Cosas Que Leo #76: HILLBILLY, UNA ELEGÍA RURAL, J.D. Vance

“Así que no escribí este libro porque haya logrado algo extraordinario. Escribí este libro porque he logrado algo bastante ordinario, cosa que no les sucede a la mayoría de los chicos que crecieron como yo. Porque yo crecí siendo pobre siendo pobre en el cinturón del Óxido, en un pueblo acerero de Ohio que ha estado perdiendo puestos de trabajo y esperanzas desde que tengo memoria. Por decirlo suavemente, tengo una relación compleja con mis padres, y mi madre ha luchado contra las adicciones durante casi toda mi vida. Mis abuelos, ninguno de los cuales acabó la educación secundaria, me educaron, y sólo algunos parientes lejanos fueron a la universidad. Las estadísticas dicen que los chicos como yo tienen un futuro lúgubre; que si tienen buena suerte lograrán no depender de las prestaciones sociales, y que si tienen mala suerte morirán de una sobredosis de heroína, como les sucedió a docenas en mi pequeño pueblo solo el año pasado.

Yo era uno de esos chicos con un futuro lúgubre. Casi dejé el instituto. Casi me dejé llevar por la ira profunda, por el resentimiento que sentía todo el mundo a mi alrededor”.

Hillbilly, una elegía rural

J.D. VANCE

Deusto, 2017 (publicado originalmente como Hillbilly Elegy en 2016)

251 págs.

Traducción de Ramón González Ferriz

Cosas Que Leo #64: EL ENFERMERO DE LENIN, Valentín Roma

“Desde mi otro pueblo me llega una invitación para encontrarnos, una cena para celebrar que ya somos cuarentones o que la clase de octavo fue “la más especial”. No puedo asistir porque estoy aquí, cuidando de Lenin o participando de su locura, ya veremos cómo termina esto.

De todas formas sé que el objetivo de la fiesta es otro bien distinto, la intención es que se cumpla, de nuevo, la ceremonia escatológica de las jerarquías, la misma crueldad de hace treinta años entre guapos y feos, rejuvenecidos contra los que sí envejecieron, triunfadores frente a quienes siguen recordando, persistentemente, esa misma anécdota obscena y sin importancia. Nadie dice que crecimos transportando una rabia triste, improductiva y de enorme fragilidad, cierta clase de rebeldía que se adelantaba ante cualquier situación o que clausuraba todos los propósitos, siempre pendiente de subyugarse ante las imposiciones venidas desde arriba. Aún hoy se observa dónde y por qué cada uno de nosotros tuvo que sortear esa ira soldada a nuestra forma de vivir, como si solo pudiésemos hablar, trabajar o valorar el mundo cuando la apartamos por unos momentos, como si el primer gesto de apreciación de las cosas fuese otra nueva bofetada que debe quitarse la cólera de encima para comprender algo.

Creo que nunca nos hemos insubordinado contra la autoridad, mucho menos quienes hicimos “nuestro camino” lejos de las familias, los que estudiamos en las universidades y sostenemos algunos maximalismos, ésos somos los más sumisos, los más charlatanes; ésos somos quienes dedicamos nuestros mayores esfuerzos a limpiar pequeños huecos de violencia para dejar de ser violentos, siempre caídos en falta, culpables ante casi todo, compensando nuestra furia con un aferrarse al placer, la tendencia a utilizarlo cada día como moneda de cambio.

Nosotros sí que temíamos los valores de nuestros padres, a pesar de que admirábamos a las personas que los encarnaban. Fuimos educados para la nostalgia sin tener una memoria que respetar. Éramos el inicio y la expresión de un tiempo, sus inmolaciones y sus figuras retóricas, pero ni siquiera quedó un nombre vacante para definirnos, sólo ciertos adjetivos, aunque bien mirado esa falta de terminología nos mordió las pantorrillas, invitándonos a correr desordenadamente hacia todas partes.

No puedo asistir a la exhumación del tótem de la melancolía, siendo yo uno de sus principales valedores, uno de sus sacerdotes más locuaces. Sin embargo, lo único que ahora me preocupa es la excusa que daré, cómo ausentarse de la clase de octavo “más divertida” sin parecer un cretino o un pretencioso. Siempre pensando en las opiniones de los demás.”

