“¡Este vendaje no tiene nada que ver con mi comportamiento!”

Todd-McEwenTal vez sepan que tenemos al maravilloso novelista TODD McEWEN de invitado extra en el Primera Persona 2015 que se celebrará este 8-9 de mayo en el CCCB. El maestro entre maestros abre la primera sesión del primer día, con un pequeño show de 10 minutos inspirado en su excelente libro sobre poglias y posturas sexuales y levantamientos hidráulicos Las cinco máquinas simples (Automática Editorial).

Para rendirle homenaje hemos decidido republicar la entusiasta (hasta la chifladura) crítica que escribimos en el 2013 sobre su tronchante y locatis Boston; sinfonía para violín sin cuerdas (Automática Editorial), la traducción con la que debutó en nuestro país. Fuimos (y somos) MUY FANS de ese libro. Tanto lo recomendamos que incluso llegamos a firmar algunos en aquel Sant Jordi; lo crean o no.

En cualquier caso, es ésta:

Si los libros fuesen clientes de un bar, Menos que cero sería el guaperas cuidadosamente desaliñado y de mirada lasciva que sorbe peripuesto su cóctel en la barra, y Boston; sonata para violín sin cuerdas sería el tarado que recorre el local con las manos en la cabeza, la minga asomando por la bragueta abierta, conversando con gente imaginaria, sangrando por la nariz y tratando a la vez de sofocar un pequeño incendio en su pernera. Sí, han captado mi audaz símil: Boston es un libro LOCO. No loco de “mirad lo loco de estas bermudas floreadas” sino loco de salir a comprar en bata y pantuflas, loco de manicomio, loco de ver a Jesucristo y amarle en una noche de pasión y luego perder la chaveta y dormir en parques y andar por ahí con hojarasca pegada al cabello.

9788415509127Ustedes dirán que la locura no tiene gracia. Se equivocan: la locura en narrativa es graciosísima, y Todd McEwen creó en 1983 a uno de los lunáticos más entrañables e hilarantes de la literatura. Si quieren imaginarlo, William Fisher (tomen nota, nerds: se llama como el protagonista de Billy Liar) es una mezcla del Basil Fawlty de The Germans, el Arturo Bandini de John Fante y el Reginald Perrin de David Nobbs. O sea, tres maníacos histriónicos al borde de la neurastenia, juntos y encerrados en un nuevo guión de La conjura de los necios.

La historia es simple pero convulsa: William Fisher deambula por un lago helado, ve a Thoreau atrapado debajo del agua (¡juá!), resbala y se parte la crisma. Ese accidente desencadenará una reacción en cadena de fatalidades quijotescas de un extremo al otro de Boston que incluyen: nudismo involuntario, beodez extrema, malentendidos vergonzantes, desacato a la autoridad, abandono del empleo, un omnipresente violín sin cuerdas, 12 valientes páginas de ortografía de borracho (“¿Dienes sidio bara dormir?”), sensacionales imágenes de hombres-deshechos-de-parranda (“dos sujetalibros” apoyados el uno contra el otro), violencia gráfica, indigencia fortuita y amistad con homeless, su ex-novia “besando a un mendigo” (“Quería volverse loco y escribir J.HARDY SE FOLLA MENDIGOS en la pared con salsa de tomate”), vagabundeo por la gran ciudad, una revuelta callejera, odio al hippie (“una sociedad organizada en torno a la levadura y la fotosíntesis”) y odio a los veganos/abstemios y odio al cine francés (¡viva!), desorientación vital extrema que desemboca en demencia y perdición, pero también pathos y emoción y pena. Y la magnífica belleza, humor y éxtasis que son consecuencia de todo ello.

En efecto: Boston parece un catálogo de mis cosas favoritas del mundo entero, por no decir un cartabón con el que medir el resto de novelas que caigan en mis manos en lo que me queda de vida. La prosa es un poco experimental, pero de forma tolerable (escasez de comas, diálogos sin guión, a lo nouveau roman); no va a hacerles bizquear, no pasen ansia. En general, lo pasé tan endiabladamente bien con el humor feroz y valiente y, sobretodo, inteligente de Boston que rezaba para que no terminara nunca, como cuando miraba dibujos animados de niño. La sorpresa editorial del último año, y me quedo corto.

Kiko Amat

(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia, en algún punto de octubre del 2013)