de otro modo: no copies a los grandes, pero mira hacia donde ellos miraban.

Mucha gente se refiere a lo tuyo como DIY, solo porque te lo grabas y produces tú mismo, pero la palabra lleva consigo una carga de amateurismo del que tú careces.

La gente también cree que Keith Richards es una especie de despojo farfullante que casi no se sostiene en pie, cuando en realidad es un tipo extremadamente inteligente y un músico dedicado. Creo, de hecho, que Richards nunca ha sido tal y como lo pintan. Creo que su personaje de flipado ha sido siempre un disfraz con el que ocultar su timidez. La fama no siempre sienta bien. Mick Jagger dijo una vez, haciendo referencia a Brian Jones, que “la fama es un vestido que no le queda bien a todo el mundo, y que a algunos les queda fatal”. Yo soy uno de esos. No solo me queda mal la fama, sino que además prefiero seguir trabajando en lo mío y no ir de gira.

THE CLEANERS FROM VENUS: RETURN TO BOHEMIA (Soft Bodies, 2014 ...

Se te considera un artista misántropo e insociable solo porque te niegas a ir de gira como el resto de artistas.

¿Recorrer el mundo hasta que la gente decida que lo mío está bien? No, gracias. Paul McCartney dijo, tiempo después de que los Beatles se hubiesen disuelto, cuando no dejaban de preguntarle si se volverían a reunir, que ellos habían ido a Hamburgo en 1960, y que poco después había pasado “todo aquello”, y que no veía ninguna razón para pasar por “todo aquello” otra vez [ríe]. Soy bastante buen entertainer: dame doscientas personas en una sala y les recitaré poemas, contaré chistes, les cantaré algunas canciones, todo irá bien. Pero de qué serviría meterme en un estadio, sobre un escenario que me deja del tamaño de una hormiga, para que la mayoría de la gente me vea en mala resolución en una pantalla LCD… La gente habla mucho de las extrañas sustancias químicas que el miedo despide en tu corriente sanguíneo, y que acaban creando toda serie de problemas médicos, pero lo mismo sucede con la fama. La fama es mala para la salud. La sobreexposición es dañina. Así que me niego a hacerlo. No quiero ni el reconocimiento ni el dinero.

Sin embargo ahora parece que ese reconocimiento se te empieza a otorgar.

Siempre he tenido la sensación de no ser comprendido. Desde que empecé, hasta los cuarenta años o así, tuve claro que lo que yo hacía no conectaba con mi tiempo ni con mi generación. Mis contemporáneos, por alguna razón, tendían a preferir blues de barbudos. La gente de mi edad con empleos de clase media iba en busca de “autenticidad descarnada”, al contrario que la gente que ha tenido vidas duras de veras. Nadie lo pillaba. Tuve que esperar muchos años a que llegara mi “momento” y, ahora que parece que ha llegado, es un poco tarde [ríe]. Lo positivo fue darme cuenta de que el reconocimiento no iba a llegar, así que dejé de esperarlo y me concentré en mi oficio. Finalmente, tras décadas de trabajo, he conseguido conectar con una audiencia joven. Me entiende gente de otra generación.

Lo has conseguido a base de permanecer y de pura artesanía, porque continúas sin doblegarte a ninguna estrategia de promoción.

No encajé nunca con los críticos musicales o los urbanitas sofisticados que manejaban el cotarro moderno en Londres. Conmigo siempre fueron un poco bordes. Al poco de empezar dejé de enviarles copias para reseñar. Me limitaba a sacar un disco, vendía mil o mil quinientas copias, y empezaba a grabar el siguiente. Porque, como siempre he dicho, admito que de un modo algo callejero, “¿por qué tendría que mandarles putas promos a unos cabrones que no solo escriben mucho peor que yo, sino que ni siquiera sabrían hacer un disco?”. Incluso John Cooper Clarke me dijo que eso era una forma bastante descortés de expresarlo [ríe]. Hace poco le enviamos mi último libro a uno de esos críticos de revista musical, y dijo algo así como que “es difícil de entender por qué Martin Newell ha escrito un libro, si nunca ha tenido demasiado éxito musical” [ríe]. Como si yo no tuviese una historia que contar, solo porque no me he hecho millonario, o americanos con barba y gafas y extensas colecciones de guitarras, gente que no conozco de nada, no dicen que lo mío está bien.

Siempre te has llevado a matar con la industria musical. Tu única infiltración en multinacional, con aquellos dos elepés para RCA, casi termina en tragedia.

En esto no hay víctimas, solo voluntarios. Parte de ello fue culpa mía. Yo tenía pinta de ser un tipo astuto, pero era muy naíf. El Asperger no ayudó. Una bruma rodeaba mi cerebro, y fui incapaz de ver la mentira. Y fui yo quien se acercó a ellos, las cosas como son. En la industria musical hay gente honorable y buena, pero también hay mucha gente venal, y estúpida, y a la sazón la industria en general era una bestia. Y lo era porque podía permitírselo, porque, al contrario que en otras industrias, la materia prima iba a ella y se lanzaba voluntariamente a la máquina, diciendo: “por favor hacedme picadillo y distribuidme por el mundo sin darme a cambio nada de dinero ni cuidar de mi salud mental” [ríe]. Yo no era distinto al resto de jóvenes criaturas que se dijeron: “esto puede ser una alternativa a tener un trabajo normal o trabajar con robots. Puedo ser una estrella del rock, vestir como me dé la gana, tocar música, gustarles a las chicas y levantarme a la hora que quiera”. Lo haces por esa razón. La fama y el dinero son las dos crueles princesas de la colina, pero la música es la vecina de la que siempre has estado enamorado, y un día, después de haber sido pateado y molido a palos por las dos princesas, te vuelves hacia ella y te acuerdas de que siempre la has amado, y decides que solo quieres vivir en una cabaña con ella el resto de tu vida, aunque seas pobre de necesidad.