El enfermero de Lenin

VALENTÍN ROMA

Periférica, 2017

267 págs.

**** Valentín Roma es uno de mis (pocos, raros) escritores españoles predilectos. Siempre leeré todo lo que escriba.

Cosas Que Leo #53: EL JARDINERO NOCTURNO, George Pelecanos

“Holiday miraba fijamente su copa. Bebió un sorbo y luego otro antes de dejarla sobre la barra. No debería haber ido al escenario del crimen. Había sido curiosidad, nada más.

– Cuéntanos algo, Doc -pidió Jerry Fink

– Nada que contar -replicó Holiday. Ni siquiera recordaba cómo se llamaba la mujer que se había tirado la noche anterior.

Bob Bonano volvió de la jukebox. Acababa de echar unas monedas y ahora se bamboleaba al ritmo de la lastimera armónica y los primeros compases solemnes de In the Ghetto.

– Elvis -dijo Jerry Fink-. Intentando hacer crítica social. Alguien le engañó y le hizo creer que era Dylan.

– Sí, pero ¿de quién es esta versión? -preguntó Bonano.

Una mujer empezó a cantar el primer verso. Fink y Bradley West, sentados junto a Holiday, cerraron los ojos.

– Es la titi esa que cantaba Band of Gold -dijo Jerry Fink.

– No -dijo Bonano.

Holiday no atendía a la canción. Estaba pensando en Gus Ramone, junto al cuerpo del chico. Tenía una guasa del carajo que le hubieran encargado el caso a Ramone.

– Hizo también esa canción de Vietnam -declaró West- Bring the boys home, ¿no?

– Esa era Freda Payne, y me da igual lo que hiciera -replicó Bonano. Sacudió un paquete de Marlboro Light hasta que sobresalió un cigarrillo -No es ésta.

Holiday se preguntó si Ramone se habría dado cuenta de que el nombre del chico, Asa, se escribía igual al derecho y al revés. El nombre era un palíndromo de esos.

– Entonces, ¿quién es, so listo? -preguntó Fink.

– Candi Stanton- Bonano encendió el cigarrillo.

– Lo sabes porque lo has leído en la juke.

– A ver, por un dólar -dijo Bonano, ignorando a Fink-, ¿cuál fue el mayor éxito de Candi Stanton?

Holiday se preguntó si Ramone habría relacionado al chico con las otras víctimas con nombres palíndromos. Todos eran adolescentes, a todos los mataron de un tiro en la cabeza y los encontraron en jardines comunitarios en torno a la ciudad.

Ramone era bastante buen policía, aunque su empeño en seguir siempre las normas constituía un obstáculo. No tenía ni comparación con el policía que él mismo había sido. Le faltaba el don de comunicación de Holiday, para empezar. Y todos los años que Ramone pasó en Asuntos Internos, trabajando casi siempre detrás de una mesa, no le habían hecho ningún bien.

– Ni idea -dijo Fink.

Young hearts run free -contestó Bonano con una sonrisa de satisfacción.

– Querrás decir Young dicks swing free -dijo Fink.

– ¿Cómo?

– Es un tema disco de ésos. Te tenía que gustar -repuso Fink.

– Yo no he dicho que me gustara. Y me debes un dólar, judío de mierda.

– No tengo un dólar.

Bonano le dio una colleja.

– Pues, entonces, toma.

Holiday apuró la bebida y dejó el dinero en la barra.

– ¿A qué viene tanta prisa, Doc? -preguntó West.

– Tengo trabajo -contestó Holiday.”

El jardinero nocturno

GEORGE PELECANOS

B de Bolsillo, 2013 (publicada originalmente como The Night Gardener en 2006)

376 págs.

Traducción de Sonia Tapia.

Cosas Que Leo #46: LADIES MAN, Richard Price

“On the farthest court from me, three Puerto Rican teenagers played paddleball -two, short twitchy butted girls in hip-high pea-coats against a skinny kid in a brimmed porkpie hat and a premature moustache. The kid was showing off, hitting the ball behind his back, between his legs, smacking one girl on the ass with his paddle, adjusting, readjusting his hat. The girls were laughing, stiff-arming their swings, innuendoing to each other with their eyes. He had a hard-on. Anytime the girls scored a point he groaned or slapped his forehead or said, “Ah must be getting’ old!” Once in a while he slammed a killer just so they would know he was a layback but active volcano.

