Ay: la historia, a estas alturas, es tan familiar como un catarro otoñal. Pues siempre ha sido así, desde mi más temprana mocedad. En mi instituto, en 1988, los plúmbeos del POSI ya nos llamaban “contrarrevolucionarios” y “enemigos de la clase obrera”, solo porque nos mofábamos (una miaja) de ellos. De sus rancias consignas, de sus pancartas, de sus aires mesiánicos, de sus trasnochadas nociones de lo que era “el pueblo”, de su completa falta de sentido del humor, de sus pintas y espíritu ceniciento, carente de dicha y fervor juvenil. Pero, ¿cómo íbamos a ser enemigos de nuestra propia clase? ¿Y éramos “enemigos” solo porque llevábamos tejanos blancos y nos negábamos a aceptar órdenes y nos moríamos de tedio en las manifestaciones? Los estalinistas españoles durante la Guerra Civil utilizaban el mismo hurta-el-cuerpo-y-señala-algo-abstracto con los anarquistas, cuando los segundos les reprochaban sus jerarquías, su catecismo cerril, su obediencia ciega a un ideal absoluto, su irritante paternalismo. A esa gente le interesa confundir la parte con el todo: te mofas del kommissar y ya eres un traidor a la causa. Te ciscas en sus diezmos y ya estás con el invasor. Los de la FAI estaban “a sueldo del fascismo”. Nosotros somos hipsters, burgueses pederastas anti-proletarios patea-caniches y cisca-en-baldosas porque hemos señalado, y bien señalado, el discurso ridículo de un libro que no es más que un panfleto monolítico de autolavado moral. Y porque trata de canjear una hegemonía por otra; y las dos dan bastante repelús.
Seré breve, porque tengo cosas al fuego y luego me urge inspeccionar las caballerizas: criticar Hipsters etc. (me niego a transcribir entero ese título espeluznante) no es ser enemigo de la clase obrera, como sugiere la robótica respuesta a nuestro comentario. Es ser un enemigo del discurso totalitario y delirante que exhibe el librejo de marras, y de la visión engañosa, idealizada y pastoril, que utiliza para describir a la clase obrera (recordemos: nuestra clase). Y de la McCarthyana perspectiva “si no estás conmigo estás contra mí” que se desprende de sus penitentes páginas.
Me pregunto, ya que estamos, quién ha votado a Lenore como interlocutor legítimo del “barrio” (el día que le votaron yo debía estar en el retrete). No dudo que Lenore esté escuchando algunos ecos del gueto, pero me da a mí que el eco es más bien apagado, y que ha ido perdiendo significado manzana a manzana, viajando en taxi de una parte a otra de la ciudad. No me entiendan mal: yo tampoco sería el interlocutor adecuado, pues me paso el día reclinado en la vasta chaise longue de mi céntrico pisito del Eixample, y, aunque no soy de clase media, sí estoy en la clase media (como dijo Nelson Algren) desde hace unos buenos diez años. Pero, ¿Lenore? ¿No se presentó nadie más, o qué? Y en cualquier caso: eso de que una persona de autoridad se encargue de dilucidar qué es cultura callejera y qué no, ¿no les suena un poco a los viejos Papas medievales, los únicos que tenían potestad para dialogar con El Altísimo, y luego transmitir sus explícitas órdenes al vulgo? Francamente sospechoso, todo eso.
¿Y qué sucede si no encajas en el corsé “proletario” de Lenore? ¿Y si eres de un pueblo industrial de extrarradio pero resulta que quien te inspira es, precisamente, Red House Painters? ¿o Felt? ¿o la música Oi!? ¿o Los Planetas? ¿o el glam rock? ¿o los putos niños cantores de Viena? ¿Y si te chifla leer a Wodehouse, cuyas historias se centran exclusivamente en torpes lechuguinos de clase muy alta? No respondan. Sé bien lo que sucede: la excomunión. El destierro. La retirada del carnet working class fidedigno y autentificado con doble timbre y sello. ¡La ignominia y el oprobio! Bah. ¿Somos niños, o qué?
Me imagino a Emma Goldman dirigiéndose a Lenore:
EMMA (presentándose en el puesto de mando): Si no puedo bailar no es mi revolución, tronco.
LENORE: De acuerdo, camarada. Adelante.
EMMA: Guay. Pues ya que estoy aquí me gustaría poner este disco (saca disco de pizarra de entre los pliegues de su faldón) para echar unos bailesitos.
LENORE (abochornado pero inflexible): Uy, no, ese no va a poder ser.
EMMA (perpleja): ¿Cómo dice?
