En cuatro cómics distintos, cuatro miradas dispares: una joven batallando humorísticamente contra la depresión clínica, una leyenda de capitanes y sirenas, viñetas de pop vs. cultura clásica y una saga familiar en el marco del sectarismo serbio. ¡Tutti-frutti comiquero!
No sé si ustedes han estado deprimidos alguna vez. No les hablo de amohinados, melancólicos o flébiles. O simplemente pajarillos. Les hablo de (La Gran) DEPRESIÓN, la que se atrinchera en tu cama y desconecta tus músculos y borra el futuro y te deja en aquel estado –asaz anti-ducha y pro-Telemaratón- de inacción paralítica. Personalmente no tengo el gusto, aunque sí conozco a gente que la ha sufrido, y créanme que la cosa no sonaba jolgoriosa cual charlestón. Pues bien, Allie Brosh es una artista californiana de 29 años que ha narrado la depresión como nadie. Y no solo eso: lo ha hecho de forma divertida. Bueno, “divertida” tal vez no sea la palabra adecuada. Me refería a que existe una intencionalidad cómica en su cómic Hipérbole y media (Principal de los Libros) aunque tal comicidad sea más del tipo Joseph Heller en Algo ha pasado, que Vonnegut definió como “el libro más infeliz jamás escrito”.
Hipérbole y media es una colección de “aventuras” sobre la depresión de Brosh, y también recopila varias espeluznantes anécdotas de conducta borderline infantil de la autora. La mayoría de reseñas se han centrado en lo “hilarante” de esas historias, pero ahora en serio, gente: exijo moderación al adjetivar. Hoy en día la crítica va directa al superlativo dislate sin pensar en las repercusiones. “Hilarante”, según la RAE, es “adj. Que inspira alegría o mueve a risa”. Déjenme decirles que nada en Hipérbole y media inspira “alegría” de ningún tipo. Es un cómic turbador que solo deja mal cuerpo y espanto, como si un garabato de tu hijo menor le mostrara en la ducha con un entrenador barbudo. En Hipérbole y media incluso el dibujo es incómodo: el avatar de Allie es una especie de pérfido rodaballo de rictus psicópata, trazado primitivamente con Paintbrush, que resulta más Munch que Mouse (Mickey). Hipérbole… empezó en el año 2009 como el tipo de blog que al cabo de dos segundos ya tiene 150 millones de page loads y 300.000 likes en Facebook (cifras reales, aunque parezca que me las acabo de inventar), y catapultó a Brosh a la fama digital. Brosh, en resumen, ha pintado aquí de forma tan veraz como conmovedora su relación con el Déficit de Atención, la depresión y la sinestesia, y su Hipérbole y media es una audaz confesión de su pelea contra la enfermedad.
Tom Gauld sí es divertido, aunque tampoco es exactamente “hilarante”. Su Todo el mundo tiene envidia de mi mochila voladora (Salamandra Graphic) recopila muchas de las tiras cómicas que Gauld ha ido publicando estos últimos años en The Guardian. Gauld y su primo estilístico Stephen Collins (¡googleen a este tipo!) siempre han sido mis humoristas gráficos favoritos del periódico inglés. Gauld tiene una mente que se va por la tangente, un poco como nuestros Miguel Noguera o Raúl Cimas. A menudo su schtick, o rúbrica temática particular, es la mofa sobre géneros, argumentos y personajes de la alta cultura contrapuestos a hábitos, usos o cachivaches modernos. El profundo conocimiento que Gauld tiene de cultura pop, rock’n’roll y cine provoca, asimismo, que a menudo sus chistes sean 100% indescifrables para el profano. “La calle donde se crió Tom Waits” o “Controles de Rhett Butler: el videojuego” (ambos muy graciosos, si bien al modo “ceja arqueada” inglés) son tiras encriptadas cuya broma solo chuta si uno ha visto un número enloquecido de veces Lo que el viento se llevó o conoce a fondo el personaje de Waits. Y no crean que eso me importa. Sus historietas son guiños culturales realizados con chispa y salero, y por añadidura tienden a hacer befa de la solemnidad clásica (o sea: que Gauld es de los nuestros). La tira que titula al libro, sin ir más lejos, ilustra esto con una imagen de la ciencia ficción (un cosmonauta elevándose hacia las estrellas) contrapuesta a la “literatura formal” (un puñado de amargados con pipa chasqueando la lengua con desaprobación). Mis dos favoritas son “Escenas descartadas de Quadrophenia” (Jimmy en el lejano oeste, en la luna…), y “Clásicos borrachos” (varias novelas clásicas con los protagonistas mamados). Brillante, y muy original.
Dos más: Capitán Twain (Principal de los Libros), de Mark Siegel, es un cómic monumental pero ágil que tira de mitos: sirenas, marineros, leyendas subacuáticas y todo el percal. Guiña el ojillo a clásicos loables (Melville, Twain, Conrad…), está dibujado al carboncillo (que no es mi técnica predilecta, lamento decir) y es harto “erótico” (aparecen algunas escenas de folleteo y bastantes tetas oceánicas). Patria, de Nina Bunjevac (Turner Libros), está llamado a ser el Persépolis o Maus del año. Es una saga familiar que también es una historia de la Yugoslavia de Tito, la IIª Guerra Mundial en los Balcanes, la historia del nacionalismo serbio y más. A Patria, de hecho, se le achaca que haya pretendido contar todo ese embrollo en un número tan escaso de páginas (con solo dos o tres viñetas por página) pero lo cierto es que Bunjevac acierta a entrelazar domesticidad (la fanatización creciente de su padre, la huída de su madre) con historia universal, y el lector emerge de allí con la lección aprendida. O, cuanto menos, con una espléndida introducción a esa lección. Kiko Amat
(Artículo publicado previamente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 27 de junio del 2015)
Hipérbole y media
Allie Brosh
Principal de los Libros
371 págs.
Trad. de Joan Eloi Roca
Todo el mundo tiene envidia de mi mochila voladora
Tom Gauld
Salamandra Graphic
Trad. de Esther Cruz
Capitán Twain
Mark Siegel
Principal de los Libros
399 págs
Trad. de Joan Eloi Roca
Patria
Nina Bunjevac
Turner Libros
Trad. de Marta Alcaraz