Candy moved his weight well. They both had good coordination, but it had been a long time, and they played like shit.

By the basketball courts, on our bench, three identically dressed Puerto Rican guys sat on the top slat, backs against the fence, hands in coat pockets, feet on the seat slats. Against the far mesh wall a kid also in a porkpie leaned into his girlfriend, whose back was curved into the fence. His hands were in his pockets and he supported himself by resting his long thigh in her crotch.

That was us. All of it. All of it. Me and Sandy Talla against the fence. Me and Suzie and Dawn and Ronnie playing handball. Me and Donny and Brazil shooting hoops. Me and the boys bullshitting on the bench listening to WMCA, WABC, WINS.

I felt a rush of panic. For a second I thought I lost my sample case. Then I remembered it was in Candy’s car. Outside the playground two sixteen-year-old blond Irish girls walked by in pea coats and I got hit with a sweetness, a sweet horniness, and I remembered what it was like to thrill to a tongue in my mouth, a tit in my hand, perfume in my nose. The delicious gut-wrenching agony of the time in my life when titty was king and I never even knew girls had cunts. Another el train roared overhead, bringing back the millions of el trains that had roared past my window and I started crying.

Nothing heavy. Just misty sadness. It was over. It had been the best and now it was over and nothing had ever felt as good. We had peaked back then, and all we’d been doing since was dying.

I heard Candy groan as though he just got skewered with a sword. I glanced up in time to see the pink ball soar over the factory roof. End of the game. They slowly staggered over to me, breathing heavily. Donny looked miserable. Candy’s chest was heaving like a bellows and perspiration dripped steadily off his nose. I wasn’t sure if it showed that I had been crying. If any of us had had anything real going on in our lives we never would have come back.

“Gentlemen? We are very lost people”.

Donny caught my eye for a second, then looked away. Candy stared at me, still wheezing. Raising his hand above his head, he wiped the sweat off his face with his shoulder. “Speak for yourself, Kenny”.

“Yeah, Candy? Whata you got?”

“Kids. I got kids, Kenny, and they’re the best”. He lightly slapped Donny on the chest with the back of his hand while looking at me. “C’mon, I’ll blow you guys to Tabs”.”

Ladies Man

RICHARD PRICE

Bloomsbury 1998 (publicado originalmente en 1978)

264 págs.

Cosas Que Leo #34: CHERRY, Nico Walker

cherry walker

«Me pasó una cosa curiosa: después de casarnos, Emily fue y se hizo la depilación definitiva, y luego se pilló una serie de amantes, y entonces hubo un día que descubrí que yo era algo así como el centésimo primero en ver el resultado. Y eso me destrozó. Pero, para ser justos, yo me había ido a Irak. Y, para ser justos, nuestro matrimonio era una mentira. A lo mejor pensó que me matarían y que no llegaría a enterarse.

Durante los últimos tres meses en el Ejército, allí en Texas, estuve bebiendo dos botellas de ginebra por noche. Cagaba sangre. Me tiraba pedos de sangre. Me hacía pajas en los lavabos, y todo eso no me hacía sentir demasiado bien.

Volví a casa por Navidad y conocí a una chica; me dijo que tenía la regla, así que me hizo una cubana, y yo mientras me quería morir. Me dijo: «¿Te importa no darme en la cara con la polla?».

Me volví a Texas y la cosa mejoró un poco. La gente sabía lo que era eso. Y había un montón de gente allí a la que se le iba la pinza, así que Texas estaba bien: no tenías la sensación de estar tan jodido mientras estuvieras allí.

Pero entonces me largué del Ejército; mi tiempo había terminado. Y uno podría pensar que estaba todo bien, pero no estaba todo bien. Me sentía como si estuviese abandonando a los míos. En realidad, les importaba una mierda que me largara o no, pero en el momento eso es lo que sentí, que estaba abandonando a los míos. Pensé: A lo mejor tendría que quedarme.