A Guide to the Brilliant DIY Pop of The Cleaners From Venus ...

Giles Smith, autor de Lost in music y ex miembro de Cleaners From Venus en su etapa “comercial”, me dijo una vez que lamentaba haberte empujado al periplo mainstream.

Giles era mucho más joven que yo. Era un chico de los ochenta, y yo soy un chico de los sesenta. No le guardo rencor alguno, era un tipo magnífico, divertido y excéntrico al modo Stephen Fry. Un chaval de origen más o menos humilde que se convirtió en brillante chico de Cambridge, una persona con ambición que acabaría escribiendo sobre deportes y coches para los mejores periódicos ingleses. Irónico, pues cuando él estaba en los Cleaners no sabía conducir [ríe] (yo tampoco, pero tengo excusa porque soy disléxico, ¿de acuerdo?). Giles no me empujó, exactamente. La compañía discográfica vio que Giles estaba más al tanto que yo del pulso de los ochenta, y lo colocó temporalmente al mando. A Giles le encantaban los juguetes relucientes de los 80, los sintetizadores y Rolands y cajas de ritmos, mientras que yo no veía ningún problema en utilizar solo guitarras, batería y piano. Éramos de generaciones distintas, y las influencias subculturales también lo eran. Pero insisto: no tuvo la culpa de lo que sucedió.

Has mencionado la palabra “excéntrico”. Pero algunas excentricidades son más aceptables que otras. Tú no eres excéntrico al modo rockstar drogadicto, que siempre resulta más fácil de vender.

Nunca cultivé deliberadamente mi excentricidad. Como suele decirse, la diferencia entre loco y excéntrico son cien mil libras [ríe]. La excentricidad es, para mí, como un viejo traje de tweed que me queda mejor pasados los cincuenta. Noto que ahora la gente está más cómoda conmigo, solo porque soy viejo. Cuando era joven me tomaban por un capullo pretencioso. Los ingleses siempre tratan de arrancarte tus afectaciones a palos. Si eres un joven que lleva maquillaje, sombreros extravagantes y el pelo largo, los trabajadores de la construcción te perseguirán calle abajo. A eso se le llama “darte una lección”. Incluso hoy en día, cuando entro a un pub vestido con mis ropas más finas, noto como a algunos hombres se les eriza el pelo. Por el contrario, si yo fuese Ozzy Osbourne [le imita, con voz balbuceante], “hola, soy Ozzy Osbourne, soy rico, tomo muchas drogas, ejem, acabo de estrellar mi jet privado…”, eso entraría dentro de la gama de comportamientos que el público puede aceptar.

O sea, que no te ves siendo aceptado en un futuro próximo…

Imaginemos que deciden ofrecerme un título honorario en la universidad. Lo que hace la universidad de vez en cuando es darse cuenta de que hay un montón de gente lista ahí fuera que nunca fue a la universidad, y eso, claro, no puede ser. Daría la idea de que puedes ser listo sin tener estudios. Así que de vez en cuando, para que se vea que están conectados, y que también pueden ser “desenfadados”, invitan a Annie Lennox o alguien así. Creo que yo no aceptaría sus honores. Sí que aceptaría un título de nobleza, si me lo ofreciesen, pero solo porque molestaría a mucha gente [ríe]. Especialmente a la prensa progresista, que son los más puritanos de todos. Hace poco Morrissey salió al escenario con una camiseta que simplemente decía FUCK THE GUARDIAN. Me carcajeé al verlo. Oh, la indignación generalizada. Morrissey es el más grande.

THE CLEANERS FROM VENUS - (2014) Return to bohemia | ESPACIO WOODY ...

El ámbito de los temas que tocan tus letras es inmenso. Hablas de la Iª Guerra Mundial, de la época victoriana, de granujas dickensianos… No eres precisamente Oasis.

Me interesa la historia. Somos la misma gente que entonces. Existe la idea de que somos distintos porque se han descubierto tal y tal cosa científica, o humanitaria, y que la gente del pasado era más estúpida, pero no es así. Tenían los mismos intelectos, y nobleza, y vileza, y lascivias, y amores, y amabilidades, y rudezas que nosotros. No me interesa especialmente la época victoriana per se, ni tampoco los temas góticos (me lo preguntan mucho por el sombrero de copa). Me interesan en general los distintos marcos históricos. Distintas ropas, misma gente.

El interés por el pasado parece haber desaparecido del pop, pero antes era una temática muy habitual.

Desde luego. Los grandes compositores americanos de musicales, gente como Hoagy Carmichael, por ejemplo, escribían canciones de una sofisticación tremenda, donde era habitual que citaran a autores clásicos, romanos o griegos. “Love and marriage”, que popularizó Sinatra, dice [canta]: “Love and marriage, love and marriage / It’s an institute you can’t disparage”. Es un fraseo muy ingenioso. Los Beatles siempre lo supieron, crecieron con todas esas cosas y miraban hacia atrás. Hoy en día, muchas de las cosas que escuchamos son chavales con cajas de ritmos recitando su lista de la compra de agravios sociales, o chavalas con cajas de ritmos cantando canciones infantiles sobre amor perdido y tímido empoderamiento feminista. El resto es gente de clase media que ha hecho un curso de escritura creativa y también quiere recitarte una lista de la compra de su jodida confusión emocional. Nadie busca entretener. Y nadie hace comedia. A veces pienso que debería grabar un disco entero de canciones cómicas. Nadie las hace. ¿Dónde fueron a parar “The laughing policeman” o “Tubby the tuba”? ¿Quién grabará esas canciones para que se rían los niños?

En tu nuevo álbum abundan un tipo de canciones que tampoco hace nadie ya, que son las que cuentan una historia o describen a un personaje.

