Kiko Amat entrevista a LUCÍA LIJTMAER

La escritora y periodista barcelonesa publica Yo también soy una chica lista (Destino, 2017) el manual feminista más divertido, faltoso, emotivo y confesional que se ha visto por nuestros lares. Todo el mundo debería tenerlo (hombres también).

 

https://i0.wp.com/www.ara.cat/2017/06/03/cultura/Lucia-Lijtmaer-No-feminazi-terrorific_1807629391_41277770_1500x1001.jpgLucía Lijtmaer (Buenos Aires, 1977) es barcelonesa, aunque nació en Argentina y tiene un árbol genealógico más mezclado que la sala de espera de Ellis Island en 1892 (lo que explica la diabólica J en mitad de su apellido). Es periodista pop y anticapitalista. También feminista, de la Escuela Caitlin Moran Para Chicas Cabreadas con Propensión a la Hilaridad. Lleva el sentido del humor de serie, pero no teme desenfundar cuando hay que plantar cara al malo. Escribe para ADN, Factual, Público, El País, Mongolia y Eldiario.es, y siempre está en muchos sitios, a menudo en eventos simultáneos, lo que ha originado teorías sobre su sobrenatural capacidad de omnipresencia. Comisaría un festival feminista en La Casa Encendida, el celebrado Princesas y Darth Vaders, en pos de su cuarta edición. También es traductora literaria (tradujo a jarvis Cocker) y profesora en centros como la Universitat de Vic. Ha publicado los libros Quiero los secretos del Pentágono y los quiero ahora (Capitán Swing, 2015) y Casi nada que ponerte (Los Libros del lince, 2016), una semi-memoria sobre su infancia argentina. Su último libro es un manual tronchante y militante que plantea el feminismo de un modo natural y práctico, nada blandengue ni envarado.

 El Día del Golpe en la Cabeza es el momento en que se adquiere conciencia de vivir en un mundo injusto para las mujeres. ¿Cómo fue tu golpe?

Era un bar normal, y estábamos en plena reunión informal de trabajo. Primero me dijeron dónde sentarme, algo que en su momento naturalicé pero que no es nada natural. Algo más tarde me hicieron callar. Vi que mi opinión era menos importante que la del resto del grupo: todo hombres. Algo después se lo comenté a una amiga, por si me lo había imaginado yo, que soy susceptible, y me dijo (perpleja) “¿Como un profe en clase de mates?”. Y ese fue el inicio de algo que ya intuía: que las mujeres éramos de segunda clase. Que las cosas estaban peor para una parte de la población. Que en cultura, por mucho que lo intentemos, las mujeres jamás seremos tan guay como los hombres.

¿Recuerdas cómo pensabas antes de ese momento?

Yo creía que las feministas eran pesadas, quejicas… Me da mucha vergüenza acordarme de discusiones en que yo les decía a amigas militantes mucho más concienciadas que por qué tenían que hablar de “sus cositas”. Yo era una ferviente creyente en la meritocracia. Creía que el feminismo estaba superado, y que nosotras conseguiríamos llegar a donde teníamos que llegar por mérito propio. “Si somos buenas, triunfaremos”. Una idea completamente neoliberal que no tiene en cuenta nada de tu entorno ni tu realidad social, en suma. Pero ya me molestaban cosas, como la idea de la chica indie lánguida, de pose. Una feminidad que se compró mucho en el dos mil, y todo lo que se saliese de eso no existía culturalmente. Yo veía que yo no era eso, por ejemplo, pero no veía la idea más amplia: que no estaba en igualdad de condiciones.

Una cosa es ser quejica, y la otra es protestar.

Totalmente. Yo temía molestar. Además, soy tímida. No me hace una gracia especial lo de hablar de ciertas cosas en público. Pero, claro, lo de no molestar de repente entraba en contradicción con la violencia. Hacer callar a alguien es un acto de violencia. Por no entrar a hablar de todos los demás actos de violencia que, sin tener una vida especialmente difícil, te suceden constantemente y son aun peor que ese.