Pero no me quedé. Me marché. Los cabrones me hicieron entrar en la Guardia Nacional antes de soltarme, pero me soltaron y yo me piré. Me volví a Ohio. Hice una parada en Elba de camino. Emily quería el divorcio. Así que nos divorciamos y luego me volví a casa. Tenía algo de dinero y empecé a ponerme hasta el culo de drogas. Pensaba que si tenía algo de dinero, bastante como para ponerme hasta el culo de drogas, entonces podía hacerlo y algo bueno acabaría por ocurrir. Lo que ocurrió fue que una vez, en marzo, me metí coca y llamé a Emily en plena noche, y le dije:

–Te perdono. Te necesito tanto… ¿Te estás follando a alguien ahora mismo? Me da igual lo que hicieras. No lo mencionaré. Pero no creo que pueda hacer esto sin ti.

–¿Qué quieres decir?

–¿Te lo tengo que deletrear, joder?

Yo tenía alquilado un apartamento en Coventry Road, en Cleveland Heights, y Emily se mudó la primera semana de abril e intentó vivir conmigo. Acababa de licenciarse con honores y era preciosa y brillante así que, en fin, yo puse todo de mi puta parte. Compré unos estúpidos muebles. Pensé, esto es lo que hace la gente cuando sienta la cabeza. Llevé a Emily al teatro, y le compré un vestido para llevar. Fue y lo cambió por otro, y se lo puso, y yo me puse el único traje que tenía y nos tomamos unos trankis de 1 mg y nos fuimos al teatro. Era un show de una sola actriz sobre Ella Fitzgerald. Había comprado las entradas con mucha antelación. A Emily le gustaba muchísimo Ella Fitzgerald. Total, que llegamos allí y éramos los únicos que íbamos arreglados. Había un montón de gente de zonas residenciales, de mediana edad y también mayores, y llevaban todos ropa de L.L. Bean y esas mierdas. Gente de mediana edad con dinero, y no eran capaces de ponerse una puta americana o algo. Daban ganas de vomitarles encima. Esta era la vida por la que habíamos luchado. El espectáculo estuvo bien. Luego Emily y yo nos volvimos a casa, y tomamos algún otro tranki y nos desmayamos y nos fuimos a dormir, y James Lightfoot probó a llamarme, pero yo no oí el teléfono, y esa fue la noche en la que lo arrestaron por intentar colarse en mi edificio de apartamentos, solo que no era mi edificio de apartamentos; se había intentado colar en el edificio equivocado. Los polis le encontraron un cuchillo. Y había drogas de por medio.»

Cherry

NICO WALKER

Literatura Random House, 2020 (editado originalmente por Random House USA, 2018)

352 págs.

Traducción de Inga Pellissa Díaz

Cosas Que Leo #32: BASTARD OUT OF CAROLINA, Dorothy Allison

bastard Allison

«In August the Revival tent went about half a mile from Aunt Ruth’s house on the other side of white horse road. Some evenings while Travis and Ruth sat and talked quietly, I would walk up there on my own to sit outside and listen. The preacher was a shouter. He’d rave and threaten, and it didn’t seem he was ever going to get to the invocation. I sat in the dark, trying not to think about anything, specially not about Daddy Glen or Mama or how much of an exile I was beginning to feel. I kept thinking I saw my Uncle Earle in the men who stood near the highway sharing a bottle in a paper sack, black-headed men with blasted, rough-hewn faces. Was it hatred or sorrow that made them look like that, their necks so stiff and their eyes so cold?

Did I look like that?

Would I look like that when I grew up?

I remembered Aunt Alma putting her big hands over my ears and turning my face to catch the light, saying, “Just as well you smart; you an’t never gonna be a beauty”.

At least I wasn’t as ugly as Cousin Mary-May, I had told Reese, and been immediately ashamed. Mary-May was the most famous ugly woman in Greenville County, with a wide, flat face, a bent nose, tiny eyes, almost no hair, and just three teeth left in her mouth. Still, he was good-natured and always volunteered to be the witch in the Salvation Army’s Halloween Horror House. Her face hadn’t made her soul ugly. If I kept worrying about not being a beauty, I’d probably ruin myself. Mama was always saying people could see your soul in your face, could see your hatefulness and lack of charity. With all the hatefulness I was trying to hide, it was a wonder I wasn’t uglier than a toad in mud season.

The singing started. I leaned forward on the balls of my feet and hugged my knees, humming. Revivals are funny. People get pretty enthusiastic, but they sometimes forget just which hymn it is they’re singing. I grinned at the sound of mumbled unintelligible song, watching the mean near the road punch each other lightly and curse in a friendly fashion.