Siempre he hecho perfiles de personajes. Mucha gente no entendió que “The greatest living englishman” no iba de mí. Era una composición de personaje, pero intenta explicarle eso a un borracho en el pub, que te está arreando con el índice en el pecho mientras te acusa de ser un cabrón con ínfulas (mi táctica siempre fue excusarme, hacer ver que iba al baño y escapar por la puerta de atrás). Ese tipo de composición la aprendí de los europeos. No de los bluesmen negros que tanto fetichiza la gente de mi generación, con su obsesión por la “cruda autenticidad” del blues… ¿Y qué pasa con la cruda autenticidad de los chansonniers franceses? Gente como Leo Ferre (en realidad era monegasco). O Jacques Brel (que a Bowie le encantaba). O Brassens. Ese género, la chanson, es el menos penetrable para un anglófono y a la vez el más gratificante. Leo Ferré era uno de los mejores arreglistas de cuerdas, y un anarquista de pura cepa. También me gustan los italianos, gente como Lucio Battisti. Tenían grandes composiciones parroquiales sobre jardines en marzo. La música a veces era letal. Muy deprimente. “París, ya no te quiero”, de Ferré. También listas de la compra, como “La The Nana”, de Ferré, del disco Amour anarchie, donde solo elogia a una chica de la calle. Descubrí todo esto a los veintiuno, cuando salía con una chica francesa, y me abrió a las posibilidades de hacer canciones con un poco de dramatismo, algo que no le interesa a nadie en Inglaterra. Los americanos me encantan, Rodgers y Hammerstein y todos ellos, pero me interesa más pertenecer a una tradición de compositores europeos. Yo no diría que he sido pobre, pero si he tenido muy malas épocas, y sin embargo no me interesa escribir canciones blues sobre empeñar guitarras o dormir en el suelo. Me gustan las cosas con más… destello.

La peregrinación del emergente según Giles Smith - segundopremio

¿Crees que la condescendencia de los críticos londinenses que mencionabas antes se debía en parte a que vienes de un pequeño pueblo?

¿En lugar de la gran y muy importante Londres de los cojones, quieres decir? [ríe] Pasé mucho tiempo allí, y hay zonas de la ciudad que podría enseñarte que son alucinantes (sé sobre ellas mucho más que la mayoría de gente que vive allí, por cierto). Pero soy rural, qué puedo hacerle. Me gusta el campo. Nací en un pueblo pequeño y nunca me he alejado mucho de allí. Me gusta y entiendo lo que me rodea. Camino durante cuatro minutos y ya estoy al lado de un río y de campos verdes. Necesito eso.

Los amantes del pop no-ingleses tenemos nociones básicas de toponimia británica gracias a los artistas de cada lugar. Swindon: XTC. Woking: The Jam. Wivenhoe: Martin Newell.

[ríe] Entiendo. Wivenhoe está tan solo a sesenta millas de Londres, así que cuando el oligarca ruso aquel compró todo Londres [ríe] y obligó a los ricos a mudarse a algún sitio en la costa de Suffolk, Brighton o algo parecido, para convertirlo en Londres-on-the Sea, algunos de los urbanitas de clase media que no podían permitirse los sitios más pijos acabaron mudándose aquí, y (claro) les encantó. Lo encontraron “artístico”. Todos aquellos funcionarios con ahorros sustanciosos vieron que era su gran oportunidad de cambiar de vida y reinventarse como “artistas”. Y venir a hablarme de ello, naturalmente, como si fuésemos colegas de profesión. No son mala gente, a ver, pero resulta un poco irritante. No digo que tengas que haberlo pasado fatal para ser artista, pero sí que deberías haberlo estado haciendo durante unos cuantos años.

Under Wartime Conditions [Mr Mule] de The Cleaners From Venus ...

¿Cómo es Wivenhoe?

Es bonito y tranquilo, y vive un resurgimiento del interés en todo lo rural. Incluso la universidad local tiene un curso llamado “wild writings”, donde se enseña escritura creativa enfocada a lo rural. Por supuesto, tú, que eres escritor, sabes bien que la escritura creativa no puede enseñarse. La única forma de ser escritor es leer mucho, escribir muchísimo, tirar la mayoría de cosas a la basura, e incluso las que conservas volverlas a destripar hasta que de tu libro solo quedan dos páginas, y ahí es cuando te estás acercando a lo que es escribir [ríe]. Sin nada de dinero, claro.

Ni yo mismo lo hubiese dicho mejor.

Lo cierto es que no leo mucha novela moderna. Hace muchos años estaba yo sentado con varios académicos y estudiantes en el pub y me preguntaron: “¿Has leído la nueva de Coetzee?”. Yo venía del pasar el día entero escribiendo. Les dije: “no tengo tiempo para putas novelas, soy escritor” [ríe]. A un historiador que estaba allí le dio un ataque de risa, y dijo: “sé exactamente lo que quieres decir”. Siempre que alguien me recomienda o regala una novela estoy a punto de leerla, pero de repente topo con un atractivo volumen de poesía inglesa del XVIII, y leo eso.

Llevo escritas seis novelas, y cada vez que termino una me invade la sensación inequívoca de que salió por alguna casualidad improbable, que nunca podré equiparar su calidad y que, en resumidas cuentas, estoy acabado. ¿Te sucede lo mismo a ti, después de treinta y pico discos?