Propones intercambiar enunciados. Colocar la palabra “negro” en alguna frase referida a las mujeres para darte cuenta de lo ofensivo que resultaría.

Efectivamente. Lo chocante es, de nuevo, lo naturalizado que está el discurso machista. Que tú has de quedarte en tu sitio, no molestar… A mí me gusta unir ambos conceptos, de hecho: género y clase. Porque en el fondo van juntos. Ese es el discurso mediático habitual. Las cosas que dicen, no sé, Salvador Sostres, o Pérez-Reverte, sobre las mujeres y sobre el proletariado serían impensables si hiciesen referencia a raza. Me da impresión que todos esos discursos se están radicalizando: contra las mujeres, contra la clase obrera… Voces que justifican las barbaridades que dicen escudándose en que están “oprimidos”, que hay una censura de “corrección política”. Los varones blancos de clase alta están oprimidos, según se ve.

Yo creo que quizás también haya algo de efecto bumerán producto de años de izquierda cosmética. Hillary, Felipe, IU, etc.

Tal vez. Pero si es así, esas voces de derecha están utilizando ese efecto para pronunciar un discurso en el que siempre han creído. El fracaso de la socialdemocracia les viene perfecto para decir al fin lo que opinan: que el estado del bienestar no funciona, que lo que “ellas” dicen no es cierto… Por otra parte, es perfectamente comprensible que algunos discursos calen en momentos de crisis. Escuchas el discurso de los alcaldes del FN del sur de Francia y entiendes que aquello cale entre una población ya polarizada. Lo que sucede es que esa gente no debería tener un lugar desde el que hablar. Al igual que los machistas. ¿Por qué tenemos que soportar un discurso de odio?

Por otra parte, el discurso de algunos medios es más insidioso y perverso que el de un alcalde del FN. Hablo, por supuesto, de Friends.

La mayoría de sitcoms acaban en matrimonio y bebé. Hay contadas series que dibujen una alternativa que no sea parir o casarse. Que dos tías estén en un bar tomando un cóctel, y (ojo) hablando de cualquier cosa que no sea hombres [ríe], es radical. Elizabeth Moss, la productora de The Handmaid’s Tale, declaraba que no sabía si le dejarían hacer una serie en la que las mujeres fuesen las protagonistas. Imagina.

Uno se pregunta cómo permitieron que se filmara Thelma y Louise.  Aunque, naturalmente, hubiese sido más radical si en lugar de follarse a Brad Pitt hubiesen hablado de libros.

O follado entre ellas [ríe]. Thelma y Louise no ha vuelto a suceder. La experiencia femenina siempre es femenina, nunca es universal. Es un género en sí mismo: “pelis de mujeres”. El nicho de mercado son nuestras vaginas. Cuando hablamos de genérico hablamos de hombres que hacen cosas. Dos hombres y un destino no es una película “masculina”, pero no dejan de ser dos hombres todo el rato, haciendo cosas de hombres. Pero como no es de mujeres, es un “clasicón” [ríe].

https://www.planetadelibros.com/usuaris/libros/fotos/250/m_libros/portada_yo-tambien-soy-una-chica-lista_lucia-lijtmaer_201702201317.jpgSi una chica escribe un libro que hable de “haber degollado a toda la población de Huelva”, en la portada llevará un jarrón con flores y un filtro pastel.

Y otra cosa: si eres chica y escribes libros, aunque sean de ciencia ficción, siempre son “sobre ti misma”. Nunca le preguntan a Philip Roth, que claramente ha escrito muchas veces el mismo libro basado en su propia vida, si va “de él”. No. Lo suyo es “universal”. Siri Husvedt decía que cuando escribió un libro sobre infidelidad todo el mundo le preguntaba si estaba bien con Paul Auster. Si eres mujer no es ficción. Eres nicho de mercado. Hace poco, Errejón dijo que era “el día de estar con el colectivo de las mujeres”. Tuvo que salir alguien a recordarle que no somos un “colectivo”, sino la mitad de la población.