You bastard.

You son of a bitch.

The preacher said something I didn’t understand. There was a moment of silence, and then a pure tenor voice rose up into the night sky. The spit soured in my mouth. They had a real singer in there, a real gospel choir.

Swing low, sweet chariot… coming for to carry me home… swing low, sweet chariot… coming for to carry me home.

The night seemed to wrap all around me like a blanket. MY insides felt as if they had melted, and I could taste the wind in my mouth. The sweet gospel music poured through me in a piercing young boy’s voice, and made all my nastiness, all my jealousy and hatred, swell in my heart. I remembered Aunt Ruth’s fingers fluttering birdlike in front of her face, Uncle Earle’s flushed cheeks and lank black hair as they’d cried together on the porch, Mama’s pinched, worried face and Daddy Glen’s cold, angry eyes. The world was too big for me, the music too strong. I knew, I knew I was the most disgusting person on earth. I didn’t deserve to live another day. I started hiccuping and crying.

“I’m sorry. Jesus, I’m sorry.”

How could I live with myself? How could God stand me? Was this why Jesus wouldn’t speak to my heart? The music washed over me… Softly and tenderly, Jesus is calling. The music was a river trying to wash me clean. I sobbed and dug my heels into the dirt, drunk on grief and that pure, pure voice soaring above the choir. Aunt Alma’s swore all gospel singers were drunks, but right then it didn’t matter to me. If it was whiskey backstage or tongue-kissing in the dressing-room, whatever it took to make that juice was necessary, was fine. I wiped my eyes and swore out loud. Get that boy another bottle, I wanted to yell. Find that girl a hardheaded husband. But goddam, keep them singing that music. Lord, make me drunk on that music.

I rocked back and forth, grinding my heels into the red dirt, my fists into my stomach, crooning into the dark night and the reflected glow from the tent. I cried until I was dry, and then I laughed. I put my head back and laughed until my voice was hoarse and the damp fog came to cover the lights from the revival. If Aunt Ruth had come out to me then, I would have apologized for everything, for living and not loving her enough to save her from the cancer that was eating her alive. I didn’t know. For something, surely, I would have had something to apologize for, for being young and healthy and sitting there full of music. That was what gospel was meant to do -make you hate and love yourself at the same time, make you ashamed and glorified. It worked on me. It absolutely worked on me.”

Bastard out of Carolina

DOROTHY ALLISON

Penguin, 1992 (publicado en España con el título de Bastarda, Alfaguara, 2000)

320 págs.

**** Este es uno de los mejores libros que he leído en toda mi vida. Pasa de inmediato al Top 20 absoluto. No se lo puedo recomendar lo suficiente. Dedicaré el resto de mi existencia a que se reedite en nuestro país.

Cosas Que Leo #30: UNA LUZ ABRASADORA, EL SOL Y TODO LO DEMÁS, Jon Savage

joy division jon

“Así que allí había una verdadera cultura musical, y fue muy importante para nosotros. Más allá de eso, no creo que tuviéramos ninguna identidad. La escuela a la que fui era realmente grande, y supongo que si vivías en Salford eras una especie de don nadie, no tenías apenas probabilidades de progresar en el mundo. Te consideraban carne de fábrica. La música te aportaba una suerte de identidad porque era un lugar deprimente y los inviernos eran muy largos, así que tendías a internalizar todo eso. No es como vivir en Los Ángeles, donde puedes ir cada día a la playa con tus patines en línea. Era en plan «Ah, mierda, esto es de lo más aburrido. Hoy hay niebla, está lloviendo, ¿qué vamos a hacer? Ya lo sé, vamos a casa de este o a casa de este otro. Llevémonos un montón de discos y hablemos de música». Y aquello terminó evolucionando hacia «Empecemos a hacer música».