Me cuentan que son más bien cuarenta y cinco. Cincuenta, si incluyes los casetes. Nunca he temido que se secara la fuente, pero sí estuve tres años sin hacer casi nada de música, a finales de los noventa, incluso me planteé dejarlo, pues nadie parecía interesarse por lo mío. Y como había abandonado todos mis aparatos de DIY ni siquiera podía emplear mi viejo método. Empecé de nuevo por accidente, cuando me ofrecí a la radio local para grabarles algunos anuncios absurdos. Tenían un estudio de bolsillo donde de repente empecé a plantearme grabar nuevo material, y sin darme cuenta ya volvía a estar en esa pendiente resbaladiza de grabar un elepé, y luego otro, y otro, sin casi pausas intermedias. Me gusta grabar álbumes, y lo más probable es que siga haciéndolo siempre, pues estoy muy satisfecho con el nuevo disco. Bob Dylan dice que seguirá yendo de gira hasta que caiga muerto, su vida es una gira permanente, y yo haré lo mismo solo que en un programa constante de grabaciones. Encadenando álbumes. Como un rollo de material que va saliendo, y que cortas aquí y allí. También me gusta publicar al momento, sin pensarlo demasiado. Me gusta que las cosas obedezcan a un zeitgeist, que estén encajadas en un momento temporal. Grabas un cierto material a lo largo de un periodo concreto, y lo sacas, y queda como testimonio de aquel tiempo. Los Beatles lo hacían. Cada uno de sus discos era una pequeña cápsula de lo que eran y hacían y escuchaban en aquel momento, en un mundo tan cambiante como el de los sesenta. Nadie hace eso ya, capturar una sensación subconsciente y subliminal, y sacarla. Dos discos al año, si procede. Pero más que dos no, porque entonces te vuelves loco, dejas de responder cuando te interpelan, o te ofrecen una cerveza y la tomas y no das las gracias [ríe].

Una última cuestión. Nunca he sido capaz de discernir el criterio por el cual algunos de tus álbumes salen a tu nombre y otros al de Cleaners From Venus. ¿Hay un método?

Empecé siendo Martin Newell. En los noventa hubo una época en que dejé de grabar y me concentré en hacer poesía y escribir, y fue al final de esa época en que grabé mi primer álbum en solitario, The Greatest Living Englishman. Pero todo lo que hice en un cuatro pistas, de antes o de después, sin dinero ni un estudio de grabación en condiciones, pertenecía al espíritu Cleaners From Venus, así que ese fue el nombre que utilicé. Es mi marca. Si adquieres un álbum de Cleaners From Venus sabes los parámetros a los que te enfrentas: no estará grabado en un estudio caro, ni tendrá productor, pero estará lleno de canciones bien escritas y tocadas al modo excéntrico. Cada día soy mejor productor, así que ni siquiera podrán llamarme lo-fi. Creo que ahora soy mid-fi [ríe]. Kiko Amat

(Esta entrevista se publicó originalmente en formato editado en El País. La que acaban de leer es la charla sin cortes de ningún tipo. El copyright es de Kiko Amat. Contribuyan a la preservación del pop sublime comprando discos de Martin Newell / Cleaners From Venus en el bandcamp del artista).

MARTIN NEWELL (CLEANERS FROM VENUS): “La fama es un vestido que no le queda bien a todo el mundo”

He publicado en El País una pieza entrevistante con uno de mis músicos favoritos y faro en lo espiritual, Martin Newell, de Cleaners From Venus. Me encanta este artículo; espero que les encante a ustedes también y que sirva para difundir su palabra.

En unas semanas colgaré la charla entera, que fue tremendamente didáctica y cachonda y extensa y amplia.

Compren sus discos (por su bien). Y que viva Wivenhoe!

La canción del viernes #55: CLEANERS FROM VENUS Ragged winter band

Esta es la primera vez que un artista repite Canción del Viernes. Martin Newell ya les alegró un día de Navidad del 2018 con «Christmas in suburbia», que colgué en este sección (#35, por si quieren revisitar).

Ahora acaba de sacar nuevo álbum, esta vez bajo su clasico nombre de Cleaners From Venus (nunca he sabido ver el criterio por el cual sus discos se publican con uno u otro apelativo; sospecho que lo hace a pito-pito-colorito). El disco se llama Dolly Birds & Spies y es absolutamente fantástico. Pueden comprarlo por 6 miserables libras esterlinas en su Bandcamp. Pop clásico e inmortal de manufactura DIY (con lustre; nada lo-fi) por parte de uno de los grandes genios desconocidos de nuestro tiempo. La que les incluyo es el hitaco obvio del álbum. Una pieza que me emulsiona.

A propósito de todo esto: mañana llamo a Newell a su casa (Wivenhoe, Essex, UK) para charlar sobre el nuevo disco y sobre su carrera. Publicaré la entrevista en El País, en breve. Permanazcan sintonizados.

Giles Smith: ¿Este montón de discos? Son YO

Lost in music es glorioso. Por su honestidad escalofriante, su humor vivaz, su catálogo de frustraciones y decisiones catastróficas, por cómo se enfrenta a la pasión por el pop. Lost in music habla de abandonar a 10cc, de preferir Whitney Houston a Bob Dylan, de alinearse con XTC y soñar con que Marc Bolan pase por tu pueblo. ¿El pop como banda sonora de una vida? No: el pop como tu vida entera.