Revistas femeninas. ¿Quién escribe las paridas de Marie Claire? Tú dices que son mujeres a quien “les toca apechugar”, lo cual me suena un poco al “solo cumplía órdenes” de los juicios de Dachau.

A la vez, tengo varias amigas redactoras, y veo lo que están haciendo desde dentro para que no sea así. Colocar según que artículos en esas revistas es muy complicado, y lo están consiguiendo en algunos casos. Pero muchas abandonan, y con asco. ¿Por qué las periodistas siempre terminan en revistas femeninas? Porque son uno de los pocos espacios donde pueden ascender. No quería culpar a las trabajadoras. El problema son los anunciantes, la dirección…

Desde luego. Del mismo modo que el problema no es el chaval que compra el bono del Primavera Sound, sino del tipo que creó ese espacio.

Exacto. Por eso me interesa explicar por qué esas revistas son reductos de mujeres, cuando en una redacción normal las mujeres no pasamos del mileurismo, porque somos más baratas y nos quejamos menos. Dicho todo esto, es innegable que también hay muchas mujeres que no están concienciadas, y eso es un problema añadido. Nosotros dos hablamos de un entorno en que ha calado ese discurso, pero hay mucha gente que está encantada de estar en esos espacios, y que cree en esos discursos de belleza y en esos cánones, y que creen que hacen lo que hay que hacer.

Lo que tú denominas el “Letargo Eterno”, o etapa perpetua de no-concienciación.

El coma profundo [sonríe].

Las mujeres no concienciadas perpetúan un discurso de opresión. Hollywood y las películas de mujeres que se odian entre ellas, por ejemplo.

Totalmente, y esto es así. Pero intento no demonizarlas, porque entonces perpetuas el viejo “mira qué tonta”. Es muy fácil odiarse entre mujeres. Todo está preparado, y tú estás diseñada, para tener miedo de la tía que tienes al lado: porque te robará el novio, porque te quitará el empleo, porque es más guapa que tú… Peor tampoco es cuestión de irse al otro extremo, como buenas samaritanas. El concepto de solidaridad femenina también debería revisarse. Porque depende con quién… [ríe]. A mí que Cristina Cifuentes diga que es feminista, mientras está desahuciando a mujeres solteras en acogida por maltrato… Eso no me lo trago.

Gwyneth Paltrow y las “yummy mummys”, 24 horas al servicio de la über-maternidad, también es intragable.

Gwyneth es la primera estrella de Hollywood que compra y vende el discurso aspiracional. Algo que es una barbaridad. Existe un modelo de mujer, pero no existe un modelo de hombre. El modelo de mujer es alguien como Gwyneth. El capitalismo te vende que si no eres feliz es porque no eres como ella. Porque no tienes el horno de leña toscano y la crema de caviar y…

…Y las operaciones de bajos.

[ríe] Sí. Por alguna razón, tu coño nunca está bien. Y el súmmum de todo ello llegó con las madres mormonas. 25 años y 5 hijos. ¿Cómo me puedes vender que eso es feminista? Lo siento pero parir no es feminista. No es un logro del feminismo. Se plantea como una opción personal (“yo he decidido quedarme en casa y criar”) que tenemos que respetar. Y la respetamos. Pero que no nos vendan que la gran conquista social del 2010 es quedarte en casa y hornear magdalenas. Cuando el fenómeno Russian Red pasó lo mismo: de golpe todas las chavalas hacían ganchillo. A mí algo así no me parece casual. Que nadie optase por tocar la batería o aprender defensa personal, sino por hacer colchas [cara de asco].

Me angustia la dictadura de la belleza femenina. Este idolatrar la guapura me parece la cosa más obscena y banal del mundo. Nacieron así, por el amor del cielo. La belleza tiene cero mérito.