Terry Mason: Conozco a Hooky desde que tenía ocho años. A Bernard no lo llegué a conocer hasta que fui al instituto, me lo encontré en el tercer año porque la escuela estaba dividida en dos partes: estaba el Salford Technical High School y el Salford Grammar School. Hooky y Bernard iban a este último, el instituto normal, y yo iba a las clases de formación profesional, y a pesar de que ya habíamos decidido dónde queríamos estar, en el tercer año nos metieron a todos juntos en la misma clase. Nos hicimos más amigos cuando cumplimos los dieciséis y todos teníamos una escúter. Decir que éramos una pandilla de moteros no sería lo más correcto, pero en aquel momento había unos diez de nosotros en la misma clase que teníamos motos pequeñas, y quedábamos después del colegio. Aunque Hooky y Barney vivían en zonas diferentes a la mía, solían acercase bastante a donde vivía yo. No éramos más que chusmilla con motocicletas. No llevábamos parkas, ni banderas del Reino Unido ni condecoraciones del ejército del aire.

Peter Hook: Conocí a Bernard en el instituto de Salford, cuando los dos teníamos once años. Nos hicimos amigos muy rápido. Ni yo ni Bernard estábamos entre los alumnos a los que acosaban, ni tampoco éramos parte de los abusones, estábamos un poco en medio de todo eso, así que la nuestra era una existencia bastante privilegiada para un chaval. Empecé a salir cuando tenía dieciséis, más o menos. El primer club al que fuimos fue el Salford Rugby Club, en el Willows, que abría los lunes, y luego progresamos hasta la noche de los martes, y muchos de nuestros amigos del colegio iban allí. Para mí era más fácil ir que para Bernard, porque podía volver a casa a pie. Él vivía en Broughton, así que se convirtió en el lugar donde pasaba el rato. Sonaba rock de los setenta, básicamente: Slade, Deep Purple, Hendrix, Groundhogs, Status Quo. Fuimos a ver a Led Zeppelin en el Hard Rock de Stretford, a Deep Purple en el Free Trade Hall, y cosas así. Rock duro. Aquello duró hasta que empezamos a salir, y nos fuimos aficionando al pop porque comenzamos a escucharlo. No escuchamos música disco hasta que no empezamos a ir a los clubes.

Terry Mason: Bueno, era una escuela secundaria, pero si te digo la verdad, no es que nos aportara gran cosa. Entre nosotros tres sumábamos hasta cinco exámenes de acceso a bachillerato. Aquella no era precisamente una época en la que se esperara mucho de ti, ni que fueras a la universidad. En nuestro curso habría unas ciento veinte o ciento cincuenta personas, y el número de alumnos que iría a la universidad de toda la escuela sería quizá de cuatro. Lo que se esperaba de ti era que terminaras y encontraras algún tipo de trabajo. No había grandes ambiciones, no es que fuera un instituto conocido por producir médicos. Creo que lo que más produjo fue operadores de torno y maquinistas, pero no había en la escuela ningún tipo de excelencia académica. La fábrica de Salford era Ward & Goldstone, una planta eléctrica, pero no tenía ningún tipo de atractivo para nosotros.

Bernard Sumner: Me lo pasé bomba en el colegio. Sentía que la juventud era una época para disfrutar, así que no me centré en los estudios. Lo que quería era salir y perseguir a las chicas, ir a robar a las tiendas de Manchester y hacer todas esas cosas increíblemente estúpidas que hacen los chavales que están en el colegio. Cuando dejé los estudios quise ir a la escuela de arte. Tenía un pequeño porfolio de obras que había creado en la escuela y fui al Bolton College of Art, y me aceptaron. Así que fui a casa y se lo dije a mi madre, y me dijo: «No». Le dije: «¿Cómo? Yo quiero estudiar Bellas Artes». Me dijo: «No me lo puedo permitir». Hizo que uno de mis tíos hablara conmigo, lo cual fue bastante extraño, porque era un tío realmente lejano que no me caía especialmente bien, porque vivía en una casa grande en Worsley, o por ahí. Me dijo: «Mira, no puedes ir a la escuela de arte, tienes que salir ahí fuera y encontrar un trabajo, valerte por ti mismo». Así que tuve que aparcar aquella idea y buscarme un trabajo.”

Una luz abrasadora, el sol y todo lo demás; Joy Division. La historia oral

JON SAVAGE

Reservoir Books, 2020 (publicado originalmente en Faber & Faber, 2019)

416 págs.

Trad. de Javier Blánquez

ROGER DALTREY: «Siempre me han irritado las modas del rock»

Mi entrevista exclusiva con Roger Daltrey, cantante de The Who. Mi labio superior, si quieren saberlo, se mantuvo firme durante toda la charla. Léanla en El Periódico de Catalunya, en este link.