https://i0.wp.com/www.offsidefest.com/wp-content/uploads/2014/05/Giles-Smith.jpgMimados. Así nos tienen las editoriales a los amantes de los libros pop. Y no me refiero a la “novela pop”, ese absurdo epíteto que alguien se sacó de los calzoncillos hace una década para describir cualquier trabajo de ficción donde apareciesen discos. No: hablaba de los libros sobre música pop. En esto del ensayo sobre pop music hay gustos para todo: algunos gustan de Simon Reynolds y Paul Morley, yo soy más de Nik Cohn, Jon Savage, Bob Stanley y Giles Smith (más de víscera y vivencia que de física y química, vaya). El último ve por fin traducida al español su imprescindible Lost in music, quizás el trabajo más autobiográfico, divertido y audaz escrito jamás sobre esto de amar al pop sobre todas las cosas.
Smith plasmó en Lost in music su adolescencia y juventud como forofo pop. Y no solo eso: también el paso de fan a músico, cuando el autor ingresó en los subterráneos The Cleaners From Venus. Smith elude con maestría la inclinación a ser guay que infecta a tantos otros autores, y habla con lacerante honestidad de los verdaderos discos que amó (no los que quedan cool). Lost in music es, sin duda, mi libro favorito sobre amor al pop en primera persona.
Para un lector español, la diferencia clave con la adolescencia que cuentas es que aquí jamás habrías estado tan expuesto al pop, a no ser que militaras en una subcultura. En cambio, en el Reino Unido, los fans del pop eran la mayoría. No se trataba de un underground secreto.
Cierto. Cuando tenía trece años creo que no conocía a nadie que no estuviese todo el día hablando de música. Era casi monótono. Todo el mundo hablaba de ello y soñaba con estar en un grupo. Así que cuando escribía el libro era consciente de que le hablaba a una gran cantidad de gente de mi época. Pero imagino también que hay aspectos de eso que no cambian nunca, y que la relación de la gente con la música sigue siendo parecida. Que la música les habla de un modo similar, y que desarrollan el mismo tipo de afectos que nosotros.
No estoy muy seguro de que sea así. El otro día entrevisté a Tracey Thorn, y precisamente lo que comentábamos era que ha desaparecido esa sensación de conocer a alguien a través de su colección de discos. Que sus discos te contaban qué clase de persona era el otro. No creo que eso siga sucediendo, al menos no con la intensidad de antes.
Cierto. Tienes razón. Cuando ibas por primera vez a la habitación de tu novio o novia y te estabas besando, o estabas a punto de besarte, lo que hacías era echar disimuladamente una ojeada a su estantería de discos. Aquello me hacía casi sentir culpable, porque te daba la sensación de que estabas fisgando en su personalidad entera. Lo primero que me sorprendió con mis propios hijos –los dos son adolescentes- es que no tienen la pasión por el objeto que teníamos nosotros. Les encanta la música, y se pasan el día escuchándola, pero la tienen en los móviles o ordenadores, el concepto de posesión física les es desconocido. Y, no sé, cuando vi esto me sentí agradecido de que a mí me tocara una época en que podía describir quién era yo simplemente señalando a un puñado de objetos en una pared (ríe). ¿Este montón de libros? ¿Este montón de discos? Esto resume bastante bien quién soy. Si te gusta, fantástico. Si no, ves a buscarte a otro tipo con una estantería distinta (ríe). Pero mis hijos no tienen eso. También pienso que es más sano, en cierto modo, carecer de ese apego por los objetos, ellos no están encadenados a nuestra locura por coleccionar cosas. Y asimismo, me siento agradecido, como te decía, por haber podido hacerme un retrato a base de cosas. No sé si habría sido capaz de expresarme sin esos discos. Eran una gran muleta, si eras un tipo un poco tímido como yo. Decían: aquí estoy. Soy esto. Espero que te guste.
Lo mismo digo. Y la fabricación y posterior ofrenda de casetes grabadas eran una perfecta alternativa de la declaración de amor. Que no siempre funcionaba, si he de serte sincero.
Completamente de acuerdo. Es fascinante cómo podía uno manifestar sentimientos hacia otra persona mediante el simple método de agrupar una serie de canciones compuestas por otra gente. Es extraño, pero funcionaba exactamente así.
Tengo amigos, algo menores que yo, que aún se aferran a nociones románticas de que el gusto musical es relevante para describir a alguien. Y vienen, y me dicen: “Oh, conocí a una chica, era increíble, tenía muy buen gusto, le gustaba Gainsbourg, o The Clean, o Tim Hardin”. Dios santo, y qué leches importará eso. Eso no te dice absolutamente nada de su personalidad. Podría ser una asesina de masas, o secuestradora de niños, o nazi.
(Ríe) Llega un momento en que, por supuesto, superas esas bobadas, y te das cuenta de que la gente es algo más que las cosas que poseen. Pero durante una época es sensacionalmente útil, es como una rueda supletoria que te permite realizar el primer movimiento de acercamiento, o expresar lo que sientes de forma abierta. El pop hacía una parte de tu trabajo, allanaba el camino para lo que ibas a decir después. Pero insisto: es algo que tienes que superar. Por otro lado pienso que, por mucho que la gente critique que los jóvenes se comunican de forma virtual, y se textean, o solo hablan a través de redes sociales, lo cierto es que hablan entre ellos mucho más que nosotros. La falta de objetos en los que apoyarse provoca que no les quede más remedio que hablar con sus amigos.
https://i0.wp.com/editorialcontra.com/wp-content/uploads/2014/02/lost_in_music_web1.jpgMe encanta la idea, ya desaparecida, que expones en Lost in music sobre ser fan de un grupo y que aquello fuese como formar parte de un equipo. Ser parte de algo es una de las cosas que anhelas como adolescente.