No es casual que haya muchas mujeres que entran en el feminismo cuando empieza a decaer su atractivo físico o poder sexual. O dejan de ser “deseables”. Nos enseñan que ese es nuestro motor de vida: atraer. Yo me pregunto si compramos ese discurso en todas partes, incluso en las que están de nuestro lado. Por ejemplo: Pussy Riot. ¿Habrían tenido tanta visibilidad si no pareciesen estrellas de Hollywood? Claro, al mismo tiempo no eran sujeto activo. La atención mediática lo fue. Ellas no tenían la culpa de parecer supermodelos. Por eso hablo del concepto de “gordibuena” en el libro como un mal de construcción mediática. Porque el “fofisano” tiene que estar solo sano, pero la “gordibuena” tiene que estar buena. Explicar hasta qué punto te afecta eso es un ejercicio de honestidad muy necesario. No conozco a ninguna mujer que sea inmune a ello. Caitlin Moran lo explica muy bien: todas queremos ser una versión más delgada de nosotras mismas. Tu ideal siempre pierde peso. Es muy fuerte. No se te pasa nunca.

Creo que ayudaría si los hombres dejaran de creerse en el derecho de puntuar los cuerpos de las mujeres.

Me gusta ver cómo algunos amigos han cambiado de mentalidad respecto a ese asunto. El otro día unos amigos le afearon la conducta a otro par que se puso troglodita a la hora de hablar de mujeres. Para los hombres es muy importante tener amigas. Si un hombre solo va con hombres, hay un problema. Yo me junto con hombres porque me interesan. Y me ilusiona ver cómo algunos comportamientos (el que habla fatal de su novia, por ejemplo) empiezan a parecerles mal, incluso cuando no hay mujeres delante. Solo juzgamos la violencia cuando es física, pero todos conocemos a gente que machaca a su pareja sistemáticamente. Cuando no hablamos, somos cómplices. Si creemos que lo personal es político, todos hemos vivido situaciones que sabíamos que no estaban bien, y en las que deberíamos haber intervenido. La frontera es difícil, pero lo es menos cuanto más reiterativa es esa conducta. Porque entonces queda claro que hay un patrón.

Como sucede con el fútbol, algunas conductas infames se toleran porque son mayoritarias. Como las fotos guarras en los chats.

Mira lo que sucedió con el caso de La Manada, la violación aquella en los Sanfermines. y cómo una mayoría de la sociedad lo vivió como algo normal y disculpó su comportamiento.  O luchamos contra esas cosas o somos cómplices, insisto.

En el libro lamentas que “a finales de los noventa no podías salir de casa sin tener una polla en la boca”. Que para parecer moderno y liberado tenías que estar todo el día hablando de porno y relatando gráficamente tu vida sexual.

Yo a lo de follar sí le puedo encontrar un deje político, con lo del post-porno, los cuerpos no-normativos, lo de que la exposición pública de ciertas prácticas no está asumida… Y me parece bien. Lo que me parece el demonio es la idea de consumo. Es decir: el sexo como capitalismo. Que de repente tengas que hablar de ciertas cosas con gente que no conoces de nada, y que eso suma puntos de guay, y que para colmo eso es feminista. Eso era puro tupper-sex. Se lanzó ese mensaje porque querían vendernos cosas. Dildos y un consumo pornográfico que se vendía como liberador. Ahora interesa que las tías vayamos depiladas porque eso es lo “guay”. La promiscuidad sexual no es siempre libre, a menudo es una imposición comercial. Es un modelo de consumo. Por eso quería tratar la pornografía. Porque para mí sería muy fácil decir que vale todo. Pero no es así. Diversidad sexual sí, pero hablemos de las condiciones en que se hace la pornografía. Me gusta que se estén haciendo documentales sobre eso. Si miramos de dónde viene la ropa que llevamos, cómo no vamos a querer saber de dónde sale el porno que consumimos.

Citas a la pornstar Stoya, quien afirma que su trabajo “no tiene nada de feminista”. Yo entrevisté una vez a una actriz porno, Amarna Miller, y tuve la sensación de que me estaba vendiendo un producto, de un modo muy calculado. Era un discurso articulado pero promocional.