LENORE: Que ese (señalando con cara de asco) no puede usted bailarlo, Sra.Goldman. Tiene que bailar este de aquí, que es el que hemos aprobado en el último comité.
EMMA: Anda y que te zurzan, colega.
El comentario a nuestro comentario sugiere ahora que somos enemigos de los “chonis”; lo que faltaba. Como quedaba bien claro en mi texto, escrito por mí mismo con estas cansadas manos, lo que me parece lamentable es que unos cuantos caballeros autodesignados hayan erigido un nuevo canon de lo que es la izquierda libertaria y anticapitalista actual (se parecen de forma alarmante a aquellos militantes desclasados de los años ochenta: los salvadores del pueblo, los que se iban a Nicaragua pero jamás habían entrado a un maldito bar obrero). Eso me parece lamentable, y también risible. Y también me parece muy cuestionable la visión grotescamente idealizada, vista desde las alturas y utilizando prismáticos, de cualquier clase.
En mi primer comentario ya les dije que Hipsters y toda esa ralea infame que no somos nosotros seis, de Víctor Lenore, me parecía un espanto. Lo mantengo, y si se empeñan lo repetiré aquí: es un libro de moral dudosa, repleto de acusaciones alucinantes (de alguien bastante alucinado, quiero decir), resentido y sermoneante y de tono catequista, y preferiría que me arrancaran de cuajo una muela del juicio a tener que releerlo. Me llena de perplejidad que intenten equiparar a Hipsters etc. con Chavs, el libro de Owen Jones. Como si fuesen la misma cosa. Quizás sus escasos fans imaginan que si repiten lo suficiente los dos nombres juntos, el público va a terminar equiparándolos. Como si yo fuese por la calle canturreando “Kiko Amat, Paul Newman” por la calle, confiando en que el binomio se implantara en el subconsciente de la peña. Pero, por desgracia para Lenore, eso no funciona así. Nada así. La clase obrera está demonizada y hay que defenderla siempre, seas de la clase que seas; Owen Jones está en lo cierto. Pero Owen Jones no ha montado una checa cultural e intelectual para servir a sus propios fines, como sí ha hecho muy gustosamente Lenore.
Para terminar, solo añadir dos o tres cosas relevantes para solaz del público lector:
a) Lenore afirma que ha escrito su libro para “crear debate”, pero no ha entrado a “debatir” ninguna de las numerosísimas y firmes réplicas (David Morán en Rockdelux, Manu González en Blisstopic…) que su libelo ha recibido, del uno al otro confín. Lo que sí ha hecho Lenore, por el contrario, es ovillarse en su viejo bunker y deshacerse de toda crítica agrupándola en un “todos van contra mí” paranoico y miope y trémulo que reúne (rían aquí) al director del Primavera Sound y a mí mismo, por ejemplo; almas gemelas, claro está. La visión de la réplica es la misma que la de Hipsters etc. Si allí juntaba por arte de magia a la reina Letizia, Diplo, Sr.Chinarro, Javier Calvo y Jan Martí de Blackie Books, por decir solo cinco, aquí vuelve a materializarse un gang de enemigos anti-lenoristas sedientos de sangre, barbudos y ricos y modernos y anti-proletarios (su creación frankensteiniana del hipster perverso suena bastante parecido a los protocolos de Sión), que solo existe en su mente.
b) Cuando Lenore se digna a contestar mis acusaciones y emerge (algo mareado) del bunker, va y publica la respuesta de otro señor. Por Dios bendito: ¿Ni siquiera luchamos las propias batallas, Víctor?
c) Y cuando llega la contestación, qué decepción: es un nuevo panfleto; envarado, aburrido, falto de humor y semi-ilegible (y este ajeno, que es aún peor). Y cuyo mensaje, una vez más, es de nuevo el cataclísmico “si no estáis conmigo, estáis contra mí. Todos vosotros”. Lenore (bueno: su portavoz) nos exige solidaridad interclasista -que la tenemos, y a capazos- pero si se fijan bien no es eso lo que reclama. Lo que reclama es que claudiquemos frente a su idea única de “solidaridad”. You’re free to do as we tell you (que decía Bill Hicks). Lo que está diciendo es que, si no aceptamos el catecismo homogéneo de su insignificante grupo de “solidarios”, entonces estamos con la gentrificación, los macrofestivales, la oligarquía, los policías antidisturbios y el neoliberalismo. Quizás también con Hitler, Belcebú, La Trinca y Tipper Gore. Igualito, pero igualito, que lo que decían aquellos estalinistas avejentados de mi juventud.
Algunas cosas no cambian jamás, ¿verdad?
No: si esa es tu revolución, Víctor, ya puedes contarme fuera de ella.
Kiko Amat