Y tanto. Se forma un vínculo, por el simple hecho de que a ti y a otra gente del mundo os gusta el mismo grupo. Y te ayuda a sentir arraigado. Yo vengo de las provincias inglesas, de una familia correcta y muy común de clase media, y sentía una necesidad enorme de tener algún tipo de raíces. La clase media no tiene raíces muy claras, tu sensación es que otra gente posee raíces más hondas, que la gente de un barrio de una ciudad pertenece a algo de una forma más profunda que tú. Es una ilusión, sin duda, pero es lo que yo sentía entonces. Que los de ciudad pertenecen a algo más real que tú. Que la clase obrera pertenece a algo más auténtico, con raíces que se hunden más profundamente. Pero yo era blanco, de clase media, con una cierta educación académica, y sentía que estaba flotando en el espacio. La música suplía esa falta, dándote las raíces que tu nacimiento te había negado.
Y habla de conceptos mayores que la música en sí. Me emociona una frase del libro, sobre el White music de XTC, que dice: “Que te gustara era ver las virtudes de lo breve frente a lo extenso, lo perspicaz frente a lo excesivo, lo vivo frente a lo muerto”. Un disco explica un universo, una concepción del mundo que compartimos. En ese sentido, el pop no es nada fútil, como algunos aducen.
Desde luego. Ese gesto implica que has realizado una elección, y que esa elección tiene contenido. Es de una importancia capital. Si habías decidido que te gustaba XTC y llevabas su chapa (y yo la llevaba: solo ponía XTC, con el primer logo), esa chapa hablaba por ti. Pero no estaba solo diciendo que eras fan de XTC, sino que eras fan de cierta forma de ver el mundo, y que esa forma la habías escogido tú. Que mirabas con un cierto sentido del humor, y de una forma semi-anárquica, que te gustaba lo corto, que te gustaban las cosas puntiagudas y cortantes, que no te gustaba lo autoindulgente ni largo. Todo eso, tienes toda la razón, se deriva de un hecho que puede parecer completamente insignificante, que dura dos minutos y medio y que viene en un pedazo de plástico.
Mi amigo Miqui aduce que el humor es la única forma de inteligencia desprovista de petulancia (lo cual es cierto) pero creo que el pop funciona igual. Es profundo sin dárselas de listo. El deep soul o la Motown explican emociones cosas muy gordas con un léxico sencillo.
Y tanto. Con la Motown sucede aún más, porque encima te entran ganas de bailar, rápido o lento. Y eso le arranca toda la posible pomposidad. No puedes levantarte y empezar a menear el trasero con pomposidad (ríe). Es algo imposible. La gran mayoría de música que me gusta contiene algo de humor bajo la superficie. Y, de hecho, casi todo el pop es así. En el momento en que se define como pop ya te está avisando de que no te lo tomes demasiado en serio.
Lost in music también pone por escrito algo que he seguido toda la vida: es perfectamente lícito dejar de seguir a una banda. No es una traición. Dejan de interesarte, te levantas y te vas. Así de sencillo. En tu caso fue 10CC, en mi caso, qué sé yo, Belle and Sebastian.
Estás en tu perfecto derecho de serles infiel. Pero al principio sí me resultaba difícil. Respecto a 10CC sentía ese vínculo que era casi de equipo de futbol. Si apoyas a un equipo no puedes decidir que ahora eres de otro, no les abandonas, esa es la gracia. Creo que me hice un lío, y traté de cumplir el mismo contrato con 10CC. Seguí comprando sus discos mucho después de que dejaran de ser buenos, cuando ya estaban completamente confusos y habían perdido el sentido. Esperando, imagino, que podrían volver a ser los 10CC que yo había conocido al principio. Pero de repente tuve un flash de iluminación y me dije: ¿qué sentido tiene seguirte castigando así? Esta relación puede terminar cuando yo la termine. Puedo largarme. Y eso es fantásticamente democrático. Claro que debe ser también una perpetua fuente de ansiedad para toda la gente que está haciendo esa música pop. Careces de cualquier garantía de lealtad. Tienes que ganártela continuamente.
Es una buena ley natural. Que siempre tengas que luchar por conseguir la apreciación de tu audiencia y grabar mejores singles.
Claro. Cuando los artistas se olvidan de eso se vuelven aburridos. Cuando empiezan a dar por hecha esa lealtad y ya no la valoran. Y todo empieza a ir mal.
Tu libro es increíblemente valiente. Cuando confiesas que dejaste de escuchar a la ELO o a 10CC, lo fuerte es admitir que te gustaran tanto de entrada. Y esa es una declaración asombrosamente uncool. Cuando hablas de la “gran purga de 1981” lo que deja sin habla al lector es que hubieras comprado de veras todos esos discos espantosos.
(Carcajada) Lo sé, lo sé. Qué desastre. Me he dado cuenta de que es muy fácil ser selectivo con tu gusto pop. Tienes una versión pública de ese gusto. Tienes una idea de lo que es aceptable y lo que es guay, lo que es inteligente y lo que no. Pero entonces miré mi colección y me di cuenta de que una enorme porción de ella no entraba en la categoría de cool o inteligente, ni me hacía parecer demasiado sofisticado. Tuve la opción de ignorar todo eso, o pensar por qué esos discos estaban allí, y porqué su presencia era algo embarazoso para mí. Creo que incluso las mejores colecciones de pop tienen algún elemento semi-embarazoso en ellas. Pero cuando empiezas a pensar de veras en la diferencia que existe entre pop que es cool y pop embarazoso te das cuenta de que es difícil de definir. No está tan claro, más allá de tu apego emocional hacia ellos. Si soy sincero –y he dicho esto antes en varias ocasiones- mi apego hacia Whitney Houston es mucho mayor del que tengo hacia Bob Dylan. Y desde cualquier perspectiva intelectual eso es una bobada. No ignoro la teoría de que Dylan es un gran artista y Whitney Houston solo es una gran cantante. Pero si hablamos del tiempo que he pasado escuchándoles, sintiendo un vínculo emocional con ellos, Whitney Houston gana a Bob Dylan. Y aún más ridículo: incluso Nik Kershaw gana a Bob Dylan (ríe). Solo por el mero número de álbumes comprados y seleccionados. Le he dedicado mucho más tiempo y energía a Nik Kershaw que a Bob Dylan. Y eso claramente es una locura que me avergüenza. Pero es la verdad. Y creo que esa verdad la comparte mucha otra gente. Que si sumas las horas, pasaste mucho tiempo junto a discos que no… Tenían sentido.