A mí me parece interesante que Amarna Miller diga que ella es masoquista, y que eso forma parte de su imaginario, y que ella utiliza su cuerpo, y que esa es su herramienta. Yo soy partidaria de eso. Pero no puede afirmar que esa es la pornografía mainstream. Lo que ella dice contradice las estadísticas. El porno es muy neoliberal. A mí me gustaría que gente como Amarna Miller dijese: “señores, yo soy una privilegiada. Pero está pasando todo esto”. Y utilizara su voz como herramienta de protesta.

Un personaje de Vernon Subutex 2, de Virginie Despentes, dice “odia el porno. lo envilece (…), le llena la cabeza de guarradas a las que no está acostumbrado. No le piden su opinión, le meten porno en las narices a todas horas”.

Una amiga mía me dijo que había dejado de masturbarse fantaseando, y que ahora solo podía hacerlo con porno, y estaba cabreada. Decía que aquello le había roto la fantasía. A mí me parece bien que exista la pornografía, y puedo consumirla, pero he empezado a pensar de dónde sale e intento… Saber de dónde viene, como hago con el pollo [ríe]. Y por otro lado está lo de que el acto repetitivo de consumo genera problemas. Y nos estamos acostumbrando a imaginarios que dan miedo. Las categorías actuales del porno, si las lees enteras, dan miedo.

Sí. No me hace la menor ilusión que la primera imagen sexual que vean mis hijos tenga relación con bates de béisbol.

Lo primero que debería hacerse es limitar el acceso. Que pongas “bates de béisbol” y lo primero que aparezca, sin el menor filtro, sea una mujer, que en el fondo está siendo humillada… Internet lo ha democratizado (falsamente) todo. De golpe estás al mismo nivel que un tarado mental que vende cloroformo, que es algo con lo que me topé cuando investigaba la Deep Web.

El troleo en la red es 100% machista y abusón.

Es interesante ver cómo se construyen esas redes digitales. Hay redes que no permiten ese abuso. Twitter lo permite todo. Tendrías que cargarte a alguien para que te cerraran una cuenta. Es natural: la cúpula dirigente de Twitter, en su 90%, está formada por hombres blancos anglosajones de clase alta. Su realidad no entiende el abuso. Owen Jones dice lo mismo: háblale a alguien del establishment, que va de Eton al Parlamento o la Banca, sobre las ayudas sociales. Twitter perpetua el problema ofreciendo impunidad completa a los machistas o racistas. Luego vienen las amenazas físicas, y todo el mundo hace la vista gorda. Esto es un mal endémico de este país. Como cuando toleramos que el suplemento de El Mundo entrevistase a la líder de Hogar Social. Un medio de modernos le hace una entrevista estrella a una dirigente de ultraderecha como si fuese lo más normal del mundo.

En el libro citas la pancarta de aquella activista en Washington DC: NO PUEDO CREER QUE SIGA TENIENDO QUE MANIFESTARME POR ESTA MIERDA. ¿Tuviste tú algún momento de “No puedo creer que siga teniendo que escribir sobre esta mierda”?

A veces sentía que estaba diciendo obviedades. A ratos pensaba que quedaría blanda, como cuando lo de la tasa rosa. ¡Pero es que te están cobrando de más por un producto solo porque es de uso femenino! ¿Por qué los tampones están tasados como artículos de lujo? Tienen el mismo impuesto que el caviar. Son cosas obvias que han salido en los periódicos, pero hay que decirlas. Hablo mucho de filmes porque nuestro imaginario se cimentó en ellas. o en televisión. Cuando me tragué todos los realitys sobre bodas perfectas me di cuenta de lo potente que era su mensaje. Yo también quiero una epifanía como la de las novias de esos programas y su vestido blanco. Si el vestido blanco va a hacer que yo tenga una misión vital, voy a acabar comprándolo. Es más fácil que cambiarlo todo.

(Este es el corte del director -la charla entera- de la entrevista que realicé con Lucía Lijtmaer para El Periódico, y cuya versión breve y editada pueden ustedes leer aquí)