Lo de Nik Kershaw se perdona también por motivos autobiográficos, geográficos y sentimentales.
Sí. Creció en el mismo pueblo que yo, como se explica en el libro, y tocaba en el pub local antes de convertirse en una mega-estrella, y haber estado cerca de ese proceso es algo extraordinario. Si sumo horas de vuelo, como un piloto de avión, me sale que he pasado mucho tiempo con Nik Kershaw. Más que con Bob Dylan. Y tenía que dar la cara en el libro.
Una de las cosas que más me gustan del pop es que no hace falta que te guste todo el maldito canon. Nick Hornby me dijo una vez, cuando le pregunté si se había leído el Tom Jones de Henry Fielding (su tajante respuesta fue: “Ni de coña. ¿por qué tendría de hacerlo”), que la literatura era la única disciplina que exigía de ti un sacrificio. Ni el pop, ni el futbol, ni el cine funcionan así.
Completamente de acuerdo. Uno lo ve en la reciente moda de las cajas de cedés que excavan en los archivos y reúnen en enormes cofres toda la discografía de un artista. Siempre pienso: no quiero escuchar todo eso. Me pone negro cuando reeditan un “álbum clásico” y lo remasterizan e incrustan allí un puñado de outtakes que han encontrado en alguna cinta extraviada. No necesito escuchar todo eso. Es un acercamiento demasiado académico al pop, como si todo lo que estuvo en contacto con el artista posee algún valor. Pero no es así. Existe una razón por la cual esos nueve cortes son los que terminaron en el álbum definitivo, en lugar de los diecisiete que me ofrecen hoy. Me he vuelto bastante cascarrabias con todo esto. Intento no caer en la tentación, aunque es difícil, porque esos cofres siempre tienen una pinta estupenda. Me agrada la idea intelectual de poseer una gran biblioteca musical, y estudiar todo el canon poco a poco; pero en la práctica no funciona. Mejor seleccionar.
Es como leerte las servilletas emborronadas con notas de algún autor borracho en lugar de la milagrosa novela final.
Claro. Durante una época estudiaba para mi tésis, y el tema era el Dr. Johnson. No llegué a ninguna parte, y al poco empecé a trabajar de periodista y lo dejé, pero mientras lo hacía tuve que leerme su diccionario de la lengua inglesa en dos partes. Leí ese maldito diccionario entero, y con algunas de estas cajas musicales la sensación es la misma que la de estarte leyendo un diccionario de la A a la Z. Puro acercamiento académico, una faena farragosa. Pero, como dice Hornby, el pop no debería ser así.
La verdad es que no recuerdo ahora qué libro salió primero, Lost in Music o 31 canciones, pero ambos coinciden en negar la autoridad incontestable de los Grandes Artistas y poetas del rock como Dylan. Y en afirmar que el canon es una cosa muy personal, y que algunos de esos grandes artistas no representaron nada para cierta gente.
Sí, suena terrible, ¿verdad? La tentación inmediata es preocuparte por si tu gusto está a la altura de los estándares, lo que a veces está bien desde un punto de vista de aprendizaje, pero en otros no tan bien, porque te convierte en un neurótico. Si algo te gusta y te habla, ya está bien; eso justifica su existencia. 31 canciones vino después de Lost in music, pero Alta fidelidad vino antes que Lost in music, y en él se formulan muchas cosas sobre ser fan, y la forma en que la música te habla. Así que eso sí precede a Lost in music. Si alguien sigue a alguien, decididamente soy yo el que continuó los pasos de Hornby, no al revés.
Hablas de música desde la perspectiva de un chaval de pueblo, lo que para mí es enormemente atractivo. Me emociona como hablas de aquel niño de Colchester, aislado de todo lo guay, unido al mundo mediante los singles pop.
Esa es la pura verdad. Y no es una coincidencia que una cantidad enorme de música pop británica venga de provincias, y fue hecha por chicos que deseaban vivir en la gran ciudad. Les azuzaba el deseo de vivir allí, y ser los chavales más enrollados de la ciudad, vivir en un sitio mayor que el que les vio nacer. Esa es la energía motivadora de una cantidad apabullante del mejor pop inglés, en especial de punk y post-punk. Mira a The Jam, XTC…
¡Dr. Feelgood!
Exacto. Todos venían de la periferia, de los márgenes, de pueblos verdaderamente no cool. El mito esencial dice que el pop es Liverpool, Londres y Manchester, y por supuesto esas ciudades tuvieron enormes escenas pop, pero mucha otra música la fabricó gente que venía de sitios absurdos y horteras, lugares atrasados, y que soñaban con vivir en Liverpool.
https://i0.wp.com/image1.playgroundmag.net/web/imagine/NDET_490_AUTO/admin/files/cleanersmartinygilesca_300114_1391100209_88_.jpgHáblame de Martin Newell, tu adlátere en tu fallida pero excelsa banda pop The Cleaners From Venus. Cuando leí Lost in music ya era fan de lo suyo, y me encantaría que cotilleáramos sobre su figura aquí. ¿Cuando le conociste ya llevaba esa pinta de prestamista victoriano?
Cuando conocí a Martin él aún fregaba platos para un restaurante de Colchester, y vivía en una pequeña aldea a las afueras del pueblo. Era muy excéntrico y no tenía miedo de demostrarlo en su indumentaria, y era mayor que yo. Y era capaz de crear lo que a mí me parecían canciones pop completamente fantásticas. Me puso “Drowning butterflies”, y me pregunté: “¿Cómo alguien que escribe algo así no es tan famoso como toda esa gente que es famosa y no sería capaz de componer algo como esto?”. Las razones, por supuesto, hay que buscarlas en el mismo Martin, y las ideas políticas que tenía sobre no trabajar en la industria y no venderse. Y me temo que uno de mis roles en The Cleaners From Venus fue intentar que se vendiera (ríe). Fui yo el que le vendió eso de que era demasiado bueno para no estar en una multinacional, el que le empujó a salir de su pequeño gueto. Mucha gente no “se vende”, simplemente “vende”. Me siento un poco culpable de mi paso por The Cleaners From Venus, me siento responsable de haber llevado al grupo a un lugar al que no deberíamos haber ido. Si miro hacia atrás, me parece que lo más brillante de The Cleaners From Venus son los casetes autoeditados de Martin, que grabó con Lawrence Elliot un lunes cualquiera y luego puso a la venta a través del underground. Y entonces llegué yo y empecé a marear la perdiz con lo de conseguir un contrato discográfico, e ir a un estudio de 24 pistas y hacer un álbum como Dios manda. Pero los dos elepés que hicimos así perdieron algo. Estoy convencido de ello. La magia se perdió, no sé cómo. La cosa no funcionó. Y la culpa fue mía. Fui yo el que convenció a Martin, no al revés: vamos de gira, hagamos un elepé, vamos a ser famosos. Y me sorprendió que no lo fuésemos, con su talento. Pero creo que jorobé la química de los Cleaners. Dicho esto, tras mi paso por el grupo Martin continuó grabando discos en solitario, aunque sigue estando alejado del radar. No sé si él tiene remordimientos sobre aquello.
Si me lo permites, yo no lo veo así. Es fácil lamentarlo ahora, pero yo conocí a los Cleaners a través del Going to England y me pareció hermoso. Luego escuché las cintas y me encantaron también, pero los álbumes “producidos” son una maravilla.
Me alegra que lo diga alguien que los ha escuchado y que tiene perspectiva, porque genuinamente siento una cierta ansiedad por haber arruinado la magia de Cleaners From Venus.
Ni hablar. Y por otra parte, si no llegas a intervenir, quizás ninguno de sus álbumes en solitario haría llegado a aparecer. Y eso sí habría sido una tragedia.
En eso es probable que tengas razón. The Greatest Living Englishman, producido por Andy Partridge, tal vez debe su existencia a que The Cleaners From Venus se hicieron más conocidos tras los dos elepés que hicimos juntos. Y eso sí tiene importancia. Porque es un disco genial. Pero Martin era un hombre de muchos conflictos, y quizás una parte de él tenía miedo de que la cosa saliese bien de verdad y se hiciera famoso, con todo lo que ello conlleva.
¿Te refieres a puro autosabotaje, al estilo Kevin Rowland con Don’t stand me down?
En efecto. Exactamente igual. Creo que le preocupaba cómo sería capaz de convivir con ese supuesto éxito, si al final se materializaba. Las crisis de identidad que son inseparables de esa fama. Al final tuvo la crisis, pero sin el éxito (ríe y suspira). Era muy complicado. Pero el hecho de que siga haciendo música quiere decir que todo fue para bien. Creo.
Martin Newell jamás habría podido ser famoso, creo yo. No digo que todo el mundo que tiene éxito se “venda”, pero sí que necesitas un cierto tipo de ambición casi cruel para conseguirlo, y dudo que Newell estuviera en esa categoría. Por lo que he ido viendo, los que se mantienen en esto y tienen carreras largas y exitosas son también tipos que tenían una visión focal y sabían dirigir sus carreras de manera eficiente.
Es cierto. Quizás el problema era toda esa gente que le planchaba la oreja con lo maravilloso que era su trabajo, y cómo debería ser más conocido. Creo que todo aquello le distrajo momentáneamente, pero nunca llegó a firmar el pacto con el demonio. Hay una versión de “Drowning butterflies” que Martin grabó en su sótano, en crudo y para maqueta, que tiene un gran encanto. Y luego existe otra versión de la misma canción que Martin permitió que Chrysalis remezclara, y un productor le añadió sintetizadores para que fuese semi-dance o algo así, cuando Martin ya no estaba en el estudio. Y cuando Martin la escuchó salió corriendo. Y en medio de las dos existe una demo que yo ayudé a producir en un estudio grande, y es una demostración fiel de cómo puedes perder el encanto original de una canción si no te andas con cuidado. En cada paso vas perdiendo algo, hasta que la versión final es casi irreconocible. Uno puede establecer paralelismos entre esto y muchas carreras del pop, no solo canciones sino grupos y artistas enteros.
A veces sucede al revés, sin embargo. En los sesenta una canción folk del montón se dejaba en manos de un productor habilidoso que le enchufaba mil violines a traición y la transformaba en una sinfonía de pop barroco alucinante.
También es verdad. Tras aquella experiencia monstruosa con “Drowning butterflies” Martin se convirtió en alguien completamente anti-productores. No quería ver uno en el estudio, ni que nadie se acercara a sus canciones. Entiendo su perspectiva, pero también me frustraba, porque veía lo brillantes que eran sus canciones, y cómo habrían mejorado los álbumes si hubiésemos permitido que los tocara alguien que supiese lo que estaba haciendo, y dónde se tenían que colocar los violines. No se trataba de que los violines fuesen necesariamente dañinos, ni siquiera que una versión de synth-pop lo fuese (pueden hacerse muy bien), pero pese a todo decidimos producir el álbum nosotros mismos. Y creo que se nota (ríe).
Hace muchos años dejaste de hablar de música pop y te pasaste al periodismo deportivo. ¿Alguna similitud entre ambas disciplinas?
No sé por qué me dio por ahí, pero cuando salió Lost in music yo hacía crítica musical para The Independent, y de repente me dio la ventolera de que no ya quería seguir haciendo crítica de álbumes, pues ya había cumplido los cuarenta. No sé por qué pensé eso. Veo ahora a mucha gente que seguirá realizando crítica de discos hasta que se muera; como tiene que ser. Creo que una parte de mí pensó que aquello era cosa de jóvenes, al menos la crítica de novedades. Y pensé que si me pasaba a los deportes podía hacerme viejo más dignamente (ríe). Pero me equivocaba. Puedes hacer crítica de discos cuando eres mayor, del mismo modo que puedes seguir creando música pop hasta que tienes cincuenta, sesenta y setenta. Quizás también sucedió que el impulso de hablar sobre pop me abandonó un poco tras terminar Lost in music.
Como si ya lo hubieses dicho todo.
Sí, pero a la vez siempre hay algo nuevo que decir sobre el pop. Lo malo de escribir sobre deportes es que no puedes ser partisano y apoyar a un equipo, que era precisamente lo que me gustaba de escribir sobre pop. Pero en crítica de deportes eso está bastante mal visto. Kiko Amat

(Entrevista publicada originalmente en la revista Rockdelux#329 de junio del 2014. Esta es la versión extendida y sin cortes, en exclusiva para Bendito Atraso)